lunes, 13 mayo 2024

Cerca del Pueblo: los nuevos jugadores políticos del Perú

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Con las venas todavía abiertas, así está Perú. En medio de una aparente “tregua” y una profunda deslegitimación de las instituciones del Estado Peruano, surgen nuevos rostros provenientes de la olvidada sierra peruana. Conversamos con Yehude Simon, político peruano y ex primer ministro, sobre los horizontes que se contemplan en el país andino.

Por Hans Alejandro Herrera Núñez

Con las venas todavía abiertas, así está Perú. Las protestas han bajado mientras el país de los incas se aísla cada vez más del resto del continente. En medio de una aparente “tregua” y una profunda deslegitimación de las instituciones del Estado Peruano, surgen nuevos rostros provenientes de la olvidada sierra peruana. Conversamos con Yehude Simon, político peruano y ex primer ministro, sobre los horizontes que se contemplan en el país andino.

Yehude Simon, es un dirigente político importante en el Perú, fue diputado, primer ministro, dos veces gobernador de Lambayeque y también ex preso político durante la dictadura de Alberto Fujimori. A propósito de la reciente juramentación del nuevo presidente de la Asociación de municipios del Perú que engloba a 1800 distritos y 195 alcaldías provinciales, Simon nos aproxima a una panorámica de la actual crisis en el caótico Perú.

Lo que podría haber pasado de ser un evento intrascendental cobró aristas más interesantes. Normalmente la juramentación de un cargo como el de dicha Asociación de municipios del Perú, resulta poco o nada cubierto a nivel de medios del país. Sin embargo en esta ocasión la misma situación ofrecía ser algo más importante de lo que se esperaría.

En un hotel histórico en el centro de Lima, frente a una plaza tomada por la policía y en medio de una atmósfera de democracia tutelada, se reunieron alcaldes de provincias y distritos del Perú. Afuera lustrabotas, vendedores ambulantes y una columna de una docena de hombres y mujeres cansados, con calor y sed, sentados casi de cuclillas en la acera, porque no hay bancas dónde sentarse. Lima es ancha y ajena. Al fondo de ellos, una columna de policías aburridos controla que nadie entre a la plaza a molestar a las palomas que ahora la pueblan. Perú es un país de unas diferencias atroces. Son solo seis metros de distancia entre esos peruanos de rostro desencantado de los invitados que van llegando a la puerta del Hotel Bolívar. Uno que otro congresista llegan en camionetas 4×4 de ventanas hoy en día polarizadas y quién sabe si mañana a prueba de balas. En la puerta se arremolinan personas con sus celulares, conversaciones cargadas de entusiasmo y preocupación. Dentro del hotel, un gran salón de columnas de mármol y una cúpula de cristal de colores recuerda una época de prosperidad. Un coche de época, talvez de los años de la Belle Epoque, adorna el vestíbulo junto a unos ascensores enchapados en pan de oro y espejos. Los asistentes en el salón miran con curiosidad el lugar, para algunos de ellos es la primera vez que vienen a Lima, y puede que también la primera vez que pisen un hotel así. “Huele a caro” escucho a decir a un chico que lleva un niño Dios en brazos, está vestido conforme a alguna danza patronal de su tierra. “No toques nada, no vaya ser que luego digan que lo rompimos” escucho a un hombre mayor decírselo a uno más joven. En el interior de una gran sala la prensa espera. Sala llena. Una mesa con autoridades y un crucifijo.

Dos días después en una casa en Surco, rodeado de libros y con una imagen de la Virgen de Guadalupe dominando la escena, me siento a conversar con el ex primer ministro y ex preso político, Yehude Simon. Tiene una sonrisa transparente que enmarca un rostro arrugado y una cabeza ya canosa. Los peruanos no suelen ser tan sonrientes. En su caso su sonrisa denota optimismo.

Le manifiesto mi preocupación por el Perú y la extraña calma que se vive en estos días de verano austral.

“No se ha acabado la situación [de conflicto]. Aquí lo que hubo fue un agotamiento. Ganaba quien esperaba a que el otro se cansara más rápido, a quien se agotara más rápido. Si los hermanos de los pueblos del Sur que están acostumbrados al frío del clima del Ande y al calor de su gente, encontraron en cambio aquí, en Lima, la frialdad de ser vistos como marcianos, con un calor inclemente en verano, con hasta 33º, y además sin comida, sumado al maltrato que recibieron del ejecutivo, con bombas lacrimógenas y perdigonazos, sumado a una actitud racista hacia ellos, entonces te podrás imaginar. Fue terrorífico lo que dijo un puneño cuando llegó a su tierra: ‘Lima es una ciudad extraña, una ciudad mala, nos tratan como terrucos, como extranjeros’. Entonces en torno a ese agotamiento lo que ha habido evidentemente es una pausa muy, muy corta. Están pensando llegar manifestantes a Lima las próximas semanas. Pero ellos, los pueblos del Sur nunca descansaron, no descansan. Aquí no hay una tregua, esto es como el zancudo que viene y pica. Ahora los zancudos pueden estar picando poco, pero pican, y sin embargo mañana vienen todos los zancudos, todos. No va ser fácil para la señora Dina, porque tampoco hay una corrección de parte de ella. Pero el problema mayor no está en la señora Dina, está en las fuerzas armadas y policiales que no pueden permitir que nuestros pueblos se vayan, porque esta ruptura que hay puede conducir incluso a una ruptura de fronteras, lo cual es producto del equívoco de la clase política peruana, de los gobiernos peruanos que precisamente nunca miraron al sur. No hay que ser de izquierda para decir las cosas por su nombre, simplemente no hemos querido visibilizarnos entre nosotros.”

Lucha de clases ¿Una revolución en el Sur?

“Estamos viviendo un proceso pre revolucionario, no revolucionario, sino pre revolucionario, pero que podría ser revolucionario si se sigue matando a la gente” me señala Simon con una seria tranquilidad y sin ninguna sonrisa de por medio. “Como dije ese día, nosotros los peruanos no queremos muertos, no queremos balas. Los peruanos queremos diálogo, queremos obras y queremos avanzar. Entonces el Ejército tiene que entender que no estamos viviendo un proceso de violencia producto del terrorismo, comunismo o marxismo, esta violencia es, y quiero decirlo en crudo, producto de clases, no algo ideológico, sino de clases. Los empresarios pueden proteger sus inversiones, pero tienen que tender puentes, no tienen que odiar”.

En este momento cabría preguntarse en un país tan polarizado como Perú quiénes odian más. Si los empresarios o los manifestantes del Sur.

“Aquí ha pasado algo en los últimos tres meses. Los del Sur no odiaban, estaban resentidos por el abandono, pero no odiaban. Ahora están odiando por el maltrato. Son etapas, siempre fue el resentimiento. Hoy es odio. Por el otro lado tenemos entre cierto empresariado ultra conservador un odio incluso por la raza. Ven al aymara, al quechua como vago, como flojo, como analfabetos, y lo recontra odian a Velasco [dictador peruano de políticas de izquierda entre 1968-1975] por la Reforma Agraria. Nunca entendieron la profundidad del significado de la Reforma Agraria, sino fuera por Velasco hoy tendríamos a Guzmán [líder de la secta maoísta Sendero Luminoso], porque la Reforma significó que muchos peruanos tuvieran algo suyo. Al peruano le importa tener su pequeña propiedad, ser propietario de algo, y Sendero se equivocó con ellos, y eso gracias a Velasco. Pero el gran empresario no le importa que el pequeño propietario tenga propiedad, sino que lo que le interesa es aplastarlo, tenerlo de servil”.

Cabe oportuno mencionar lo que ya una vez mencionó el sociólogo Talcott Parsons, según él un “perdedor social” debe poder hallar en el sistema y a través de sus intercambios factibles las posibilidades de su propia recuperación, porque precisamente es dicha facilitación de la recuperación lo que legítima un sistema social: cuando el sistema amputa horizontes, entonces la disfunción puede conducir al «conflicto», y en este punto, para Parsons, el conflicto se produce cuando el «perdedor» (en lo económico, lo político, lo social) rechaza globalmente el sistema del cual se considera «victima». Para Parsons, cómo bien escribimos en un anterior artículo en ContrapuntoSV, ¿Hablamos? Una Constituyente para Perú I: De Heráclito y Parsons a Ralf Dahrendorf, el poder “nunca debe extremar su victoria” y no debe extremarla para no perder a los “perdedores”, los cuales podrían sentirse tentados a crear “otro” poder. Y es precisamente esa la situación a la que está yendo el Perú.

Por otro lado las palabras de Simon sobre clases, hacen recordar lo que ya mencionó en muchas oportunidades Ralf Dahrendorf, quien específica en El conflicto social en la sociedad industrial, que “son las clases y sus relaciones, muchas veces conflictivas, las que mueven la sociedad y la obligan a ampliar sus límites integradores”. Dahrendorf no veía peligro de rupturas revolucionarias sino más bien una evolución socialdemócratica de la sociedad, si y solo si, una sociedad haya institucionalizado el conflicto social en las esferas estatal y económica. En el caso peruano lo único que parece evidentemente institucionalizado es la violencia, la represión y los estallidos sociales, pero sin soluciones ni espacios de solución de gerencia. Perú parece un país, ora sin Instituciones, ora con instituciones desfasadas y con una dirigencia desconectada de la realidad. Pero volvamos a Simon, según él cierta “dirigencia [económica] no ha superado una mentalidad de tiempos del virreynato”.

Con una institucionalidad rota y falta de legitimidad, se plantean más preguntas que respuestas en Perú, súmese a ello el aislamiento internacional del Perú.

“No estoy de acuerdo con lo que hayan dicho los presidentes de Colombia o México”, me refiere Simon, “pero son opiniones y lo que han hecho es opinar. Si rompen [el gobierno de Perú] con México el daño que hacen es gravísimo para la economía del Perú. Nuestro país tiene con México un intercambio bárbaro. ¿Y ahí quién se va a perjudicar?”

Si el conflicto es como el fenómeno del Niño, tormentas y grandes lluvias que caen cada cierto tiempo, entonces uno tiene que tener los canales y diques para conducir toda esa agua y evitar que las ciudades y los cultivos acaben anegadas. En nuestro caso, esos canales habrían de ser las instituciones. Pero, me pregunto a mi mismo, ¿qué instituciones?

Simon parece tener una potencial respuesta: los municipios.

“Como sabes el alcalde de Huancayo juramentó ante el gobernador de Arequipa. Son rostros nuevos, y precisamente del Sur, que han derrotado a los alcaldes de Lima y del norte en las elecciones de la Asociación de municipios del Perú”. Dicha asociación engloba 1800 alcaldías de distritos y 195 alcaldías provinciales, es decir son el nexo, el puente del Perú frente al Estado central. “Mientras la presidenta de Perú se inmiscuyó en las elecciones internas del AMPE, Asociación de municipios del Perú, haciendo todo lo posible para que ganara un alcalde de Lima, los alcaldes de la mayoría de distritos y provincias del Perú optaron por que venciera la lista del alcalde de Huancayo. Tanto así que la diferencia en el voto de los municipios de Perú por la lista de Huancayo fue abrumadora, superó en mucho a los candidatos de los dos alcaldes de Lima. De 800 alcaldes nacionales las listas de Lima alcanzaron unos 120 votos frente a la lista de Huancayo de 340 alcaldes. El mensaje es claro”.

En el pasado el AMPE ha sido utilizada como arma política de los gobiernos de turno, hoy todo evidencia que podría ser diferente, incluso ser una oportunidad de espacio para un diálogo nacional que encuentre una salida a la crisis en Perú. Pero como me señala Simon, esta Asociación ocurre que no tiene un edificio, ni documentos, llegar a dirigirlo “es como cruzar el desierto del Sahara para encontrar que tu destino es un desierto. Así que su trabajo [el del alcalde de Huancayo] es empezar de cero, pero tenemos esperanza. Por otro lado la nueva dirigencia del AMPE tiene que empezar a recoger el sentimiento de la población. Ambos líderes provinciales (el gobernador de Arequipa, Rohel Sánchez, y el alcalde de Huancayo, Dennys Cubas) tienen la ventaja de ser rostros nuevos, que exige la población, y ambos son profesionales preparados (Sánchez ha sido rector de una universidad pública). Son rostros con los que el país, y especialmente el Sur puede empezar a identificarse” me dice Simon con una sonrisa franca.

Horas más tarde y después de cruzar un sol de castigo llego a Miraflores, el distrito burgués de moda en Lima. En un día común y corriente es fácil contar al caminar solo unas diez manzanas, entre doce a quince personas mendigando en esas calles limpias con cámaras de seguridad vigilando. La mitad de estos son venezolanos, muchas son mujeres o llevan niños a cuestas. Frente a los escaparates de tiendas de productos deportivos y smartphones, los perdedores de la sociedad son vistos por muchos como simples moscas que incomodan el paisaje urbano, pero que mañana podrían ser zancudos que piquen. En el Vivanda, yendo a comprar mi cena precocinada, paso a buscar un insecticida para pulgas, al voltear el pasillo de productos de desinfección veo correr un par de niños. Parecen estar jugando. Luego aparece una niña jalada del cuello por un miembro de seguridad. Su cara lo dice todo: ya perdí. La niña debe tener 10 u 11 años. El de seguridad se la lleva a alguna parte que no alcanzo a ver. Los compradores siguen en lo suyo. Alguna se toca la cartera. Yo el bolsillo. Trato de olvidarme, busco el insecticida. De lejos escucho a la niña gritar: ayuda. Pero se calla y yo trato de pensar en otra cosa. Otra vez la oigo gritar. Volteo a ver de dónde viene. Se oye lejos, demasiado lejos de la comprensión y Dios sabe que tan cerca de algo peor que un castigo. Vuelve a gritar. Desisto. No he encontrado el insecticida que buscaba. Me voy. Es más fácil mirar a otro lado, pero es más difícil taparse los oídos. Mientras tanto la gente sigue haciendo sus compras, es un día normal en Lima.

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Hans Alejandro Herrera
Hans Alejandro Herrera
Consultor editorial y periodista cultural, enfocado a autoras latinoamericanas, Chesterton y Bolaño. Colaborador de ContraPunto
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