Por Luis Antonio Chávez.
Quienes vivimos los embates de un conflicto armado, nos hemos cubierto -algunos- con una coraza que no permite evocar esas escenas dantescas como extraídas de la serie norteamericana “Combate”, con actores sacados de Hollywood cuyo escenario muestra la crudeza de una guerra fratricida, sólo que aquí quien pagó los platos rotos fue la población civil salvadoreña.
“Las crónicas del capitán (Carlos) Balmore Vigil son otro aporte a la historia de la guerra misma… tienen la virtud de auscultar los recuerdos de compañeros que sirvieron en la infantería, la madre de las batallas de aquellos pilotos que sembraron el terror en los campos guerrilleros…”, escribe su compañero de armas Capitán Herard Von Santos.
El libro muestra el crudo panorama del génesis de la guerra (1978), donde la guerrilla, desde las montañas y apoyada en la ciudad por agrupaciones de base, intenta botar al gobierno de Arturo Armando Molina, efervescencia que toma fuerza al asumir la presidencia el General Carlos Arturo Romero, derrocado por una junta de gobierno tras el golpe militar del 15 de octubre de 1979, dándole fin a una dictadura militar iniciada por Maximiliano Hernández Martínez en 1931.
“Fue la primera vez que ingresaron a la zona norte. La primera vez que estaban en un combate… supieron a qué sabe el miedo; también a sentir el calor del hombro del compañero mezclado con el valor, para jugarse la vida arrastrando el pellejo y poder esquivar la muerte”. (Pág. 36)
Gracias al cabo Milton Colocho Merlos, quien combatió por más de una década, tuve acceso al libro Soldados en combate, escrito por el capitán Carlos Balmore Vigil, quien narra las vivencias de la guerra en diferentes escenarios, desde Morazán, Usulután, San Miguel, San Vicente, Cerros de San pedro, Chalatenango, volcán de San Salvador, Guazapa y la capital salvadoreña.
“Tres días después, durante un patrullaje entre los cantones Palo Grande y Milingo; Herrera Vega (cadete), y su sección, encontraron a los soldados que había capturado la guerrilla… Uno estaba colgado de las manos en un árbol. Lo macabro es que lo habían pelado literalmente, le quitaron toda la piel del cuello hasta los pies, estaba desollado casi por completo; también tenía una herida de bala en el costado izquierdo cerca del corazón…” (Pág. 37).
“La situación era sumamente difícil, era sálvese quien pueda, ya nadie tenía control, el Stte. Trujillo también se había escapado. (El Cadete) Blanco y los demás con todo su dolor dejaron a los heridos con los operadores y las nanas y ahora le tocaba dejar a otro soldado, pero su vida estaba en juego. Estaba al alcance de un tiro” (Pág. 63).
Cada testimonio impreso en Soldados en combate pone la piel de gallina, nos recuerda la década oscura cuando nos recibía el aire cargado de pólvora, donde había que guarecerse en cualquier sitio para no ser presa de un enfrentamiento armado, tiempo en el cual salías de casa y no sabías si regresarías, porque si no te reclutaban, aparecías serenado o en las montañas asesinando a tus mismos hermanos.
Otra crónica que me impactó fue el ataque de parte de las FPL (una de las agrupaciones que integró el FMLN, el 29-12-1983), a la Cuarta brigada con sede en Chalatenango, aquí se describe la forma cómo la guerrilla se infiltró en sus instalaciones usando uniforme del batallón Belloso, donde los centinelas de turno se confiaron al verlos uniformados, primero, segundo porque sabían el “santo y seña”… con ello daban la bienvenida a varios cadetes recién adiestrados en Benning, Georgia, EE.UU, quienes habían regresado al país el 13 de septiembre de 1983.
Quien lea Soldados en combate conocerá el arrojo, la hidalguía, las secuelas de una lucha encarnizada donde la parca se servía en bandeja, pero también se conocía el miedo, el respeto a doña muerte que deambulaba con su guadaña como “Juan por su casa”, llevándose en sus ancas a sus mejores hijos, escenarios donde la fe (la certeza de lo que no se ve) se ponía a prueba.
Enfrentarse a la muerte que, gallarda, se paseaba en el terreno de fuego, no es tan fácil, pues se combatía por la vida ante un escenario desolador, oliente a cadáveres putrefactos donde hasta los comandantes abandonaban la trinchera, se escondían bajo el cuerpo de sus compañeros muertos o utilizaban las ramas secas para no llamar la atención, de lo cual sólo los mismos combatientes pueden dar fe; sin embargo, el capitán Carlos Balmore Vigil evoca esas escenas para trasladarlas en papel cual fiel testimonio de una lucha encarnizada y decir NUNCA MÁS.
“Los soldados corrían a las trincheras de atrás disparando para cubrir su propio repliegue. Algunos guerrilleros quedaron tirados en las trincheras y otros dentro de ellas, al haber sido alcanzados por los disparos. Por lo nublado y que el día estaba naciendo, vieron a media luz, a un guerrillero de piel blanca, de 1.80 metros de altura y más de cuarenta años; disparando al estilo vaquero, con una pistola que tenía un cañón bastante grande, era de los primeros que lograron tomarse las trincheras, era un tipo bien agresivo y listo que sorteaba las balas; tenía el aspecto de ser extranjero.” (Pág. 61)
“Lo que más bajas causó a la tropa fue la ametralladora que estaba en el Cerro Pando, al final, Lara y su gente, después de un angustioso avance, lograron tomarse el cerro con 20 soldados de 40 que salieron, La mitad estaban heridos o muertos, pero lo sorprendente del caso es que en el avance, a pesar de las bajas en el trayecto, ninguno se acobardó, nadie se amilanó, todos mostraron valentía y coraje. Ya estaban en una posición ventajosa y lo mejor era que estaban prácticamente libres de las garras del enemigo”. (Pág. 88)
Para nadie es un secreto que la Ofensiva hasta el tope, y punto, fue un medir fuerzas entre las unidades castrenses y la guerrilla, donde la población civil fue la más sufrida. Aviones Fuga del ejército dejaban caer sobre la población dantescas bombas de 105 centímetros; mientras la guerrilla con sus RPG-7 o con almádanas, abría boquetes en las paredes de las casas para pasar de un lado a otro y no ser detectados por la milicia.
“…la mayoría de soldados tenía el fusil al rojo vivo, y ya no podía disparar… a su asistente se le dobló la punta del cañón del fusil. Cuando llegó a la última trinchera se topó con el montón de soldados que no se atrevían a continuar con la huida, porque temían pasar por su propio campo minado; y como los gritos y disparos se escuchaban a unos pocos metros, a Blanco (Cadete) y su asistente no les que quedó más que agarrar coraje y tirarse con unos pocos soldados en el campo minado, rompieron el cerco de alambre de púas, y continuaron corriendo y gritando para tomar más valor. Al ver esto los demás soldados, también corrieron hasta alcanzarlos, gracias a Dios que ninguna mina explotó, a lo mejor eran demasiada viejas, estaban mal colocadas o simplemente Dios los protegió”. (Pág. 63)
Tras una sana lectura y alejado de prejuicios políticos, concuerdo con el capitán Herard Von Santos, cuando plasma que “Soldados en combate nos hará regresar a las trincheras, nos hará revivir la vida en ellas, nos hará reír y llorar… mi mente volvió a recordar esos oscuros y ensangrentados campos de batalla, donde peleamos fieramente por salvar nuestras vidas, pero también, donde vimos caer a nuestros hermanos de uniforme” (Pág. 8) agrega su compañero de armas en el prólogo.
“Cuando cayeron los primeros balazos en las paredes, y el puñado de siluetas enemigas moviéndose por todos lados; los operadores reaccionaron cerrando la puerta, y de inmediato se escucharon los disparos… Junto con ellos se quedaron las dos nanas y los heridos fueron los primeros capturados de ese día”. “-¡YA NO MI CHARLIE, YA NO AGUANTAMOS, VÁMONOS DE AQUÍ, QUE SI NO NOS MATAN, ADEMÁS, YA SE TOMARON CASI TODAS LAS POSICIONES!… en la carrera le pasaron avisando a las nanas que se fueran, que corrieran porque ya todos se habían ido; y a los Radio Operadores se les ordenó que quemaran los radios”, escribe el capitán Vigil, para dejar sentado que no todo era victoria entre la tropa.
Damos la bienvenida a estas crónicas, con un sentimiento universal y la esperanza de que no se vuelva a repetir una historia que nos legó la mínima cifra de más de 80 mil muertos, otros miles desaparecidos, porque quiérase o no, la guerra nos marcó a todos, a algunos más a otros menos, vaya usted a saber, para ello retomaremos las palabras de su compañero de armas, Capitán Herard Von Santos, cuando sostiene: “La finesa de la pluma de Balmore nos calará hasta los huesos… Para mí fue todo un privilegio haber combatido a su lado, en aquellos días en que no sabíamos si sobreviviríamos”.
1. Caballero cadete Armando Góchez (izquierda), con dos soldados calentando café en el cerro Tizate, Morazán. (Foto Cap. Góchez Bondanza)
2. Capitán Ricardo Arnulfo Revolorio (De pie, al centro), a la derecha El Bolo y sentado, Pichiche (Foto Capitán Revolorio).
3. Capitán Herard Von Santos (Al centro, de gorra) con su sección en la cima del cerro Los Lirios, Guazapa. (Foto Cap. Von Santos)
4. Africano y Carlos Balmore Vigil en el volcán de San Salvador después de la ofensiva 1989 (Foto cortesía Carlos Balmore Vigil).
5. Tte. Raúl Álvarez Tabora (con boina), Tte. Romeo Rubio (con gorra), al frente Tte. Oscar René Martinez (Foto Tcnel. Rubio Contreras).
6. Cnel. Nelson Edgardo Hernandez, en la Presa Hidroeléctrica.
7. Teniente Sergio Gabriel Contreras (con gorra), en San Antonio del Mosco (San Miguel), con tropas del Batallón Arce.