Las piedras siempre se caen en la carretera de Los Chorros; en el Arenal de la Málaga siempre que llueve se crece el río; las comunidades pobres a las orillas del Acelhuate son siempre vulnerables. Esa es la realidad. Así es El Salvador, vulnerable. Y siempre ha sido así.
¿Es eso normal?
No, no lo es. En mi columna de octubre del año pasado señalaba la pobreza mental que nos aqueja a los salvadoreños: Somos un país vulnerable y las cosas que deberían ser banales nos doblegan: el tráfico se inmoviliza si un carro se queda o hay un accidente; si llueve demás y los tragantes no dan abasto hay deslices, muros caídos o más dolores de cabeza en el tráfico…Y ahora con este temporal se evidencia mi observación.
Es que es así, nuestra realidad es dura, pero no se debe normalizar la mediocridad. Ya no estamos para experimentos. No hay que adaptarse a la costumbre de estar poniendo cacerolas para que agarren agua de la gotera en lugar de ir y tapar la gotera del techo. O como cuando una empresa constructora, por ahorrarse unos dólares, hace un muro con materiales de baja calidad y que con las lluvias colapsa.
Nunca me ha gustado la palabra que se usa para referirse a las personas que viven en situación de vulnerabilidad: marginales. ¡Imaginense! Desde el uso de nuestras palabras estamos marginalizando a los que necesitan ayuda. Y esas zonas “marginales” están en las riberas del Acelhuate o al lado de la vías del tren. ¿Por qué no hacer una bóveda y así solucionar el problema de los deslaves y de falta de viviendas? Claro, sería una inversión titánica y se puede hacer un asocio público-privado para mitigar el uso de los recursos de nación.
He tenido la oportunidad de viajar por varios países donde tienen un clima inhóspito con variaciones extremas de frío o de calor y donde las carreteras, aún los caminos rurales, resisten los cambios de clima. ¿Es normal que cuando un río crece se caiga el puente? ¿Acaso no era el propósito del puente unir punto A y B? Si alguien quiere construir una champa bajo el puente, ¡se le prohíbe! No por elitismo o por aburguesamiento, sino porque la prevención ahorrará más que la corrección. ¿Y qué decir de las ventas en el centro? He visto hasta puestos que abarcan parte de la calle ¡con pisos de cerámica! Si existe una ordenanza municipal que dice que las calles son para los carros, las aceras para los peatones y los mercados para los vendedores, ¿por qué no se obliga a respetar las leyes?
“El dinero alcanza cuando nadie roba” ha sido una popular frase del presidente en referencia a los políticos. ¡Pero no solo los políticos roban! He trabajado con ONGs donde el líder comunal privilegia a sus allegados, donde el pastor se roba unos ladrillos destinados a los damnificados porque Dios necesita una casa pastoral más grande, donde el alcalde le toma los fondos a los gringos dadivosos y hacen un rótulo pomposo diciendo que van a empedrar una calle con miles de dólares cuando en realidad el rótulo cuesta más que la obra que se hace.
La avaricia tampoco es normal. Y no se trata nada más que los ricos quieren siempre ser más ricos, como los centros comerciales cobrando parqueo, pero ahora que el gobierno ha dicho que va a construir viviendas a los que han perdido sus casas por las lluvias, ya salen personas que no han perdido nada apropiándose de alguna vivienda de un familiar para resultar beneficiado. O la señora aquella que en el súper pide dos cuentas para así poder acaparar producto y burlarse del sistema.
No es normal que la gente construya donde le dé la gana sin hacer un estudio medioambiental y de estabilidad del suelo. No es normal que se le ponga una mallita a las montañas que rodean la carretera a Los Chorros. No es normal que la gente del Modelo, la Málaga, Candelaria, La Vega y muchas más tengan que estar en vela por miedo a que el río se los lleve mientras duermen.
Rompamos con esa subcultura de aceptación y hoy, más que nunca, hay que romper con el “vaya pues” y desechar pensar que somos un país de las imposibilidades. Basta ya de seguir aceptando un país para mientras, basta ya de ser ciudadanos pasivos y apacibles y exigir que se cumplan las promesas de los políticos.