lunes, 2 diciembre 2024
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Culto a la guerra o cultura de paz

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La alteración radical en el panorama político en El Salvador no deja de dar sorpresas. Una nueva clase política ha asumido el gobierno de la República e, inesperadamente, se arroga la responsabilidad histórica de desmantelar las bases y los símbolos de lo que fue la represión política en el viejo régimen militar oligárquico. Estos a pesar de los Acuerdos de Paz, subsistieron grotesca y tercamente como estandartes del partido de derecha, ARENA, fundado en 1981, en plena guerra civil.

Aunque pareciera indispensable que, para construir la paz, había que enterrar los símbolos de la guerra civil, puede sostenerse que no era de esperar que los gobiernos de ARENA y dicho partido quisieran renunciar a sus símbolos bélicos, aún a 30 años de la firma de los Acuerdos de Paz.  Esa actitud demuestra claramente que la fe en la Paz siempre estuvo lejos de los ideales de este partido.

La iniciativa para hacer valer una cultura de paz, y consecuentemente disolver los símbolos de la guerra civil, tampoco fue asumida por los gobiernos del FMLN, ni por ese partido. Como se sabe, éste surgió de una guerra civil que se proclamó como recurso para terminar con la dictadura y la injusticia social, aunque -ya en el gobierno- este último ideal fue lo primero que abandonaron, como lo indican todos los balances hechos por distintas analista, sobre los resultados de los Acuerdos de Paz.

El FMLN fue fundado como partido político en 1992, luego de los Acuerdos de Paz, bajo la égida de algunos dirigentes sobrevivientes -militar y políticamente hablando- de la izquierda guerrillera. Durante sus prácticamente 30 años como partido electoral -sus dirigentes- tampoco quisieron renunciar a sus emblemas y discursos bélicos, como lo demuestra su gastado recurso al léxico de guerra fría, al cual aún apelan luego de su fracaso electoral; la descalificación de los críticos (por no sudar la camiseta o por no ser sumisos a la “comandancia”) y su cansona autoproclama como comandantes guerrilleros, sin otro título más que ostentar.

En consecuencia, la Paz ni el empoderamiento ciudadano, figuraron como ideas fuerza en sus programas de gobierno ni en el ejercicio de éstos (2009-2019), como tampoco la de una propuesta de sociedad fundada en la equidad social. Esto se puede deducir con un análisis sencillo, desapasionado del documento “200 logros en los gobiernos del FMLN” (pdf_200_logros.pdf) que reúne una serie de acciones puntuales, posiblemente impulsadas por cuadros medios con buena voluntad, y que a manera de reivindicación coloca el propio partido en su página Web oficial. No obstante, pone en evidencia la carencia de una visión estratégica clara.

Este comportamiento, por parte de los dos partidos mencionados, se reflejó -hasta el cansancio, durante 30 años- en una cultura política hostil, en la que el discurso agresivo y grosero fue lo predominante en la posguerra, en el que la guerra civil figuraba siempre como un fantasma y, consecuentemente, alimentaba la idea del conflicto permanente en la percepción de la ciudadanía. Mientras, -tras bambalinas- la clase política, particularmente representada en la Asamblea Legislativa por ARENA Y el FMLN, llegaba a arreglos llamados atrevidamente de gobernabilidad; pero que a los ojos de la población se traducían en acuerdos espurios que se desbordaban ante la población como imágenes y muestras de corrupción política: expresidentes presos por desfalcos, acuerdos con las maras con fines electorales, sobresueldos, sumisión de un poder del Estado a otro, ineficiencia de las instituciones públicas y creciente acoso de los pandilleros a la población civil. Eso es lo que experimentaban y percibían amplios sectores sociales en pobreza, sin atención del Estado y, consecuentemente, forzados a la migración.

Durante esos 30 años de posguerra, el único factor de cambio social en El Salvador ha sido el aumento de las remesas, que llegan ya a los 6 mil millones de dólares anuales, enviados por 3 millones de salvadoreños en el exilio y que, junto con sus familias, reclaman un reconocimiento a su esfuerzo y patriótica lealtad. Este sector, desde el punto de vista sociológico y antropológico, puede identificarse como una clase o segmento social que, dada su vivencia en el exterior, adquiere una nueva cultura política y económica, eleva su nivel educativo y, consecuentemente se vuelve determinante en el cambio social que -por la vía electoral- reclama la sociedad salvadoreña, y que ha depositado como esperanza, en un cambio de gobierno.     

No es para nada aventurado afirmar que estas realidades y la percepción de estos hechos socio-políticos, por parte de la ciudadanía salvadoreña, está en la base de su decisión de votar, de manera mayoritaria, por una oferta política radicalmente nueva con relación a la que dominó el escenario salvadoreño de posguerra y explica, a su vez, su pertinaz apoyo a las medidas de depuración política que el nuevo gobierno ha impulsado.  

El logro de la anhelada Paz para el pueblo salvadoreño sólo puede estar depositada en la construcción auténtica de una cultura de Paz y en la apertura de una ruta al desarrollo integral de los salvadoreños, es decir en la construcción de una sólida ciudadanía con derechos humanos vigentes. Los gobiernos de posguerra fracasaron en ese intento, el camino de la esperanza está por escribirse, esta no puede negársele a los salvadoreños.

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Ricardo Sol
Ricardo Sol
Académico, Comunicólogo y Sociólogo salvadoreño residente en Costa Rica. Fue secretario general del Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA). Columnista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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