Por Roberto Herrera.
En la época de Karl von Clausewitz, Karl von Moltke y Napoleón Bonaparte, es decir, en la Europa del siglo 19, el teatro de operaciones en el que se desarrollaron batallas estratégicas de gran magnitud y de una dimensión geopolítica trascendental no era más grande que una treintena de canchas de balompié juntas.
El campo de batalla de Waterloo en Bélgica, para dar un ejemplo, abarcó un área aproximada de 3 kilómetros cuadrados. Superficie relativamente pequeña, pero lo suficientemente grande como para dar cabida a los más de 50 mil soldados caídos en combate. Allí, en las cercanías de Waterloo, Wellington derrotó a Napoleón Bonaparte con el apoyo de los prusianos al mando del Mariscal de campo Blücher. Así fue como el 18 de junio de 1815 se puso fin a la época imperialista napoleónica en Europa. Tras el final de las guerras napoleónicas, se produjo un periodo de relativa paz en la Europa continental, que duró hasta la guerra de Crimea de 1853. Un breve lapso que duró casi 40 años en los que reinó la paz de los cementerios.
Y así, como Waterloo, podríamos nombrar también las batallas de Austerlitz en la república Checa en 1805, la de Leipzig, Alemania en 1813, la del Álamo/USA en 1836 y sí queremos retroceder bastante en el tiempo, ahí está la famosa batalla de las Termópilas donde el ejército persa obtuvo un pírrico triunfo contra los espartanos en el año 480 antes de nuestra era.
Como Europa está llena de campos de batallas y, por lo tanto, de cementerios extraoficiales, es muy común encontrar lugares a lo largo de las fronteras donde se desarrollaron cruentos combates. Es muy difícil imaginarse los miles de soldados guerreando cuerpo a cuerpo en tan estrechos espacios convertidos en pocas horas, días o semanas en camposantos anónimos.
En la historia moderna en cambio, a partir del siglo XX los campos de batalla han sido mucho más extensos que todos los grandes estadios de fútbol juntos. La Franja de Gaza, 345 km², teatro de operaciones de una guerra en curso, asimétrica y desproporcionada, podría convertirse en el cementerio más grande del mundo ya que el famoso y luctuoso Wadi al-Salam (Valle de la Paz) en Irak, aprox. 6 km², el más grande del mundo en la actualidad, cabría casi 58 veces.
La guerra y la paz son dos monedas de distintos metales pegadas con diferentes tipos de soldadura. Los mejores soldadores en el universo de las relaciones internacionales entre gobiernos o estados de derecho son los diplomáticos de cartera. Son ellos los que van marcando la pauta en el proceso de negociación, señalando los puntos de unión, limpiando el material de impurezas, calentando o enfriando los metales al compás del son marcial de los cañones de guerra que actúan como electrodos, aumentando o disminuyendo la temperatura de la fragua belicista.
En todas las guerras antiguas y modernas, los estados beligerantes, por lo general, forman alianzas de orden político-militar, político-ideológico, político-comercial, político-económico y político-religioso; y, por tal razón, una de las tareas más importantes de la diplomacia estatal estará enfocada en la preparación de la guerra, en la búsqueda y/o “compra” de aliados tácticos y estratégicos.
Por eso no hay que extrañarse ni sorprenderse que los cuerpos diplomáticos y los órganos de seguridad del estado establezcan conversaciones públicas o privadas con “el enemigo de mi enemigo”, aunque éste sea también mi enemigo. De acuerdo con la máxima árabe de que el “enemigo de mi enemigo es mi amigo” es muy corriente entonces, que cuando se tiene un enemigo en común, lo mejor es unir fuerzas para obtener una victoria conjunta, independientemente de las contradicciones antagónicas o secundarias. A primera vista, pudo parecer paradójico que estados diametralmente opuestos en carácter y contenido político-económico como lo fueron Inglaterra, Estados Unidos y la Unión Soviética, formaran una alianza para enfrentar a los países del Eje (Alemania, Japón e Italia).
Ha habido muchos compromisos y acuerdos “paradójicos” en la política y en la guerra. Pero esta aparente paradoja, se desvanece como pompa de jabón, cuando los hechos concretos o bien el descubrimiento o develación de documentos o acuerdos “secretos” entre bandos contrapuestos, revelan la “verdad” verdadera o la verdadera verdad.
Tal fue el caso del acuerdo secreto firmado entre la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin. Este documento conocido como Pacto Mólotov-Ribbentrop, constó de dos partes: Una oficial y otra secreta. La oficial, es decir, la publicada, era un pacto de no agresión mutua. El segundo, era la parte secreta que comprendía la tácita partición de Polonia en dos partes a lo largo de los ríos Narev, Vístula y San. Es preciso aclarar, que este pacto de no agresión mutua tuvo vigencia hasta el 18 de diciembre de 1940, fecha en que Hitler ordenó la “Operación Barbarroja”, vale decir la declaración de guerra contra la Unión Soviética. Empero el acuerdo secreto se ejecutó al 100 por cierto. Alemania invadió Polonia el uno de septiembre de 1939 y la Unión Soviética el 17 de septiembre del mismo año, tal y como lo estipulaba el Pacto Mólotov-Ribbentrop.
Siguiendo este mismo esquema o modus operandi, el gobierno de los Estados Unidos apoyó y alentó durante la guerra en Afganistán en los años setenta del siglo pasado al grupo terrorista y yihadista Al Qaeda de Bin Laden en su lucha contra el ejército soviético.
Algo parecido sucedió en Gaza, donde el grupo terrorista y yihadista Hamás, también fue apoyado en sus orígenes (1987) por el estado israelí con el propósito de desgastar y debilitar al movimiento palestino. Israel jamás se imaginó que Hamás desarrollaría una fuerza militar con capacidad operativa, según se lee en la prensa oficial y extraoficial, para llevar a cabo el 7 de octubre del corriente año la “Operación Inundación de Al-Aqsa”, que comprendió el ataque a bases militares y el asesinato de civiles en las comunidades israelíes vecinas y la masacre de más de 260 jóvenes en el festival de música “Tribe of Nova” cercano a la frontera con la Franja de Gaza. Acción terrorista ocurrida, casualmente dos días antes de la conmemoración del 56 aniversario de la muerte del Che Guevara en la Higuera, Bolivia. Operación militar-miliciana destinada a matar civiles y sembrar el terror en la ciudadanía israelí, comparable a los atentados de Al Qaeda del 11 de septiembre del 2001 en los Estados Unidos, al atentado yihadista del 11 de marzo 2004 en el metro de Madrid y al ataque de gas sarín en el metro de Tokio el 20 de marzo 1995 perpetrado por la secta religiosa apocalíptica conocida como Aum Shinrikyō.
Cabe distinguir y resaltar aquí, para marcar distancias entre la lucha revolucionaria marxista del siglo XX en América Latina y los atentados terroristas del mismo siglo y del presente, que la lucha antimperialista del Guerrillero heroico, comandante Guevara, estuvo enfocada única y exclusivamente a derrotar a los ejércitos de los respectivos gobiernos en los países donde combatió, es decir en Cuba, Congo y Bolivia. El Che jamás hubiera hecho u ordenado lo que Hamás hizo: Atacar militarmente a la población civil indefensa y utilizar a hombres, mujeres, niños y ancianos como escudo protector.
Ahora bien, como no soy activista en pro ni en contra de las partes beligerantes y para que no haya malentendidos: Criticar el modus operandi de ambos contendientes en esta asimétrica y desproporcionada guerra irregular, no me convierte per se, en un anti palestino o en un antisemita. Simplemente soy un ciudadano del mundo que busca en medio del caos informativo encontrar una explicación histórica integral, ecuánime, ponderada y justa, y quien, además, se solidariza con las víctimas civiles de ambas partes más allá de las edades, credos y nacionalidades.
De estos sucesos verídicos se pueden sacar dos lecciones históricas que se han repetido a lo largo de la humanidad. La primera de carácter político-militar y diplomática, que, detrás de todos los acuerdos de paz o los pactos de agresión entre naciones o grupos político-militares o político-religiosos aparentemente antagónicos, está omnipresente la lucha por el poder político-económico mundial o regional. La segunda de carácter refranero popular: “Cría cuervos y te sacaran los ojos” en algún momento de tu vida.
Resumiendo, se puede afirmar y confirmar que toda guerra o conflicto militar es un fenómeno típicamente humano en función de alcanzar, mantener o imponer el poder, cueste las vidas que cueste. ¡Never forget Hiroshima and Nagasaki!
El conflicto armado en el Cercano Oriente es extremadamente complejo como para señalar quién es el bueno y quién es el malo. Los conflictos por lo general no son blanco y negro, sino cromáticos y multicausales. Por lo demás, ninguna guerra, sea ésta “justa” o “injusta”, “santa o impía”, “sucia” o “limpia”, “high tec” o “clásica”, “fría” o “caliente” trae consigo la paz plena e integral.
Es difícil imaginarse una paz plena y duradera en el Cercano Oriente mientras los tambores de la guerra estén sonando permanentemente. Por lo demás, cuando la “paz”, a secas, es el resultado de una negociación parcial e inconclusa, en la cual la solución final del meollo del problema se posterga para el futuro, es una paz adornada con crisantemos, es decir, una paz de cementerio.