"… El tiempo pasa
nos vamos poniendo viejos
yo el amor
no lo reflejo como ayer…"
Algo ha pasado en esta vida y la Historia ha recurvado para enfrentarnos con la verdad. Ahí está el espejo. Nicaragua nos duele más que el doble. La revolución en sus trincheras era santa. El esbirro se ensañó con todos y todos le cobraron cara la maldad.
Desde los púlpitos populares la insurrección era santificada y los muchachos venerados. Los muertos se fueron al cielo con todas las bendiciones y el dictador tenía seguro el infierno.
La revolución de los poetas, los trovadores y los rockeros; la fumada universal que anunció un día: el amanecer dejó de ser una tentación…
Pero desde hace ratos los sueños se hicieron pesadillas. Los polvos de aquella esperanza se hicieron lodos del mal dormir.
Los "muchachos" no se hicieron viejos sabios, sino sordos, voraces y violentos.
El tiempo fue pasando y las lágrimas de alegría se transformaron en llantos de tristeza y desesperanza.
¿Cómo la revolución aquella que fue santa y justiciera se convirtió al oprobio de los tiranos?
Los hijos de Sandino se dividieron entre los que se consideraron puros y a los otros los catalogaron traidores; los puros se fueron pareciendo hasta hacerse igual al dictador.
Las voces fieles que apoyaron el germen histórico hoy condenan al crápula, cuyos estandartes son tirados al suelo como se hizo hace años con el tacho y los tachitos.
Ahora, hasta el papa y Mons Romero ruegan: cese la represión…
Mientras, los chavalos se atrincheran en los adoquines que antaño erigieron también "las divinas turbas", como las calificó un día Tomás Borge; a las que hoy oficialmente definen como "vándalos pagados".
"…Ay Nicaragua, nicaraguita
la flor más linda de mi querer…"