Por Mark Leonard
No por primera vez, la figura central de la Conferencia de Seguridad de Múnich fue alguien que no estuvo entre sus invitados. Este año le tocó a Donald Trump.
Al igual que la mayoría de los participantes de esta cumbre “Davos de la Defensa” anual, yo esperaba con ansias que el probable candidato republicano quedara como un ex presidente para siempre, no por mera simpatía por mis amigos estadounidenses que lo consideran un peligro para el futuro de su república, sino que además temen lo que causaría al orden global. Sin embargo, como europeo un poco algo agradecido de su existencia. Incluso si pierde las elecciones de noviembre próximo, podría acabar convirtiéndose en el salvador involuntario del proyecto europeo. Finalmente los ha obligado a reconsiderar los supuestos básicos que han debilitado sus voces y sus acciones en temas tan importantes como son la guerra de Ucrania, la autodefensa continental y la unidad política europea.
A medida que el segundo año de la guerra de Ucrania se acerca su fin sin término a la vista, la candidatura de Trump está centrando las miradas europeas sobre lo que implicarían la victoria y la derrota. Al ver a Yulia Navalnaya, viuda del líder de la oposición rusa Alexei Navalny, hablar en el escenario muniqués horas después de enterarse de la muerte de su esposo, resultaba imposible aceptar ceder a Putin siquiera unos centímetros de territorio ucraniano. Pero, a medida que prosigue la guerra de desgaste, tiene cada vez menos sentido pensarla sólo en términos territoriales.
Después de todo, una amenaza todavía mayor a Ucrania que las pérdidas territoriales sería un plan de paz por parte de Trump que ceda territorio y desmilitarice el país, dejándolo condenado a un peligroso estado de neutralidad. Los europeos están despertando al hecho de que Ucrania puede impulsar sus ambiciones europeas y occidentales sólo a través de un doble ingreso a la OTAN y a la Unión Europea. Como argumentaba hace poco Ivan Krastev, es posible que haya que empezar a considerar un “escenario similar al de Alemania Occidental”.
Sin quererlo, Trump además ha puesto urgencia al actual debate europeo sobre defensa y seguridad. Justo esta semana en Múnich, la primera ministra danesa Mette Frederiksen prometió entregar a los ucranianos “la artillería completa” de su país. En términos más generales, los europeos ya han estado aportando más ayuda (militar y de otros tipos) a Ucrania que los Estados Unidos. Antes de las cumbre de la OTAN que se celebrará en julio en Washington, 20 de los 22 miembros de la UE (Alemania incluida) se encuentran en camino a destinar al menos un 2% de su PIB en defensa.
Es cierto que el revanchismo de Putin ha causado gran parte de este giro, pero los últimos comentarios de Trump alentando a los rusos a “hacer lo que mejor les plazca” con los miembros de la OTAN que se nieguen a “pagar los costes que les corresponden” subieron la apuesta. Los europeos no sólo debemos invertir más sino cambiar el modo como se gasta el dinero, no en menor medida superando las viejas divisiones psicológicas entre la OTAN y la UE.
Pero tal vez la mayor contribución de Trump haya sido a la unidad política de Europa. Tras ser electo en 2016, muchos temieron el auge de una “internacional iliberal” que alineara estrechamente a los partidos populistas de ultraderecha europeos con la Casa Blanca de Trump y el Kremlin de Putin. Pero, según las encuestas del Consejo Europeo de Asuntos Exteriores (prontas a publicarse), en caso de que Trump obtuviera un segundo mandato, la mayoría de los países europeos (incluso Hungría) no le darían la más entusiasta de las bienvenidas.
Una consecuencia llamativa de la guerra (y del Brexit) ha sido el reposicionamiento de varios partidos de derecha. En un ejemplo notable, la primera ministra italiana Giorgia Meloni se ha distanciado cuidadosamente de su anterior euroescepticismo y ha estado cortando los vínculos de Italia con Putin. En Polonia, el regreso de Donald Tusk como primer ministro ha unido a un electorado tradicionalmente escéptico tras la idea de una geopolítica europea más cohesiva. Es posible que las elecciones al Parlamento Europeo de junio muestren un fuerte giro hacia la derecha, pero en muchos países, la amenaza de Trump podría movilizar a los votantes y ayudar a los candidatos que apoyan sin condiciones la soberanía europea.
Tampoco es que esta dinámica esté confinada a la UE. Es probable que el Reino Unido elija un nuevo gobierno antes de fin de año. En Múnich, David Lammy, el imponente secretario de relaciones exteriores en las sombras, dejó en claro que se esforzaría por lograr la relación más cercana posible con los europeos en materias de seguridad y defensa.
Sin embargo, nadie resumió mejor el efecto Trump que Mark Rutte, el saliente primer ministro holandés que imploró a los europeos a “dejarse de lloriquear y quejarse de Trump” y empezar a coordinar mejor lo que hacen en conjunto”. Dada la trayectoria de largo plazo de la política interna estadounidense, los europeos deberían hacerlo de todos modos, gane quien gane en noviembre.
Si esta vez se evita el desastre, la administración de un Biden reelecto para un segundo mandato contaría en Europa de un aliado mucho mejor. Como han notado varios observadores de lo que ocurre en los Estados Unidos, Trump al mismo tiempo es la mayor amenaza a la democracia de ese país y el más potente movilizador de votantes del Partido Demócrata. Se trata de una apuesta riesgosa, pero existe una posibilidad de que el efecto Trump deje el orden transatlántico en un estado de solidez que no se visto en mucho tiempo.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Mark Leonard es Director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y autor de The Age of Unpeace: How Connectivity Causes Conflict (La era del desasosiego: cómo la conectividad causa conflictos) (Bantam Press, 2021).
Copyright: Project Syndicate, 2024.
www.project-syndicate.org