Aunque hay razones para la incertidumbre que se vive estos días en Estados Unidos, no es el primero, ni irreversiblemente catastrófico, el triunfo republicano en las recientes elecciones.
Es más, la división creada por la retórica de los candidatos ha puesto sobre la conciencia nacional asuntos serios que los americanos deben abordar si quieren sobrevivir como república, nación e imperio. No obstante, su suerte fue la de pueblo escogido establecido en tierra ajena y amamantado con labor esclava, la experiencia americana planteó una revolución antimonárquica, el establecimiento de una república y la búsqueda de una nación, a costa de sangre. Hasta ahora, los momentos que afirman la existencia de la Unión Americana han sido los más violentos: genocidio de nativos, esclavización de africanos, la guerra por la independencia, la guerra civil y las dos guerras mundiales que le dieron estatus de superpotencia.
Las más recientes experiencias, la depresión, el Nuevo Tratado de FDR y el desmantelamiento de los sindicatos y la aceleración de la globalización, han sido menos dramáticos que las guerras, pero han fraguado el presente bélico e incierto que vivimos en el país y el mundo entero.
Donald Trump es un parto de su era.
El magnate chúcaro llega a la palestra en el momento de mayor desprestigio de la clase política.
El pueblo norteamericano está viviendo una de las incertidumbres económicas más grandes de su historia, como resultado de la globalización y su modelo neoliberal. La clase política identificada como Washington, no se molesta ni en discutir las causas de dicha tragedia económica.
Es más, los funcionarios políticos americanos, al igual que en muchos países subdesarrollados, celebran el resultado aparente de la búsqueda de crecimiento económico a costa del sacrificio de su desarrollo económico con la exportación de capital y medios de producción, especialmente a China, reduciendo así su actividad económica a comercio de insumos y servicios.
La desregulación de la banca y comercio que ya ha generado crisis financieras en la pasada década, y el desmantelamiento de industrias como la automotriz y su creciente traslado a países con mano de obra barata, como México, aumentan cada día el desempleo en estados otrora vanguardia de la industria pesada. Esa indiferencia política hacia los trabajadores de cuello azul que cada dia son reemplazados por robots y los empleados de cuello blanco por computadores, por arte de una clase política cuya labor al servicio de las corporaciones, ha sido el caldo de cultivo para que se plantearan en la contienda política alternativas como la Revolución de Bernie Sanders y el Movimiento anglo-supremacista de Trump. Es la juventud frustrada tanto blanca como minoritaria la que ha encontrado cabida en las candidaturas de individuos fuera de los dos partidos tradicionales.
Ahora bien, ¿por qué ganó Trump y no Bernie Sanders ni Hillary Clinton? Durante las primarias, el Senador Sanders tuvo el voto popular del partido, pero no ganó porque el aparato orgánico demócrata y la prensa trabajaron más para Hillary. Bernie tenía más arraigo entre las bases y votantes independientes. Al igual que a Hillary la estropeó el sistema del colegio electoral, a Sanders lo impidió el sistema de representación partidaria.
En el partido Republicano, aunque algunos clarividentes políticos cumplieron con su labor de decirnos que venía el lobo, a la mayoría, incluyendo a su propio partido y su adversario, los sorprendió Donald Trump antes, durante y al fin de su campaña. Su perfil de millonario en bancarrota, ex liberal, con múltiples matrimonios, acusaciones laborales, empresariales, familiares y hasta criminales, nunca despertó la más mínima sospecha entre sus adversarios republicanos, ni de la prensa que ingenua o sobornada publicó cada ligereza por tonta y ofensiva que pareciera. Es más, el partido Demócrata consideró que Trump sería un adversario fácil para su desprestigiada candidata.
En un intento por unificar al partido y atraer el apoyo de los millones de jóvenes que había organizado la campaña de Sanders, los demócratas adoptaron la mayoría de los puntos de agenda del Senador. En términos de agenda y experiencia, la candidata demócrata Hillary Clinton era más sólida que Trump que promovió una campaña negativa y vacía de contenido durante los debates. La ex-secretaria de Estado, atrajo el apoyo de los más educados entre los blancos y bastantes votos entre las minorías.
La pregunta entonces es, por qué perdió Clinton? En primer lugar, no todos en su partido apoyaron a la candidata demócrata. Hubo mucho abstencionismo entre los jóvenes, especialmente los que no confiaban que ella implementaría la agenda de Bernie Sanders,. Las mujeres incluso no votaron por ella en su mayoría. Otros no simpatizaron con su protagonismo durante la mal llamada “primavera árabe” y su manejo guerrerista de algunos conflictos. Los últimos días, su campaña se esforzó más por atraer el endose de los republicanos prominentes que el apoyo de los jóvenes, que vieron eso con desdeño. Ahora bien porque los encuestadores no previeron ese fracaso de Clinton y le consideraron ganadora hasta el último día? Como el mismo Bill Clinton decía, “el diablo está en los detalles.” La campaña de Hillary se condujo principalmente a través de las redes sociales, más accesibles a la clase media intelectual. Mientras tanto, Trump se comunicaba por medio de la televisión, accesible gratuitamente a la población más pobre, especialmente la rural y blanca margina de las redes sociales. Aunque el magnate gastó menos que Hillary en propaganda televisiva, las cadenas de televisión pasaban los comentarios de Donald Trump las 24 horas como noticia, que además de llegar a la población televidente, por lo a menudo ridículo y ofensivo, parecía más entretenimiento que propaganda política. Además, Trump tuvo más contacto directo con los votantes que Hillary.
Ahora bien, lo más preocupante de la coyuntura en la que entramos como ciudadanos conscientes no es Donald Trump en sí, sino el hecho de que va gobernar escoltado por un congreso y una Corte Suprema de Justicia republicanos y un movimiento supremacista que está en muchas posiciones de poder, que encarcela y mata jóvenes negros y latinos, discrimina en los empleos, excluye minorías de oportunidades públicas y privadas, cierra puertas en las escuelas, hospitales y hasta amenaza con cerrar las ciudades santuario de inmigrantes y deportar a estos en sus primeros 100 días. La sinceridad de Trump que perciben los que siempre van con el que gana y los clarividentes de izquierda a través de sus ofensas y amenazas es impredecible. De Hillary Clinton se conocía su visión guerrerista y sus aliados en Wall Street. Ronald Reagan, incluso, fue más predecible que Trump. Su política exterior propuesta por el Grupo Santa Fe fue guerrerista, pero pública, detallada y representativa de intereses específicos. En el caso de Trump, el miedo lo presenta su carácter volátil e inesperado. Sus discursos de campaña fueron tan incendiarios como peripatéticos, al abordar de manera superficial una variedad de temas y culpar adeptos y detractores, que constituyeron una implosión del mismo partido que lo apadrinó. Su mesianismo y prepotencia perfilan a Trump más como un monarca que como un presidente.
Dejando a un lado los discursos de campaña, que podemos esperar de un Donald Trump apoyado por un Congreso republicano y una CSJ conservadora? Aunque después de la elección tanto Hillary Clinton como Donald Trump han pronunciado discursos conciliatorios, el presidente electo, no ha dejado de hablar de construir un muro entre México y EEUU, el desmantelamiento del Obamacare y el pacto nuclear con Irán, derrotar al Ejército del Estado Islámico y deportar 11 millones de indocumentados. Qué tanto de esto es posible, dentro del marco constitucional del país. Aunque no tiene los 60 votos republicanos seguros para hacerlo sin exabruptos, lo más seguro es que en sus primeros cien días logre nombrar su gabinete y un magistrado a la Corte Suprema de Justicia. En cuanto a disolver el pacto con Irán y dejar sin seguro médico a más de 20 millones de americanos, Trump no tiene seguros ni los 60 votos de mayoría abrumadora en el senado y los demócratas pueden obstruirlo como los republicanos han hecho con Obama. Lo que parece más realista a simple vista por no tener votantes a su favor, son el muro y las deportaciones que las masas disidentes han dado en protestar en las calles de las mayores ciudades de la nación, por su exagerado dramatismo e irrespeto a los derechos humanos.
Ni el muro entre México y Estados Unidos, ni la deportación de 11 millones prometidas por Trump son realistas como están planteadas. Si es posible construir un muro, pero no que país extranjero lo pague -aunque Trump podría estar hablando figurativamente, y considerar el aumento arancelario a los autos Ford importados de México como pago mexicano para el muro, por ejemplo. La deportación de 11 millones de personas tampoco es realista- además impráctico económicamente hablando, tiene complicaciones jurídicas. La economía necesita los indocumentados como las plantaciones dependieron de esclavos para desarrollar la agricultura en los siglos XVII y XIX. Los indocumentados son los esclavos modernos. Los blancos desempleados de los estados del Cinturón Oxidado, otrora bastión industrial de EU, no van a migrar a Florida y a los estados del Cinturón del Sol a cultivar y cortar uvas, lechuga, espárragos y otros vegetales por un salario mínimo. Tampoco van a venirse a New York y Washington, DC a limpiar oficinas y casas de funcionarios y empleados públicos sin beneficios ni salarios justos.
Aunque hay temor entre los inmigrantes, el monopolio de poder y la retórica racista y degradante de Trump más que someter al pueblo norteamericano van a unir a sus ciudadanos más sensibles en un movimiento que va traer cambios al país más temprano que tarde. La última vez, en 1928, que los republicanos monopolizaron el poder estatal, tres años después el país entró en depresión y el pueblo eligió a Franklin Delano Roosevelt que creó el Seguro Social y decenas de reformas bancarias, agrícolas y sociales que no solo sacaron al país de la depresión, pero mejoraron la calidad de vida de los americanos por más de medio siglo. Ya se siente en las calles el movimiento ciudadano para oponer la agenda nefasta de Trump y buscar mejores formas de organización para romper el monopolio republicano en el 2018. Un diálogo sincero y abierto está en la mesa del país para buscar conciliación entre los pobres de todos los rincones del país. La indiferencia política al empobrecimiento de las mayorías de este país al que nos ha llevado la mercantilización tecnológica y la globalización han colmado la paciencia americana, pero no hay razón para el pánico. Es más, una carta al editor publicada esta semana en el New York Times sugiere al presidente Obama que use su poder de indulto para perdonar a todos los indocumentados. Si bien no tiene precedentes una medida tal, es posible un perdón a los menores bajo las acciones ejecutivas DACA y DAPA del presidente Obama, que cubren a unos 5 millones de indocumentados.