Era el día de mi cumpleaños, cayó en día domingo, había almorzado con mi nuera y mi nietecito; por la tarde la acompañe para cuidar al niño, porque estaba un poco cansada. Cuando llegó mi hijo, como a las cinco de la tarde, yo aproveché para salir a celebrar mi cumpleaños, solito.
Llegue a mi restaurante favorito, a inmediaciones del Centro Comercial San Luis, pero todavía no habían abierto, por estar utilizando las instalaciones para filmar algunos escenas de la película “El último Toque”; me conformé con ir a disfrutar un concierto de rock pesado, que los domingos por la tarde se realiza en un restaurante cercano; disfruté mucho la música y especialmente viendo bailar(mosh) a varios de mis amigos jóvenes, luciendo su vestimenta negra, disfrutaban saltando, empujando, dando codazos y cayendo al suelo muertos de la risa.
Cuando terminó el concierto, como a las siete de la noche, un amigo me dijo que ya habían abierto mi restaurante preferido; cuando llegué al lugar me felicitaron varios amigos y amigas que se habían enterado de mi cumpleaños por Facebook; me senté junto a un amigo con el cual compartimos el gusto de permanecer callados; a los pocos minutos, llegó mi amiga preciosa, me felicitó y nos sentamos en la barra para poder conversar con el dueño del negocio, quien atiende personalmente a los clientes, todos los domingos.
En la tarde del día anterior, el dueño del negocio había celebrado los quince años de su segunda hija, allí en ese local. A los pocos minutos nuestra conversación había derivado hacia el papel de los “paracaidistas” o personas no invitadas, que llegan a disfrutar de las viandas y bebidas alcohólicas en las fiestas, especialmente en las de quince años o casamientos.
Mi amiga sostuvo que en la práctica esas personas son una necesidad, especialmente en las fiestas de quince años, porque los muchachos invitados generalmente no les gusta bailar y los “paracaidistas” son buenos bailarines y amistosos con todas las cipotas, no importa sin son bonitas o un poco feítas; que cuando le celebraron los quince años, llegaron varios muchachos no invitados, que hicieron que la fiesta fuera un éxito; que ella no pudo disfrutar del baile, porque era la época en que se había puesto de moda el reggaetón, podía hacer los movimientos de las caderas, especialmente cuando el cantante decía emocionado “muévete…muévete…muévete”, pero no podía permitir que sus movimientos corporales fueran grabados en la película alusiva, que sus padres habían contratado; que el camarógrafo la seguía hasta cuando ella buscaba donde orinar.
El dueño del restaurante contó que tuvo varias experiencias de paracaidismo cuscatleco, pero el que más recuerda es cuando llegaron a una fiesta de quince años donde bailaron, comieron, bebieron y de remate se llevaron una botella de un buen licor; que a las pocas semanas se encontró con un compañero del colegio, el cual le contó que su hermana había cumplido quince años, que personalmente no había podido asistir a la fiesta, muy indignado le dijo que unos “gorrones” habían llegado y hasta se habían hueviado una botella de licor.
Cuando mi amiga me preguntó si yo había llegado de” paracaidista” a alguna fiesta, yo le respondí que sí, que lo había hecho en varias ocasiones. Lla mejor experiencia fue cuando un amigo celebró el matrimonio de su hija en un famoso restaurante de playa en el Zonte, con la mejor orquesta de salsa que hay en el país; yo llegué allí porque siempre que voy al Zonte llego a ese restaurante; en la puerta de entrada me dijeron que había una fiesta privada; pregunté quién es el que había contratado el lugar y me respondieron que era un famoso diputado; por casualidad es un viejo amigo y pedí que lo llamaran; a los pocos minutos llegó con los brazos extendidos y me dijo “Shanty, perdoná que no pude enviarte la invitación, pero que bueno que viniste al matrimonio de mi hija”; desde ese momento me convertí en un invitado especial, me puse a bailar con la novia, hicimos una rueda bailable con otras muchachas; me di cuenta que no podría atender toda la demanda de atención femenina, tomé el teléfono y le hablé al dueño del rancho de playa en donde me estaba hospedando, para que trajera un refuerzo de por lo menos unos tres muchachos guapos, que también se estaban hospedando en ese rancho; los nuevos “invitados” fueron recibidos con aplausos femeninos; después de una hora de bailar pura salsa, la orquesta tomó un descanso, yo fui a compartir con sus integrantes y a decirles que pidieran lo que quisieran de comida y bebida; hasta allí llegó mi amigo diputado a darme las gracias, por haber cooperado para que fuera un éxito la fiesta de matrimonio de su hija.