El 2018 parece un año benigno, pero enero fue salvaje y nos dejó cada vez más huérfanos en un país más vacío de referentes y valores vivos
No tuve oportunidad de conocer personalmente al economista Salvador Arias, pero sé la relevancia política y social que ha tenido para El Salvador, sería una injusticia de mi parte iniciar esta primera columna para Contrapunto, que espero sea la primera de muchas, sin decir que fue uno de los mayores referentes sociopolíticos que el enero de este salvaje 2018 nos robó a los salvadoreños.
Cerca de la medianoche del viernes 11 de enero se conoció de la muerte de Arias, para muchos un loco que buscaba revertir la despiadada dolarización, que con las malas administraciones políticas ha venido a acrecentar las diferencias sociales en el país. Arias se marchó de este espectro físico sin lograr ver de nuevo a su amado colón en manos de los salvadoreños.
Hasta la madrugada del viernes 12 el luto estaba enfocado en la muerte de Arias, pero el destino se ensañó con el país y nos lo demostró con la noticia de la muerte de Raúl «Superman» García, quien el jueves, el mismo día de la muerte de Arias, había perdido, en España, una larga batalla contra el cáncer.
Dos jueves después, el 25, desde Managua nos llegaba la demoledora noticia de la muerte de una de las más altas voces de las letras salvadoreñas, nicaragüenses e iberoamericanas: Claribel Alegría. Enero ya se podía ir al Diablo y llevarse el luto que nos dejaba a los que sabemos de perder a los nuestros, a los más grandes.
Superman García, o el Pichi, como también se le conoce en el fútbol salvadoreño, no solo ha sido uno de los grandes valores del balompié criollo por su paso por la UES, íguila y la Selecta de los noventa, y aquella eliminatoria a Francia 1998, en la cual nos demostró el verdadero significado de vestir el suéter de la selección nacional. A muchos nos inspiró.
Les contaré un secreto: en los últimos días, después de una entrevista que me hicieron desde Argentina, revelé mi relación de amistad con el ex volante de contención de Alianza, Hugo Damián Neira, quien fue campeón con los albos en la temporada 1993-1994.
Desde mi niñez soy amigo del ex lateral izquierdo de la Selecta y Alianza, William Enrique Chachagua. Él nos permitió conocer a las glorias del Alianza de entonces, esa orquesta alba en la que jugaba Kin Canales, Julio Amílcar Palacios Lozano, Tigana Menéndez —a mi gusto, junto al Zarco Rodríguez, el arquitecto del Alianza campeón invicto del Apertura 2017—, mi «primo» Misael Alfaro, Héctor «Lopito» López, Nelson «Piocha» Rojas, Washington Adrián de la Cruz, René Durán, Lagarto Ulloa, y el Tiburón Mayén Meza, entre tantas glorias. En esa época por mi vida sólo respiraba los colores blancos del Alianza, todo era Alianza, y tenía aspiraciones de futbolista. Sí, de guardameta por encima de sueños que se concretaron como los de periodista y poeta que me han llevado por los caminos agridulces de esta vida. Soñaba ser jugador, vestir la camiseta del Alianza y colgarme de la pelota en el Cuscatlán ante miles de aficionados… y mi referente era Superman, Superman García.
El Pichi, como Chachagua y Neira, fueron algunos de mis héroes de infancia, como lo era Claribel Alegría, Roque Dalton, Claudia Lars, y lo siguen siendo Manlio Argueta y Mario Noel Rodríguez, y algunos periodistas de prensa escrita como Roberto íguila y Orestes Membreño, con quienes en el albor de este siglo se convirtieron en compañeros de profesión, de este oficio que me llevó a conocer al Pichi.
Seguí de cerca a Superman García en los procesos de la Selecta con el catalán Albert Roca y el hondureño Ramón «Primitivo» Maradiaga, lo seguí por El Salvador, Los íngeles, Houston, Toronto, Vancouver, viví de cerca su relación con los jugadores, su profesionalismo, su amor por la camiseta salvadoreña, y la pasión que buscaba impregnar en jóvenes guardametas como Derby Carrillo y Óscar Arroyo. Siempre un caballero, siempre un ejemplo y siempre dejando una entrañable relación.
Cuando me enteré de la muerte de García quedé devastado, no puede ser que en El Salvador perdamos a nuestras mejores personas, a nuestros grandes valores, esos que han luchado desde diferentes trincheras en cambiar el destino de esta maltrecha nación… Y cuando todo parecía estar relativamente tranquilo, nos llegó una noticia que rayó con la perversidad de la vida, la muerte de Claribel Alegría.
Para muchos de los poetas que ahora rondamos o superamos los 40 años, Claribel no solo fue una heroína por su ejemplo como escritora, también por su compromiso con la poesía y su generosidad con los jóvenes escritores.
Claribel, ya a finales del siglo pasado e inicios del actual, había marcado con sus charlas, consejos, a una generación más de poetas salvadoreños y nicaragüenses: Carlos Clará, Osvaldo Hernández, Susana Reyes, Alfonso Fajardo; Ulises Juárez Polanco y Francisco Ruiz Udiel, entre otros.
La muerte de Claribel no dejó más huérfanos, vacíos. Es cierto que Arias, Superman y Claribel siempre estarán con nosotros, que jamás se perderán —espero— sus ideas revolucionarias, sus atajadas, sus poemas, sus valores y sus ideales, por eso sólo le pido al 2018 que no sea tan cruel, que así como nos quita, nos resta, nos permita ver que en El Salvador también hay nuevos valores y referentes claves entre tanta desidia, tanto vividor y «sanvergón» que no representan en nada a los buenos salvadoreños.