Hay un sector muy inteligente de nuestra izquierda que se autoconfirma, fortalece y aplaude a sí mismo cada vez que condena las acciones y los vicios políticos de nuestro actual gobernante, y razón tiene hasta cierto punto. Lo lamentable de su actitud y su constancia es que los marcos analíticos de su condena al actual gobernante no van más allá de la ética y el liberal constitucionalismo que cualquier periodista culto puede usar como criterios evaluativos.
Con independencia de la tirria que se le tenga, a Bukele también hay que explicarlo, sin que tal escrutinio suponga justificarlo. Bukele es el disparo en la sien que se pegó el mismo FMLN y eso amerita una profunda reflexión, porque ese disparo no solo ha tenido consecuencias para el Frente sino que para el conjunto de aquella izquierda desarticulada que pugna por nacer y no encuentra el camino.
Y es aquí donde Bukele funciona como autoengaño para el Frente mismo y para aquella intelectualidad progresista que lo detesta. Algunos creen que entregarse a la oposición es la única solución, piensan quizá que ese viaje opositor les dará sentido y también respuestas a las preguntas en el aire que dejó la debacle ética y política de un proyecto revolucionario por el cual se luchó durante la guerra y después de la guerra.
Si algún intelectualillo listo piensa que negar a Bukele ya es un tener un nuevo horizonte para el cambio, se equivoca. Para concebir ese horizonte hay que pensar qué enseñanza tiene para la izquierda la emergencia del fenómeno Bukele, pero también hay que asumir al mismo tiempo qué enseñanzas encierra la caída del FMLN. Y ni este doble encaramiento basta para construir una nueva política.
Concentrarse únicamente en negar a Bukele es autoengañarse si ese rechazo supone la postergación de la gran tarea pendiente de fundar una alternativa política renovadora que no arrastre las deudas, las taras y las cegueras vivas que arrastra el que antaño fue el partido del pueblo.
Burlarse del Presidente, ese deporte nacional en el cual encuentra consuelo la inteligencia huérfana de horizonte, puede ser peligroso si eso supone subestimarlo (Bukele es más astuto de lo que muchos creen); burlarse de los nayilibers es también un deporte cómodo para nuestra aristocracia intelectual. La aristocracia, aun la de la inteligencia, una vez superada la enfermedad del romanticismo popular ingenuo y una vez que se enfrenta al lado oscuro de las masas, suele burlarse del vocabulario, los razonamientos, las faltas de ortografía y las elecciones políticas que hace el pueblo llano. Si el populismo es un vicio político, hay un antipopulismo que no se le queda atrás en la medida en que supone incomprensión y desprecio de la gente humilde.
Parte del electorado que se desgajó del Frente y ahora apoya a Bukele se ha convertido en “La chusma”. Los nayilibers son chusma y la chusma es una de las caras que adopta el pueblo cuando se aparta de la luz de los inteligentes. Despreciar esa elección popular por Bukele, burlarse de ella sin intentar comprender su lógica, revela el divorcio entre la clase media ilustrada y la chusma de las barriadas de nuestra sociedad.
Si esta clase media se presenta a sí misma como la esperanza de la razón y la democracia en nuestro país, lo va a tener difícil para difundir tales valores “hacia abajo” si no comprende la lógica de la mentalidad popular en la actual coyuntura.
La izquierda en este momento no solo es que carezca de horizonte, carece de discurso para reconducir a la chusma al redil. El discurso de la mera negación de Bukele y el miedo al dictador no bastan para persuadir a ese pueblo, a esa chusma que se ha divorciado de la izquierda y de una democracia que defrauda.
Pero bien, el electoralismo limitado hará ver como un gran triunfo que Nuevas Ideas no consiga el control absoluto del parlamento. Pero ese triunfo formará parte del autoengaño, si supone postergar la construcción de un nuevo horizonte para una nueva izquierda. Y si Bukele consigue el dominio del parlamento, lo que nos hará ver esa derrota es todo el tiempo político que se ha perdido desde febrero del 2019. Ni el triunfo ni la derrota electoral sacarán a la izquierda del callejón sin salida en el que ahora se encuentra en todos los sentidos.