Por Rafael Francisco Góchez.
X: @rfgochez
¿Qué propósito y significado tiene la participación de Nayib Bukele como orador invitado en la reunión anual de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés), realizada en Washington DC del 21 al 24 de febrero de 2024? Tal es la pregunta que debió quedar para la reflexión en la esfera del análisis político nacional, más allá de la anécdota, los extractos de su discurso, las reacciones favorables de sus partidarios y las usuales rabietas de sus detractores.
En primer lugar, hay que entender el porqué de darle una vitrina como la de la CPAC al presidente del país más pequeño del continente americano, que no tiene visos de ser potencia militar ni económica. Algunos podrán argüir, con simpleza, que este es el resultado del trabajo sostenido que los lobistas contratados por Bukele han hecho en la esfera política republicana desde 2020. Puede ser, pero por más cabildeos que pudieran hacerse, tal invitación no se habría dado si no fuese porque la figura de Bukele debe tener algo atractivo que ofrecer a los organizadores, en un trato de mutuo beneficio para ambas partes.
¿Cuál sería, entonces, ese atractivo? Una explicación plausible es que Bukele representa el éxito continental concreto de una gestión que refuerza la visión conservadora en un área de mucha preocupación para ellos: la seguridad pública. Importantes ciudades de los Estados Unidos han experimentado, en los últimos años, un crecimiento de la criminalidad que, en parte, se explica por la relajación e incluso negligencia en la aplicación de las leyes (como ha ocurrido, por ejemplo, en recientes oleadas de “smash and grab”, vandalismo organizado, frente a la pasividad policial y las políticas tolerantes progresistas del partido Demócrata). En el horizonte, esto conecta con otros dos temas de la campaña republicana: tráfico de drogas e inmigración ilegal.
En este debate, hay que tener presente la ideología conservadora y su acción social, dentro de la cual lo que interesa es detectar y castigar al delincuente; mientras que, en contraparte, el progresismo de izquierdas pone el enfoque en tratar de entender los motivos del delincuente y, de una u otra forma, acaba justificándolo por el contexto sociocultural u otras razones, suavizando el control social ejercido por las autoridades. Es así como la política de seguridad aplicada por Bukele en El Salvador emerge como un claro ejemplo de efectividad conservadora, avalada por cifras y aceptación popular, frente al fracaso de décadas de políticas progres malamente aplicadas en el contexto de un estado corrupto.
El sentido de que este importantísimo sector, con fuertes vínculos con el partido Republicano, le haya abierto la puerta a Bukele para entrar a la política interna estadounidense fue claramente expresado por el senador del estado de Florida, Marco Rubio, quien escribió lo siguiente (en un artículo publicado el 23 de febrero de 2024 en el sitio Informe Orwell):
“Mientras más próspero se vuelva El Salvador, más se convertirá en un modelo a seguir para sus vecinos en nuestra región. Esto ayudará a los Estados Unidos, porque a medida que el crimen y la emigración disminuyan en América Latina y el Caribe, tendremos que preocuparnos menos por el cruce de pandilleros y drogas mortales en nuestra frontera sur”.
Este reconocimiento explícito le sirve a Bukele como respaldo frente a los ataques de ciertos sectores de la izquierda estadounidense (traducidos no solo en recelos y acosos, sino en pasadas sanciones para sus funcionarios: lista Engel y ley Magnitsky). Así, Bukele entra a la escena política norteamericana como un líder conservador fuerte, que representa estabilidad en la región y ofrece el beneficio esencial de siempre haber manifestado ser un aliado de los Estados Unidos, dentro del respeto a la soberanía de las naciones.