martes, 14 mayo 2024
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Hacer de la filosofí­a

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Negar las ideologí­as como formulaciones falsas de la realidad implica poder aproximarse a las lí­neas de fondo que demarcan el trunco boceto de sociedad que somos

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Dijo Hegel, en una de sus mejores metáforas, que el búho de Minerva alza el vuelo sólo al caer el crepúsculo. Con esto, el genio alemán quiso decir que la filosofí­a llegaba siempre tarde al acontecer del mundo y que el filósofo sólo podí­a comprender del mundo aquello que ya se encontraba a una distancia prudencial en el pasado. Así­, frente a su situación presente, el filósofo aparece como un espectador impotente y la filosofí­a como algo inmediatamente inútil.

Soy de la opinión de que Hegel, pese a todos sus aciertos, no cuenta con toda la razón y que quienes hacen filosofí­a, no necesariamente avalados por la academia, pueden dar brillantes atisbos para comprender el momento presente. La filosofí­a debe develar el mundo que ahora aparece escondido tras la ideologí­a democrática y tecno-cientí­fica, como antes tras la religión. Frente al torbellino del capitalismo hay que resistir y la filosofí­a debe aportar, esencialmente, en la negación de toda ideologí­a.

Negar las ideologí­as como formulaciones falsas de la realidad implica poder aproximarse a las lí­neas de fondo que demarcan el trunco boceto de sociedad que somos, es decir, ver de frente al mundo desasido de idealidad y preñado de las peores injusticias económicas, sociales y culturales, harto de indescriptibles aberraciones polí­ticas. Esto aplica -¿hay que aclarar?- no sólo para nuestro entorno nacional inmediato, sino también para la totalidad del proyecto civilizatorio en que se monta el actual mundo globalizado. 

Pero, lo siguiente también es cierto: a punta de sola y hueca intelectualidad no habremos de cambiar nada. Por el contrario, el fetiche por el intelectualismo, presente cada vez más en amplias porciones de las capas medias, funge como reproductor de un sistema jerárquico, excluyente, injusto, desligado de los procesos reales y sustantivos de la lucha de los pueblos, de las clases excluidas, de los seres humanos que viven en su carne el dolor del hambre y la miseria.

La diosa Minerva cuya sabidurí­a cautivó al ya mencionado Hegel no es sólo el sí­mbolo, la figura del conocimiento: nació de la cabeza de Júpiter armada, beligerante, con escudo y lanza. Con ello Minerva encarna un conocimiento activo que es a la vez praxis recreadora del mundo, forjadora de la historia, y no un conocimiento pasivo, ensimismado. La filosofí­a, como hubo de escribir el viejo Marx, deberá devenir, tras ser arma de la crí­tica, crí­tica fundamental de las armas.

En efecto, la filosofí­a debe ser, fundamentalmente, filosofí­a de la praxis. Ello significa que hay que hacer de la filosofí­a un compromiso con la práctica real emancipatoria y hacer, a su vez, de la praxis el momento de realización de la filosofí­a. Todo lo cual parece estar tan lejos como cuando Marx escribiera, a mediados del siglo XIX, que no se trata meramente de interpretar el mundo, sino de transformarlo.

Roque Dalton escribió sobre el compromiso de “custodiar para otros el tiempo que nos toca”; tal compromiso será auténtico siempre que la custodia suponga, también, un compromiso por cambiar nuestro momento histórico, deshumanizado y cruel. En sentido estricto, serán los hombres y las mujeres que vendrán, y no la historia, quienes habrán de juzgarnos. Pero, nos absuelvan o no, es nuestro deber asumir la tarea histórica de construir otro presente.

(*) Miembro del Colectivo de Estudios de Pensamiento Crí­tico (CEPC).

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Alberto Quiñónez
Alberto Quiñónez
Colaborador de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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