sábado, 27 abril 2024
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Todo imperio muere, pero muere matando

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Por Carlos Velis

Con la doctrina del neoliberalismo, Estados Unidos logró tres cosas: el dominio de todo el mundo a través del capital financiero y sus tentáculos, el FMI, el BM, la OMC y el guardia político, la ONU. La globalización era un sistema genial para organizar a todo el mundo según sus necesidades. Al final de la Segunda Guerra Mundial, ante una Europa devastada y con grandes necesidades, se crean los Acuerdos de Bretton Woods, que estableció el dólar como moneda de referencia internacional; en otras palabras, la supremacía imperial de Estados Unidos se consolidaba sin necesidad de hacer una guerra; más bien, como consecuencia de una.

Desde su cómoda posición, propició conflictos internos y externos en todo el orbe. Además de asesinatos políticos, incluido su propio territorio, todo muy controlado. El mundo se dividió –muy convenientemente– en dos, el comunismo, la URSS y sus satélites y la “democracia”, donde EUA imponía su hegemonía poniendo y quitando gobiernos y dejando una estela de muerte y destrucción. Todo amparado por la famosa guerra fría.

Eventualmente, el sistema soviético cayó y, con él, la amenaza comunista; sin embargo, el asedio de la OTAN hacia la actual Rusia, ya sin satélites siguió. A pesar de que Rusia se integró al capitalismo, incluso al neoliberalismo, no fue suficiente. Los medios políticos y de comunicación de Estados Unidos y todo el mundo “democrático” –incluidos sus aliados más antidemocráticos– siguen vendiendo la idea del anticomunismo. La guerra fría ya no tenía sentido, o no tendría que tenerlo; no obstante, el imperio inició otra guerra, la financiera, con un arma tan letal como cualquier misil con ojiva nuclear, que es el chantaje financiero, los bloqueos al comercio de los países caídos de la gracia del hegemónico.

Pero qué busca el imperio al atacar a un país que nunca los ha atacado. Claramente, lo mismo que ha buscado en Libia, Siria, Venezuela, Irán, Irak, Afganistán y un largo etcétera. La rapiña de sus recursos naturales. Rusia es una región del mundo, con verdaderas riquezas inconmensurables. En estos momentos en que se está librando una guerra entre Rusia y Ucrania, está muy claro el papel que Estados Unidos y la OTAN han jugado tras bambalinas, cercando a la primera, con misiles nucleares a lo largo de toda su frontera.

La sanción a Rusia por la invasión a Ucrania fue el bloqueo de sus activos internacionales en bancos europeos, pero exigía los contratos de la venta del gas, en dólares o euros, que serían bloqueados en el momento en que ingresaran a las cuentas rusas. Una maniobra muy artera y alevosa. Pero el mundo ya cambió, lo que es evidente y Rusia y sus aliados, también han movido sus piezas, a mi juicio, con más inteligencia. En el mundo global, impuesto por Estados Unidos, Rusia ha sido “la gasolinera del mundo”. Europa depende del gas ruso para su electricidad. Y ahora, ante el bloqueo imperialista a la economía rusa, el presidente Vladimir Putin esgrime el gas como un arma disuasiva. Exige el pago en rublos, con lo que consigue dos cosas: obligar a Europa a romper el bloqueo y, la otra, la revalorización del rublo en el mercado internacional, amén del crecimiento económico en ese rubro.

Estamos siendo testigos de un enfrentamiento que no se perfila nada bien para Europa. Las sanciones y bloqueos han obligado a los países que se atreven a desafiar al imperio, a construir alternativas de todo tipo, financieras, políticas, de comercio, etc. Incluso, y esto es la estocada en la yugular, una moneda alternativa al dólar como referencia mundial. En la actualidad, las economías europeas han entrado en un descalabro. El euro desciende por debajo del dólar, la inflación se lleva la economía familiar hasta niveles insoportables. En Londres, en estos últimos días, la energía ha aumentado en un 5000% –no es un error de dedo–. Un cinco mil por ciento. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, está pidiendo a los países que ahorren gas, incluso les ha dado indicaciones de cómo bañarse, para campear las dificultades que ellos mismos han generado al bloquear el comercio con Rusia, siguiendo las órdenes del patrón, Estados Unidos. Para mientras, siguen enviando armas a Ucrania. El Congreso estadounidense ha aprobado cuarenta mil millones de dólares en ayuda militar, en contraste con el ofrecimiento de cuatro mil millones para resolver el problema de la inmigración en su frontera sur, que aún no llega.

La paradoja es que estos son los peores momentos que vive Estados Unidos en su situación interna. Según el periodista canadiense Stephen Marche, “Estados Unidos es el mejor ejemplo de un país que se encamina hacia una guerra civil” (The Next Civil War enero 2022). Las cifras de la crisis social y la violencia civil son pavorosas. La brecha entre riqueza y pobreza es cada vez más abismal. Basta echar una mirada a las páginas de estadísticas: Más de 4.2 millones de indigentes, más de cien mil muertes por sobredosis de opioides, comprados por prescripción en las farmacias del sistema; y la más llamativa, los muertos por tiroteos en las escuelas, iglesias sinagogas, mezquitas, estadios, conciertos, etc. Según el Gun Violence Archive, hasta este día 6 de agosto de 2022, suman 26,582 en total; 12, 194 homicidios, 14,198 suicidios. Los tiroteos masivos llegan a 399, con el saldo de 207 niños muertos y 453 heridos, 815 adolescentes muertos y 2,209 heridos.

Según la Constitución de Estados Unidos (1787), en su segunda enmienda (1791), es legal poseer armas, no importa de qué calibre o mecanismo. Incluso, armas bélicas, fusiles de asalto capaces de disparar una veintena de balas sin recargar. Justamente, estos son los favoritos de los atacantes a las escuelas. La población está seriamente dividida entre los que apoyan la segunda enmienda y los que tratan de eliminarla. Ya en otros periodos presidenciales, como el de Bill Clinton, esta enmienda ha sido suspendida; con Bush se restableció. Sin embargo, hay dos realidades. Una, evidente, que cualquier acción contra el derecho a poseer un arma ya llegó muy tarde. Según la organización suiza Small Arms Survey (SAS), hay 120 armas de fuego por cada 100 habitantes. Según el artículo “Las cifras y el mapa de las armas en Estados Unidos” de mayo 2022, publicado en la revista Expansión, de Nueva York, “393 millones de armas, del total de 857 millones disponibles tanto en el mercado legal como ilegal, lo que supone cerca del 46% del arsenal civil mundial.”

Pero la segunda realidad es que, a pesar de que las pingües ganancias de los fabricantes de armas serían suficientes para justificar la pasión por la segunda enmienda, hay una razón mucho más medular, y es la que nos lleva a la misma formación de aquella sociedad. Para comprenderlo, partamos de que no todos los ciudadanos estadounidenses tienen los mismos derechos a portar un arma. Se han hecho demostraciones al respecto, un blanco pasando a la par de unos policías con un arma desenfundada, es tratado de forma diferente a un negro o un árabe. Y la clave está en el año en que fue promulgada la enmienda: 1791.

Aquellos fueron años muy turbulentos, la consolidación de la Nación se estaba fundando sobre la mano esclava. Faltarían muchos años para que Abraham Lincoln promulgara la emancipación de los esclavos, acción que le costó la vida. La Independencia de Inglaterra, también llegó como un aire de esperanza a los africanos llevados como ganado, en barcos negreros, donde morían por montones. Su lucha había comenzado y los blancos se protegían. Esa es la razón de la segunda enmienda, así como los métodos coercitivos de la policía, que también manifiesta una rudeza muy particular para con aquellos.

Después de años de modernización y juego de la democracia, donde los afrodescendientes fueron ganando terreno, incluso hasta llegar a la Presidencia –material para otra discusión–, el racismo, la intolerancia y el sueño del “destino manifiesto”, subyacía en el cerebro y los corazones de las poblaciones blancas. Especialmente cuando han recorrido el mundo sembrando de corruptos, corrompiendo las aspiraciones de los pueblos, expoliando la naturaleza y, cuando eso no es suficiente, recurriendo al asesinato y hasta la destrucción de países enteros. Todo con la bandera civilizatoria de la “democracia” y los “derechos humanos”.

“Make America great again”, el eslogan de Donald Trump despertó aquellos monstruos. El Ku klux Klan volvió a marchar por las calles de las grandes ciudades y se encontró con una poderosa resistencia. Las cosas ya no son las mismas de doscientos años atrás. Así, hemos sido espectadores de verdaderas batallas campales, hasta el último momento en que Trump protagonizó, como líder, la invasión de la turba en el Capitolio cuando los senadores iban a confirmar el triunfo electoral de Biden.

De nuevo, citamos a Stephen Marche: “Donald Trump es solo un síntoma. No es la causa de nada. Ya Estados Unidos estaba dividido desde antes.” Y pronostica para la próxima década, una dictadura de ultraderecha. Y para eso, sí Donald Trump sentó las bases jurídicas y sociales. La Suprema Corte tiene mayoría conservadora y, al amparo de sus discursos, han proliferado asociaciones de supremacistas blancos, fanáticos religiosos y conspiranoicos. Un claro ejemplo de esto es la reacción en contra de las medidas sanitarias por la pandemia. Los movimientos antivacunas y antimascarillas, han llegado a niveles absurdos, verdaderos delirios religiosos, gritos histéricos en los tribunales. Donald Trump, desafiando todos los principios democráticos, el 6 de enero de 2021 llamó al asalto armado al Capitolio, con el fin de impedir la confirmación parlamentaria del triunfo de Joe Biden en las elecciones presidenciales, con un desastroso resultado.

Por el sur de sus fronteras, Latinoamérica está tomando posiciones políticas más independientes. Una muestra de esto es el reconocimiento y la alianza comercial con China continental y el desconocimiento de Taiwán como nación independiente. El desafío permanente que significan los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, que, podemos simpatizar con ellos o no, pero no podemos negar que han subsistido a pesar de los bloqueos y asedios a que han estado sometidos por años. La primera oleada de gobiernos populistas de izquierda, en gran medida fracasó, tanto por la injerencia de Estados Unidos, como por las contradicciones internas y la corrupción propia. Pero en estos momentos, se viene la segunda oleada, ahora abarcando países como México, Colombia y Chile –otrora enclaves imperiales–.

Como economías emergentes reclaman su independencia y desafían el poder hegemónico de Estados Unidos. Ante la OTAN y los otros enclaves imperiales, se organizan para romper los bloqueos. Nace el BRICS, la alianza entre Brasil, Rusia, Irán, China y Suráfrica. No se descarta que se sumen otros países. Plantean una nueva moneda referencial y abren la posibilidad de diferentes formas de relaciones mundiales.

Para Estados Unidos, no poder manejar las situaciones que se están desarrollando en el sur, lo que él consideró su “patio trasero”, le disminuye la credibilidad ante la ciudadanía amante de los hombres fuertes, machos alfa, cuya imagen es Donald Trump, que no, precisamente, llenó las expectativas. Principalmente, que los países que el mismo Trump bautizara como “triángulo norte” –Guatemala, Honduras y El Salvador–, se salieran de sus esquemas autoritarios; que el problema migratorio no tenga una solución posible, mantiene una presión ante sus electores, sin importar si son demócratas o republicanos.

Nayib Bukele se ha atrevido a desafiar el FMI

Por su parte, el gobierno salvadoreño de Nayib Bukele se ha atrevido a desafiar el FMI, ha adoptado la moneda virtual como de uso corriente y tiene fuertes inversiones en bitcoins. Y, para completar el cuadro, ha consolidado la alianza con China a través de mega negocios. La reacción de Estados Unidos ha sido de cautelosa protesta, a pesar del miedo que han manifestado los opositores, que han clamado hasta por una intervención. Aparentemente, hasta hoy, el gobierno de Biden solo ha mostrado las garras. Será tal vez porque, al tomar el partido de Bukele la mayoría de diputaciones y relevar de su cargo la Corte Suprema de Justicia que había judicializado la política, no tienen mucha capacidad de maniobra. Completamos el cuadro, con el Ejército y los cuerpos de seguridad, fieles al gobierno.

No puede ser más apocalíptico el pronóstico para el mundo, en especial para Estados Unidos y sus aliados. En principio, vemos planteadas las condiciones para enfrentamientos entre ultraderechismos y populismos de izquierda, pero no solo eso, también entre intolerancias religiosas y culturales, tan peligrosas como todos los sectarismos y fanatismos. Me atrevo a afirmar que la “santa inquisición” está reviviendo. Los ideólogos de Estados Unidos, parece que no se han dado cuenta que el mundo ya avanzó más de doscientos años, desde que fuera proclamada su Constitución. El mundo ya es multipolar, las líneas de pensamiento están cambiando muy rápidamente, las relaciones entre países se están construyendo bajo otros paradigmas.

Todo imperio muere, basta abrir cualquier libro de historia universal, Grecia, Roma, Mongolia, Turquía, Inglaterra y un largo etcétera, nos demuestran que los imperios mueren en su momento. Lamentablemente, mueren matando, lo que nos involucra a nosotros. Pero es inevitable. Como las estrellas cuando se vuelven supernovas antes de explotar y terminar como enanas blancas.

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Carlos Velis
Carlos Velis
Escritor, teatrista salvadoreño. Analista y Columnista ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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