Todos, mortales al fin, somos peregrinos, siempre de paso, siempre en viaje transitorio por la vida. Pero no todos somos migrantes, no todos nos arriesgamos a recorrer los caminos inciertos que nos conducen a tierras extrañas, sitios lejanos en donde soñamos asentar nuestra existencia y construir nuevas vidas. El peregrino, sobre todo si es religioso, asume su tránsito como un recorrido inevitable entre la vida y la muerte. Casi resignado. El migrante no, éste asume su marcha como una aventura, una búsqueda atrevida de mejores condiciones de vida, de nuevos aires y mayores espacios. Es casi un explorador.
Pero, en ciertas condiciones históricas, los migrantes llegan a parecer peregrinos, viajeros constantes, convencidos de que sus intentos algún día darán los resultados esperados y permitirán el acceso a la tierra prometida. Es la realización del sueño, el alcance de la utopía. Cada migrante lleva escondida en su alma su pequeña utopía.
Me ha llamado la atención que los migrantes que engrosan las filas de una dramática caravana de desesperados, que ha atravesado el territorio de al menos cuatro países para llegar hasta la frontera sur de los Estados Unidos, se hacen llamar a si mismos peregrinos. Su marcha, azarosa y arriesgada, se concibe como una peregrinación casi religiosa de hombres y mujeres acosados por la pobreza, el desamparo, la violencia y los abusos que son y han sido su vida diaria en sus respectivos países. Caminan desafiando los peligros de las rutas migratorias, exponiendo sus vidas y las de los suyos, niños especialmente, a los riesgos y avatares del camino, esperando siempre la emboscada de la muerte en el recodo inesperado o, al menos, el abuso, la violación, el robo y la arbitrariedad de otros pobres como ellos o de autoridades abusivas que no vacilan en aprovecharse de su indefensión y miseria.
Pero, justo es decirlo, también han encontrado la mano solidaria de miles de personas buenas, organizaciones humanitarias, sacerdotes y religiosos comprometidos con los valores cristianos, hombres y mujeres de bien que dan lo mejor de su condición humana y entienden que el otro no es un límite sino simplemente una posibilidad.
De acuerdo a las informaciones de la prensa internacional, la mayoría de los integrantes de esta caravana de peregrinos-migrantes o de migrantes- peregrinos son compatriotas nuestros, hondureños, hombres y mujeres, en desesperada y angustiante búsqueda de mejores condiciones de vida, de una vida realmente mejor. La caravana, bastante diezmada y dispersa, ha llegado por fin a la línea fronteriza que, para ellos, es la raya que divide la realidad del sueño, la frustración pasada de la ilusión futura, el infierno del paraíso. Así lo imaginan y así lo sueñan, aunque después la dura realidad se encargue de mostrar la crudeza de la nueva vida. Pero eso ya será otra historia.
Como una paradoja grotesca de la vida, la llegada de la caravana de peregrinos coincide con la cancelación del programa de permanencia temporal, que durante dos décadas ha permitido a miles de compatriotas trabajar de manera legal en los Estados Unidos, sin los sobresaltos cotidianos ni el temor permanente a una expulsión súbita. Ahora, esa condición ha cambiado y comienza a correr el plazo fatal para salir del país, ser repatriado a la tierra lejana o, en el mejor de los casos, lograr una solución positiva a su situación migratoria. ¡Vaya ironía de la vida! Mientras unos llegan, con la esperanza a cuestas, otros salen o saldrán con la decepción y la frustración sobre sus hombros.
Y uno se pregunta: ¿qué hace el gobierno, cuáles son los planes diseñados por las autoridades para enfrentar este problema, el posible retorno de miles de compatriotas repatriados? Pareciera que la preocupación fundamental de las élites políticas y empresariales girara única y exclusivamente en torno al impacto macroeconómico de una posible reducción de los flujos de remesas familiares. Esta visión, reduccionista y grosera, se origina en otra no menos irracional y grotesca: ven a la migración como una solución y no como un problema. La asumen como una fórmula salvadora que reduce la presión social interna y asegura los flujos de remesas millonarias en dólares. Y si es así, si la conciben como una solución, nunca serán capaces de entenderla como lo que realmente es, un grave y explosivo problema social. La vida, más pronto de lo que creen, se encargará de demostrarlo.