Cada vez son más las cifras de desaparecidos, muertos y heridos del terremoto de 7.8 que sacudió la costa ecuatoriana el pasado 16 de abril. Cada vez son más los voluntarios nacionales y rescatistas internacionales que se unen a esta cruzada para apoyar al Ecuador.
Viví junto a mi familia dos terremotos en El Salvador. El primero de 8.0 en enero y el segundo de 7.8 en febrero del 2001. Casas soterradas, pérdidas humanas, carreteras destruidas, dolor. ¿Qué le quedaba a este pueblo golpeado por una larga guerra después de estos dos sismos? Esperanza.
Y si eso también lo veo en la gente de mi terruño. A pesar de que el terremoto se produce en la peor crisis económica del Ecuador, la gente está esperanzada, pero más que eso: solidaria y entregada.
Estuve en dos centros de acopio de diferentes puntos de la ciudad de Quito y miré como la gente se agolpaba a ayudar, personas de diferente condición social, credo político, nacionalidad o edad. Todos querían sentirse parte de este duelo nacional.
Llegaban por miles como si fueran a un concierto de rock, desenfrenados, entusiastas, alegres. Condescendientes y fraternos. Millares de personas queriendo entrar a los recinto donde se recibían todo tipo de ayuda. Hombres y mujeres de mediana edad, adultos y jóvenes cargaban cajas, bolsas de abastos, clasificaban ropa y zapatos, empacaban toallas higiénicas, biberones, pañales. Separaban medicamentos, transportaban agua y quintales de arroz y azúcar. Recibían fe y solidaridad. Empezaban a ser gestores de bienestar.
Largas cadenas humanas trasladaban productos empacados hacia los convoyes que debían partir lo más pronto posible, la urgencia inmediata de suplir las mínimas necesidades estaba latente.
Cansados y aturdidos por el tumulto cada quien tenía un rol. Dentro del caos había una organización. En cada grupo y como auscultando un anhelo, lideres consecuentes hurgaban bolsas de colores, cartones y costales plásticos.
Sin saber los nombres de los compañeros que se iban adhiriendo a la comitiva, se organizaba kits de aseo, fósforos y velas, alcohol y gasas. ¿Dónde están las fundas para los cadáveres preguntaban?
A pie, en bicicletas, en bus, en taxis, en vehículos compartidos, trotando; todos llegaban a donar. Todos vestidos de Patria.
Fui al supermercado y los parqueaderos completamente llenos, pensé que la gente estaba abasteciéndose, mi sorpresa fue grande al darme cuenta que las más de 30 cajas estaban llenas de consumidores/donadores. Adquirían el producto para entregarlo ahí mismo. Se empacaba por los empleados y se transportaba a los centros de acopio. Inusual, conmovedor, palpable, sobrecogedor y real.
En una crisis como la que vive el país los ciudadanos de Quito entregaban toneladas de amor, horas de generosidad, ilusión de restablecer valores ocultos. Esta respuesta masiva, desinteresada e histórica, abandonada de banderas políticas ha demostrado que podemos ser una colectividad unida e identificada por un fin común.
Gracias ciudadano que vives en Quito por tu tenacidad. Civiles y militares, funcionarios y desempleados, familias completas, vecinos, amigas, extranjeros. Todos reconstruyendo el país a través de la solidaridad.