martes, 1 octubre 2024
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Utópicos y utópicas del mundo, uní­os

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El artí­culo anterior, que puede consultarse en mi blog de amerindiaenlared.org, terminaba con la proclama “Utópicos y utópicas del mundo, unámonos”. Fue la respuesta que di a un amigo asistente a mi “lección jubilar”. La originalidad de tal respuesta es muy relativa porque, como es fácil de apreciar, se inspira en el final del Manifiesto Comunista” de Marx y Engels, de 1848 (este año celebramos el ciento setenta aniversario de su publicación): “Proletarios de todos los paí­ses, uní­os!”. Se inspira también en un libro, pequeño en extensión pero grande por su sólida fundamentación polí­tica, del cientí­fico social portugués Boaventura de Sousa Santos publicado recientemente en Sí¢o Paulo por la editorial Boitempo con el tí­tulo “Esquerdas do mundo, uni-vos!”.

La palabra “utopí­a” cae como una losa

Cuenta el historiador e intelectual británico Tony Judt en su libro Algo va mal que, al terminar una conferencia sobre la situación mundial pronunciada en octubre de 2000 en Nueva York, la primera intervención fue la de un niño de doce años con una pregunta que dejó al público atónito y al conferenciante sin reacción: “Bien, pero si tienes una conversación cotidiana o incluso un debate sobre algunos de estos problemas [de los que ha hablado Usted] y se menciona la palabra ‘socialismo´, a veces es como si hubiera caí­do una losa sobre la conversación y no hay forma de retomarla. ¿Qué recomendarí­a para retomarla?” [1].

Similar impresión he tenido muchas veces cuando, en ambientes académicos o simplemente coloquiales, se pronuncia la palabra “utopí­a”. Se hace un silencio sepulcral y un gesto de extrañeza. Tal situación es lo que me movió a dedicar a la Utopí­a (con mayúscula, como palabra mayor de mi pensamiento y como guí­a de mi vida) y a las utopí­as (con minúscula, como encarnaciones históricas de un mundo mejor, más justo, fraterno y sororal), la “lección jubilar” del 24 de abril en la universidad Carlos III de Madrid.

En ella me hací­a a mí­ mismo las mismas preguntas con las que comienza el filósofo polí­tico de la utopí­a Miguel Abensouren en su obra “La conversion utopique: L´ utopie et l´ eveil”: “¿Quién puede decir por qué alguien ha podido escribir toda su vida –o casi- sobre la utopí­a, por qué ha podido dar a su trabajo el objetivo de pensar la utopí­a?, ¿cómo podemos intentar explicar el atractivo o, mejor, la atracción que puede ejercer la utopí­a?” [2].

Remedando a Ortega y Gasset, me atrevo a decir que las utopí­as y las distopí­as son el tema de nuestro tiempo, o, al menos, debieran serlo, salvo que prefiramos estar instalados, no sé si cómoda o incómodamente, en la rutina del presente eterno, en lo dado, en lo factual o, peor aún, en un pasado añorante afirmando con mi paisano el poeta palentino Jorge Manrique “cómo a nuestro parescer/ cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Cuidado, el poeta no afirma que los tiempos pasados fueran mejores, sino, que, a nuestro parecer, fueren mejores. Lo que no deja de ser un espejismo.

Pugna entre dos modelos de razón: razón utópica y razón cientí­fico técnica

Existe un enfrentamiento que viene de lejos entre dos concepciones de la razón: la utópica y la cientí­fico-técnica. Dicho enfrentamiento se manifiesta en la anécdota relatada por el teólogo holandés Edward Schillebeeckx:

"Una vez aterrizó con su avión un europeo occidental en medio de habitantes africanos que miraban atónitos al extraño pájaro grande. Orgulloso dijo: ‘En un dí­a he recorrido una distancia para la que antes necesitaba treinta’. Entonces se adelantó un sabio jefe negro y preguntó: ‘Sir, ¿y qué hace con los veintinueve restantes?’" [3].

La anécdota refleja con total nitidez las dos actitudes que podemos adoptar ante la realidad, ante el tiempo, ante la vida, ante los demás, ante la naturaleza y ante nosotros mismos. Una es la actitud técnica, pragmática y calculadora, que convierte en medio lo que es fin, como el ser humano –es su mercantilización- , con tal de lograr sus objetivos de dominio y de crecimiento; depreda la naturaleza como si de un bien sin dueño se tratara; logra programar hasta la esperanza, sin dejar resquicio alguno a la imaginación creadora; considera el futuro como repetición de muchos pasados sumados al presente.

Otra es la actitud utópica, imaginativa e interrogativa, que se pregunta por el sentido de las acciones humanas, no se conforma con la realidad sino que extrae de ella lo más espumoso y creador que posee y tiene la mirada puesta en la meta. Dicha actitud utópica e interrogativa la ilustra Bernard Shaw con la siguiente re-escritura del mito del paraí­so de la Biblia hebrea. En medio de la discusión en el paraí­so entre Adán, Eva y la serpiente en torno a la necesidad de tener aspiraciones que vayan más allá de la mera subsistencia. la serpiente se dirige a Adán y Eva y les dice: “Vosotros veis las cosas como son y os preguntáis por qué. Pero yo sueño con cosas que nunca han existido y me pregunto: por qué no”.

Mi objetivo en la lección jubilar era precisamente rehabilitar y activar la utopí­a y la imaginación creadora con sentido crí­tico y dialéctico en medio de la oscuridad del presente y ponerla al servicio de la emancipación humana, que tiene su traducción en la propuesta de Otro Mundo Posible de los Foros Sociales Mundiales.

___
Bibliografí­a:
[1] Tony Judt, Algo va mal, Taurus, Madrid, 2010, 211.
[2] Miguel Abensour “La conversion utopique: L´ utopie et l´ eveil”, en L´ homme est un animal politique. Utopiques II, Les Éditions de la Nuit, Arles, 2010, 7.
[3] Edward Schillebeeckx, “Hacia un futuro definitivo: promesa y mediación humana”, en AA. VV., El futuro de la religión, Sí­gueme, Salamanca, 1975, 41.

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Juan José Tamayo
Juan José Tamayo
Teólogo, director de la Cátedra “Ignacio Ellacuría”, de la Universidad Carlos III, Madrid; colaborador de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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