Imposible atesorar tanta felicidad, su esposa después de doce horas de trabajo de parto daba a luz a la primogénita, a su reina, al centro de su universo, a la emperatriz que durante 5 mil 115 días devoró su corazón y los que aún faltan.
Hoy baila con ella el vals de sus 15 años, esa ceremonia iniciática que usted siempre creyó kitsch, una de las expresiones máximas del mal gusto, herencia de la nobleza en declive del siglo XIX. Porque el ritual es cursi, los atuendos nebulosos y fastidiosa la actitud condescendiente del cura y los invitados.
¿Presentación en sociedad? su hija no la necesita, ¿a qué se refieren?, ¿será a que hace dos siglos las expectativas de vida eran menores y las niñas de 15 años eran consideradas mujeres casaderas?, pobrecitas que connotaciones tan terribles, de seguro en esos eventos saldrían príncipes azules cayendo al piso enamorados por la gracia de la cumpleañera y por el peso del dote del padre, ¿cómo hacerle eso a las hijas?, ¿cómo hacerle eso a la suya?, vaya manera de desgraciarles la vida sin que ellas intervinieran en esas convenciones sociales retrogradas en esencia.
Tchaikovsky resuena dulzón, el arpa del Vals de las Flores desafía los espejos del salón y usted intenta esbozar una sonrisa, en este tiempo sólo un estólido gastaría 150 mil dólares en una fiesta de cuatro o cinco horas, un cretino con el corazón de pollo como usted, ¿qué más hubiera querido que la niña recorriera el mundo?, pero no, no hubo poder humano para convencerla que la tierra no se ve igual desde la Torre Eiffel.
Porque los preparativos del festín fueron muy similares al martirio de Santo Tomás Moro: la decapitación de la chequera. Un año antes su esposa reservó el codiciado salón de fiestas Dinasty caracterizado por tener una réplica de la fachada del Partenón.
Los gastos se incrementaron como la deuda externa, el ágape no tenía llenadero: se adquirieron tulipanes holandeses para los centros de mesa, cajitas de Limoges grabados en tinta de oro para los recuerdos, globos italianos en forma de luna para ornamento y un largo etcétera que incluía vestimenta para la quinceañera y sus chambelanes, y alimentos y bebidas para 300 personas.
¿Valió la pena? eso nada más usted lo sabe, el vals terminó mientras su hija le planta un beso y le dice al oído: “Papi, muchas gracias por todo”.