Renegué de él al primer impacto. Me supo a calcetín sucio, a leche cortada. Yo venía con mis Benedettis, mis Nerudas y mis Espinos (en sus versiones más románticas). Poesía correcta, dulce y enamorada. Pero este de apellido raro me hablaba de lucha socialista, de manos sucias y clases sociales. No lo entendí y por eso lo hice a un lado.
Fue mi primera reacción al leerlo y no niego mi culpa. Yo andaba queriendo conocer la poesía de esa que me daba por escribir: dulce y llena de historias de (des)amor. No estaba listo para leer sus “feas palabras” cuando llegaron a mí.
Sin embargo, “entre las piedras y el fuego, // frente a la tempestad // o en medio de la sequía”, la misma realidad me enseñó a entender su voz. Me di cuenta que aquel que escribía no estaba tan lejos. Que aunque asesinado allá en 1975 -“Una de las caras del amor es la muerte”- su voz seguía retumbando en las páginas de sus libros, “como la siempreviva”.
Fueron la cotidianidad y la desilusión las que le dieron la razón. Me vi obligado a volver a él, a recuperar sus “ocultas palabras de congoja” y volverlas mías. Lo admiré entonces. Desde mi inocencia juvenil quise seguir lo que él dejó, hacer mía su lucha y “sembrar maíz en las ciudades. // […] dinamitar los rascacielos // y dar lugar para que ascienda el trigo”.
“No te pongas bravo, poeta”. El error al juzgarte a la ligera fue mío. Tú venías con la razón, “por sobre las banderas // del odio necesario // y el hermosísimo empuje // de la cólera”. Venías abrazando a los “hijos de puta” que defendiste como el hermano más peleonero.
Hoy, que ha llegado “la hora de la ceniza”, es obligatorio leerte, volver a entender tus motivos y redescubrir tu lucha. Te lo debemos todos los que seguimos “medio vivos”, en este país que en el que todo es posible, “que entre otras cosas tiene el nombre más risible del mundo: cualquiera diría que se trata de un hospital o de un remolcador".
El mismo país que ha premiado a quienes te quisieron callar, a quienes buscaron robarte la risa. Pero regresa tu carcajada sonora desde los abismos del tiempo para recordarnos que tenías razón. Seguimos siendo “los reyes de la página roja, // los que nunca sabe nadie de dónde son”.
Si volvieras, seguirías reconociendo a tu gente. Para tu pena y la nuestra, no hemos cambiado. Seguirás escuchando balazos y lamentos “entre árboles de papel de china vestidos desde el corazón del añil”. Se te sigue extrañando.
Y lo debo decir yo: uno de los que despertaron por el olor a “pata chuca”, por el sabor a leche cortada de tus versos. A 42 años, le sigues haciendo falta a El Salvador.
Además, traté de mantener tu petición y no pronuncié tu nombre. Dejé que tu poesía tomara la palabra, “el turno del ofendido”.
“Hace frío sin ti, // pero se vive.”