Por Gabriel Otero.
Ustedes disculpen, hoy quiero que me perdonen los muertos por mi felicidad (1). Ayer durante una capacitación sobre la violencia digital contra las mujeres, la instructora cuestionó a los más de cincuenta asistentes si creíamos y vivíamos en el sueño del amor. ¿Qué levante el cerebro y la yugular quién todavía piensa navegar en el amor heterosexual pleno en este siglo de la marea morada?
Mi cerebro, raudo, emergió del acuoso córtex y mi vena yugular entusiasmada me levantó el cuello para formar parte de los únicos dos ilusos que contestaron afirmativamente. Sentí una mezcla de pena y orgullo, algo extraño, la instructora me observó cual rara avis y siguió explicando sobre el fracaso del amor romántico y todas sus manifestaciones.
La verdad es que uno se expresa como le va en la vida, y mi estabilidad emocional es fruto de una relación de pareja que rebasa las tres décadas. Mi matrimonio es noventero, y nació irrumpiendo cualquier canon, y la lucha por mantenerlo ha sido diaria, primero ella me siguió a mi país y después yo la seguí al de ella, crecer y envejecer juntos es la experiencia personal más maravillosa que he vivido y uno de los aciertos que le dan sentido a mi existencia, además de mi carrera.
Tuvimos un hijo que nos revolucionó y educarlo, entre intuiciones y tropiezos, ha sido la prioridad, nadie nos orientó para ser mamá y papá, requirió esfuerzo, valentía y muchos recursos. Traer hijos a este mundo no es juego y no soy de los que tiran su sangre a la coladera.
Entiendo los desengaños generacionales y su incapacidad manifiesta de relacionarse con otras personas, sean mujeres u hombres, por otros medios distintos a una pantalla, y su desesperación por oler, tocar, sentir y desplegar el abanico de oxitocina.
Comprendo que el patriarcado sea una bestia negra con cabeza de medusa, y que las mujeres sufran condiciones de injusticia y desigualdad sin ni siquiera haber nacido y es tarea de mujeres y hombres contribuir al cambio de actitud, y ciertamente decapitar al maldito machismo sin importar ser feministas.
Y soy partidario y respeto a todos los sexos, y el amor es el Dios del alma y de los sentidos, ¿sino para qué vivir? ¿y para qué demeritarlo? el revisionismo sin sentido carece de ojos y de oídos.
Ustedes disculpen si personifico una rara avis, alguien obsoleto porque ama y lo aman.
(1) Pequeña serenata diurna de Silvio Rodríguez.