miércoles, 11 diciembre 2024
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El riesgo de un nuevo no-orden económico

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El actual orden económico internacional, encabezado por Estados Unidos y sus aliados luego de la Segunda Guerra Mundial, está apuntalado por instituciones multilaterales, entre ellas el FMI y el Banco Mundial.

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LONDRES ““ El mes próximo, cuando los ministros de finanzas y los gobernadores de los bancos centrales de más de 180 paí­ses se congreguen en Washington, para las reuniones anuales del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, se enfrentarán a un orden económico global bajo una tensión cada vez mayor. Al no haber ofrecido la prosperidad económica inclusiva de la cual es capaz, ese orden es objeto de crecientes dudas -y desafí­os en alza-. A menos que se corrija el curso, los riesgos de que el orden de hoy conduzca a un no-orden económico mundial no harán más que intensificarse.

El actual orden económico internacional, encabezado por Estados Unidos y sus aliados luego de la Segunda Guerra Mundial, está apuntalado por instituciones multilaterales, entre ellas el FMI y el Banco Mundial. Estas instituciones fueron diseñadas para cristalizar las obligaciones de los paí­ses miembro, y representaban un conjunto de prácticas adecuadas en materia de polí­tica económica que evolucionaron hasta llegar a lo que se conoció como el "Consenso de Washington".

Ese consenso estaba arraigado en un paradigma económico que apuntaba a promover interacciones de beneficio mutuo entre los paí­ses, haciendo hincapié en la liberalización del comercio, los flujos transfronterizos de capital prácticamente sin restricciones, la libre fijación de precios y la desregulación doméstica. Todo esto estaba en un marcado contraste con lo que se desarrollaba detrás de la Cortina de Hierro y en China en la primera mitad del perí­odo de posguerra.

Durante varias décadas, el orden internacional liderado por Occidente funcionó bien, y ayudó a brindar prosperidad y una relativa estabilidad financiera. Luego se vio sacudido por una serie de sacudidas financieras que culminaron en la crisis financiera global de 2008, que desató una catarata de quiebras económicas que llevaron al mundo al borde de una depresión devastadora de varios años. Fue el colapso económico más grave desde la Gran Depresión de los años 1930.

Pero la crisis no surgió de la nada para desafiar un orden económico saludable. Por el contrario, hací­a mucho tiempo que la evolución del orden global habí­a sido superada por los cambios económicos estructurales en el terreno, en donde las instituciones de gobernancia multilateral se demoraron mucho tiempo en reconocer plenamente el significado de los acontecimientos del sector financiero y su impacto en la economí­a real, o en brindarle un espacio adecuado a las economí­as emergentes.

Por ejemplo, las estructuras de gobernancia, incluido el poder de voto, se corresponden mejor con las realidades económicas de ayer que con las de hoy y mañana. Y la nacionalidad, más que el mérito, sigue siendo la guí­a dominante para la designación de los lí­deres de esas instituciones, en las que las posiciones clave siguen estando reservadas para ciudadanos europeos y estadounidenses.

Las consecuencias desestabilizadoras de esta incapacidad obstinada para reformar lo suficiente la gobernancia multilateral se han combinado con la propia lucha por parte de China para reconciliar sus prioridades domésticas con sus responsabilidades económicas globales como la segunda economí­a más grande del mundo. Otros paí­ses, particularmente entre las economí­as avanzadas, también han fallado a la hora de transformar sus polí­ticas domésticas en respuesta a las relaciones económicas que resultan de la globalización, la liberalización y la desregulación.

Como resultado de todo esto, el equilibrio de ganadores y perdedores se ha vuelto cada vez más extremo y más difí­cil de manejar, no sólo económicamente, sino también polí­tica y socialmente. Hay demasiadas personas que se sienten marginadas, olvidadas y desposeí­das -y furiosas con los lí­deres y las instituciones que han permito que esto sucediera-, y la presión polí­tica interna se ha intensificado, lo que hace que los paí­ses se replieguen hacia adentro.

Esta tendencia se refleja en los recientes desafí­os que sufrieron varios componentes del orden económico, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, así­ como el retiro de Estados Unidos del Acuerdo Transpací­fico y la renuncia del Reino Unido a ser miembro de la Unión Europea. Todo esto está arrojando una sombra sobre el futuro del sistema económico global.

El giro de Estados Unidos hacia adentro, que ya vení­a en marcha desde hací­a varios años, ha sido particularmente significativo, porque deja al orden mundial sin un conductor principal. Frente al hecho de que ningún otro paí­s o grupo de paí­ses no está ni siquiera cerca de poder llevar la batuta, la aparición de lo que el politólogo Ian Bremmer ha llamado la "era del G-cero" se vuelve mucho más probable.

China responde al debilitamiento medular del sistema global acelerando sus esfuerzos por construir redes pequeñas, inclusive en torno de las estructuras de poder tradicionales dominadas por Occidente. Esto ha incluido la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, la proliferación de acuerdos de pago bilaterales y el desarrollo de la "Iniciativa un cinturón, un camino" para construir infraestructura que vincule a China con Asia occidental, Europa y África.

Estas dinámicas están atizando las tensiones comerciales y aumentando el riesgo de una fragmentación económica. Si esa tendencia continúa, la configuración económica y financiera global se volverá cada vez más inestable, amplificando las amenazas geopolí­ticas y de seguridad en un momento en el que la coordinación transfronteriza es vital para hacer frente a las amenazas de actores no-estados y regí­menes disruptivos, como Corea del Norte. Con el tiempo, los riesgos asociados con este giro hacia un no-orden económico global podrí­an tener serios efectos adversos en la geopolí­tica y la seguridad nacional.

Nada de esto es nuevo. Sin embargo, año tras año, las máximas autoridades gubernamentales presentes en las reuniones anuales del FMI/Banco Mundial no logran enfrentarlo. Es probable que este año no sea diferente. En lugar de discutir medidas concretas para desacelerar y revertir la marcha hacia un no-orden económico global, las autoridades probablemente darán la bienvenida al repunte cí­clico del crecimiento global e instarán a los paí­ses miembro a hacer más en pos de eliminar los impedimentos estructurales para un crecimiento más rápido, más duradero y más inclusivo.

Si bien esto es entendible, no es lo suficientemente bueno. Las próximas reuniones ofrecen una oportunidad crucial para empezar una discusión seria sobre cómo frenar las dinámicas en las que todos pierden que han venido consolidándose en la economí­a global. Cuanto más tiempo lleve sembrar las semillas de la reforma, menos probable que echen raí­ces -y más factible que surja un no-orden económico mundial en el que todos resulten perdedores.

Mohamed A. El-Erian, asesor económico jefe en Allianz, fue presidente del Consejo de Desarrollo Global del presidente de Estados Unidos Barack Obama y es el autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse.

Copyright: Project Syndicate, 2017. www.project-syndicate.org

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Mohamed A. El-Erian
Mohamed A. El-Erian
Es presidente del Queen´s College en la Universidad de Cambridge, es profesor en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania y el autor de The Only Game in Town: Central Banks, Instability, and Avoiding the Next Collapse (Random House, 2016). Columnista Contrapunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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