sábado, 27 abril 2024
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Escrito en una servilleta: Amate llorón de hojas entristecidas

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"Amate llorón de hojas entristecidas que se seca los ojos para no volver a llorar en vano… nunca más": René Martínez Pineda.

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Por René Martínez Pineda.

Un Amate llorón plantado en el nuevo municipio que invita a leer poemas bajo su silueta, con morboso placer; un sorbo de agua en el hueco de un beso clandestino que augura buenas nuevas en el momento en el que un familiar vacíe mis bolsillos en el centro de votaciones por la vida; una consigna desgarradora en el barranco que sueña con escuelas hermosas y columpios fuertes; unos cabellos de satín azul que el viento troca en celajes porque les rebalsa la luz; una flor de dos pétalos sembrada en las tierras comunales de la mirada enigmática que se fertiliza con la lluvia torrencial de marzo; una sonrisa drástica en un niño con techo nuevo, lecho tibio y pechos abundantes a la mano para saciar su sed bicentenaria; un tropel de río caudaloso que se curva siguiendo las riberas de un mapa que crece, que se nutre, que da un rodeo letal y llega al delta de la divinidad axiológica de playas pregoneras de la justicia social, las que, por húmedas y tibias, gestionan mi naufragio y urden rebeliones más allá de los libros de sociología y de los códigos ocultos que son voceados por el pueblo a la hora del atol shuco que espanta el frío de la madrugada.

En medio de mi purgatorio de almas circulares jugando “arranca cebolla”: un reptar de estrella fugaz; un hilo de agua blanca que, por tenaz, rompe la roca peregrina; el busto de la diosa de la utopía social que, con su boca de delirio radical, promete profecías deslumbrantes y cruces de metal en los funerales con cuerpo presente y cemita mieluda; una utopía adictiva que se disfraza de señas pintadas en el lienzo de la Iglesia El Rosario que rompe la cotidianidad del calvario heredado.

Amate llorón en busca de pueblo, como un tsunami cultural que invade hasta invadirlo todo con su acuarela radical; como una revolución con auroras boreales en la nación soberana de unas piernas sin tabús torneadas en el Portal La Dalia; como la obsesión maniática por los pechos al óleo que bailan en Zapotitán para avivar la cosecha de naranjas jugosas que se abren en la penumbra del confesionario del parque Bolívar. Transeúntes como luces que pican en el panal de una entrepierna con panela vicentina que reza un padre nuestro y dice: a rey muerto, rey puesto que no se robe los impuestos; enamorados platónicos que en la parada de buses del Museo del Ferrocarril compran flores bonitas para apurar la venida del país chulo, bien perfumado y bien comido donde todos muramos de muerte natural; espectros noctámbulos que nos hablan, entre sollozos, de los años que vivimos en peligro; ventisca que sopla incendios para heredarnos su luz desde un hotel de paso en San Miguel… en el que pasa de todo sin que nadie se entere.

Amate llorón en busca de su fiesta patronal; silueta depurada por el pincel de un lapislázuli que brinda con nosotros en las gradas del Palacio Nacional; bahía abierta para que atraque el buque fantasma que trae la provisión de besos frescos y leche cuantiosa y pura; justicia insobornable como colcha tejida en un telar de San Sebastián, a las doce de la noche; calendario que se salta las hojas en busca de fechas cabalísticas: el 3 de marzo y sus calles más largas; el 30 de julio y su audacia masacrada; el 4 de febrero y sus misivas de amor tigre que pulverizó a los mirones de oficio sin beneficio; urgencia originaria que chispea y tiene carne, huesos y alma en La Puerta del Diablo que hizo la primera comunión para joder a los que nos tenían jodidos.

Amate llorón en busca de ser beatificado que plantado, firmemente, como símbolo sagrado de la memoria; goteo entre las flores del cerezo que emulan al pan recién horneado en el adobe de la pobreza, e inventa una excusa para reinventar los cuerpos sin ropa usada; peregrinación por la cafeína de la piel sin pecados capitales que hace penitencia en la Calle de La Amargura; destello de grafito que me dibuja para que nazca en un año en el que el fusil de la sabiduría ciudadana no esté divorciado de la mira telescópica, ni pernocte en el pasillo del escrutinio final de los traidores más grandes que se enojaron porque fueron traicionados en grande.

Amate llorón de hojas atormentadas, rezo un mea culpa a la par del indigente del Portal Sagrera que está atiborrado de lustradores de zapatos con zapatos rotos y despintados; deambulo por las bancas del parque Libertad sin estafadores ni desempleados; redacto tu historia en un libro escrito en La Bella Nápoles y en los renglones torcidos del Cine Metro donde, eludiendo el olor de las feroces masturbaciones de antaño, anida la Constitución de los que quieren constituirse; navego por tus pechos de nación que renace en las gradas de Catedral mientras confieso, de rodillas, el pecado original de reinventarlo todo a imagen y semejanza de los eternos indocumentados que fueron expulsados del país por los corruptos documentados; memorizo tu cuerpo lleno de cicatrices, como si fuera una isla misteriosa con conclusiones tajantes bien enterradas; pregono tu paisaje de gritos inexplicables para explicar la maldición de Caín que nos impusieron.

Amate llorón en busca de su raíz, descubro que tu acuarela tiene todos los colores del deseo libertario sin niños en la calle; camino por las calles empedradas de Izalco en busca de la hechicera vanidosa que cura el mal de ojo, hace la prueba del puro y augura erecciones infalibles. Amate llorón en busca de ejido, voy por tus pies como por la Amazonía de los manglares vigilados por malos pensamientos en público que son bien buenos en privado; me deslizo por la Avenida Independencia como barquito de papel que lleva un mensaje que habla de pecados sin pecadores; me pierdo en tus fronteras, sin casetas migratorias, como en un laberinto que en lugar de centro tiene una esquina sospechosa que es propicia para montar emboscadas contra la perversión de los que no olvidan que son perversos. Amate llorón de hojas maltratadas, pasadizo de la memoria cerrando sus olvidos y curando su ceguera en la Óptica del Señor Moreno; arco iris que se desvanece si lo señalo con el dedo del ladrón que le robó a otro ladrón y busco el asilo político como perdón; utopía social que regresa si no digo su nombre verdadero, porque, al final del día, se revela como la desnuda sensación que nutre a todas las sensaciones que nos hacen ser buenos, a pesar de haber sido gobernados por los malos durante tantos años.

Amate llorón de hojas entristecidas que se seca los ojos para no volver a llorar en vano… nunca más.

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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