Este artículo lo escribió en 2017 el Dr Martínez Moreno (1923-2021). Narra la relación que tuvo con Roque Dalton, pero hoy se convierte en un documento histórico en el que expresa su nobleza y hace cierta la convicción de honrar, honra. Gracias Maestro. A Alfredo Martínez Moreno, In Memoriam
Por Alfredo Martínez Moreno
Antes de conocer personalmente a Roque Dalton García, ya sabía que era un joven de brillantes cualidades intelectuales y de profundas y sinceras posiciones ideológicas, un poeta que desde su adolescencia poseía un dominio del lenguaje y de la lírica, una persona, que de acuerdo a sus posiciones políticas radicales, se caracterizaba por un temperamento agresivo, a veces intolerante con las actitudes contrarias y con una sólida valentía moral para defender sus principios o atacar los de los contrarios.
Debo confesar que inicialmente sus versos no eran de mi agrado por su tono cáustico, a veces irónico y soez, pero poco a poco, a medida que me relacionaba con él y apreciaba el fervor y la autenticidad de su estro, de una llaneza acorde a su temperamento rebelde, agresivo y valiente, llegué a admirar esa inspiración singular, distinta, que irradiaba una riqueza de sentimientos y emociones poco comunes, que no únicamente me llegó a agradar, sino a veces hasta a conmoverme.
Roque fue indudablemente un poeta singular, pero genuino, que dignificó grandemente a la poesía y que más que rendir homenaje a sus ídolos marxistas, exaltó siempre al ser humano con hambre, con sed de justicia, abandonado en su infortunio, y a personajes legendarios como el indio Aquino.
Siendo yo catedrático de derecho internacional de la Universidad Autónoma de El Salvador, única entidad de estudios superiores en esa época existente en el país y al mismo tiempo desempeñando el cargo de Subsecretario de Relaciones Exteriores y Justicia, me tocó dar diariamente mis lecciones a un grupo selecto de alumnos, en el que resaltaba por su recia personalidad y altos atributos intelectuales, ejerciendo una posición hegemónica sobre sus compañeros de estudio, Roque Dalton García, que – lo repito – desde sus mocedades se distinguía por su espíritu crítico, a veces intransigente, en sus posiciones ortodoxas marxistas.
Yo llegaba puntualmente a dar las clases un cuarto de hora antes de las siete de la mañana, recogiendo siempre en el trayecto a otro alumno, también de tendencias radicales y de gran nobleza de alma, Jorge Arias Gómez, e iniciando la lección a las siete en punto, pues debía retirarme diez minutos antes de las ocho, pues poco tiempo después recibía en mi despacho la cotidiana llamada telefónica del Ministro de Economía, doctor Alfonso Rochac, pidiéndome que hiciera alguna gestión diplomática o internacional sobre integración económica centroamericana, problemas del café u otros tópicos de carácter económico.
Un día de tantos, Roque Dalton, que siempre llegaba tarde, interrumpía brevemente la lección, y sorprendentemente me hizo una pregunta alejada del tema del momento. Con fuerte tono de voz, característico en él, me increpó así: – Doctor, déjese de esas babosadas del derecho internacional que no sirven para nada y discutamos sobre esa barbaridad que han cometido Inglaterra, Francia e Israel al haberse tomado el canal de Suez. Ese sí es tema importante.
Considerando su carácter y su arraigada posición doctrinal, le contesté con toda mesura. Debo mencionar que yo tenía extensa información sobre ese tema, pues el Embajador del Reino Unido me había entregado el informe confidencial que se había enviado a sus misiones diplomáticas, defendiendo la posición de su Gobierno. Pero al mismo tiempo tenía en mi poder el estudio preparado por el señor John Foster Dulles, asesor republicano del Secretario de Estado demócrata, criticando fuertemente la acción en Suez. Tenía pues, información importante que obviamente el alumno no podía poseer.
Mi respuesta al exabrupto estudiantil, que al mismo tiempo me pedía que discutiéramos el asunto, fue Ia siguiente: – Con mucho gusto, mi amigo, pero analizando a la vez el otro acontecimiento internacional: Ia invasión soviética a Hungría, que había determinado el éxodo de miles de húngaros a los países vecinos, especialmente a Austria.
Era evidente que yo disponía de mayor información y experiencia, y en forma respetuosa pero firme, le di, usando un salvadoreñismo usual, una verdadera “arriada”, ante el beneplácito de sus compañeros de clase, que me aplaudieron clamorosamente, en una forma inaudita en la vida universitaria. Era la primera vez en que se atrevían a discrepar de él y se quitaban el manto hegemónico del avasallante dominio intelectual que ejercía sobre ellos.
Al terminar Ia clase, Roque se me acercó y me dijo con la franqueza que le distinguía:-Doctor, usted me jodió, pero me cae bien.
Al día siguiente, ante mi sorpresa, él había llegado temprano, y como habíamos tenía una discusión, aunque amistosa, yo lo saludé y sonriendo, le di Ia mano, y le dije: – Roque, tú que sabes de poesía acaso me puedes aclarar quién es el autor de una frase que mi hermana tiene estampada en el bar de su casa en Costa Rica y que aproximadamente dice así: “te voy a beber de un trago como una copa de ron/negra quemada en sí misma de mi canción”. Inmediatamente me respondió: – Nicolás Guillén. El maestro cubano de la poesía mulata: “Songorocosongo”. Quiere oírla, y de memoria, durante casi veinte minutos, me recitó el poema entero, con unas poquísimas equivocaciones, lo que demostraba a cabalidad no sólo que era un poeta de renombre, sino un joven de amplia cultura. Le di un fuerte abrazo, que creo, que a su modo, él agradeció.
Algún tiempo después, acompañado de su íntimo amigo ítalo López Vallecillos – quien no era estudiante de derecho, pero que me apreciaba porque yo lo había propuesto para miembro de número de la Academia Salvadoreña de Ia Lengua, que luego él dignificó con su actuación cultural – llegó a mi despacho en la Cancillería salvadoreña. Cuando el portero me manifestó que dos estudiantes universitarios, citando sus nombres, solicitaban verme, los recibí de inmediato y los senté en los sillones destinados a los diplomáticos. Recuerdo haberles dicho: – ¿A qué debo el honor de la visita? Roque contesté: – Vengo a pedirle un favor, que me excuse de no asistir a clase durante poco más de un mes, y es que como usted sabe, el escritor Miguel Ángel Asturias está de Embajador de Guatemala en Francia, y él me ha pedido que vaya a París, pues va a publicar un libro inédito mío, pero me exige que yo revise personalmente las pruebas de las cuartillas, y eso es muy importante para mí. Yo ya tenía algún conocimiento de que el poeta iba a ir a la Europa oriental y que los otros profesores ya le habían dado la autorización para ausentarse de clases, por lo que le expresé:-Con el mayor agrado te doy el permiso, pero con una condición. ¿Cuál? Contestó muy interesado. Le respondí:- que le des un saludo afectuoso a Krushev. Los dos visitantes se rieron y Roque agregó:- usted, doctor, es jodido.
En la universidad manteníamos conversaciones sobre tópicos culturales y realmente Roque me impresionaba por sus conocimientos – verdadera erudición – sobre la historia de la cultura, y sobre todo, de la poesía. Sin hacer ostentaciones doctas al respecto, era evidente que desde su juventud, era un hombre de amplia cultura.
Otro día de tantos llegó ítalo López Vallecillos a mi casa, enviado por Roque, para informarme que éste se sentía vigilado y perseguido por las autoridades y que como sabían que yo había tenido escondido en mi casa a varios personajes de izquierda (Mario Salazar Valiente, Jorge Arias Gómez, Matilde Elena López, entre otros, y posteriormente durante quince días, a mi amigo y lejano pariente Guillermo Manuel Ungo), me rogaba que en caso de emergencia, que yo lo tuviera también escondido en mi residencia. Por supuesto, contesté afirmativamente, y aunque Roque no tuvo necesidad de hacerlo, quedó agradecido.
Yo me reunía con él a menudo a cambiar impresiones y un día me atreví a decirle que era obvio que yo, sin compartirlas, respetaba sus posiciones ideológicas extremistas, pero que no entendía por qué él había expresado una frase tan terrible contra don Alberto Masferrer (“viejo de mierda”), si el pensador salvadoreño, antes que Lenin, había abogado por una mínimum vital para los pobres salvadoreños, exponiendo hasta su vida con su generosa doctrina. Él contestó, sin retractarse en modo alguno, que cada quien podía pensar y afirmar lo que quisiera. Pero yo agregué algo más: – Pero Roque, hay algo que te reivindica, en mi opinión, Io que tú expresaste sobre la obra de Salarrué, que habías vuelto a leer gran parte de los cuentos de este notable escritor y que te había emocionado “la fuerte dosis de ternura” que había encontrado en todos ellos. Comentó: – Al fin encuentra algo de valor en mí. Le di otro abrazo”
Seguí manteniendo con él conversaciones provechosas cuando él se encontraba en el país.
Su trágica muerte me afectó sobremanera. Él tuvo una existencia fecunda, pero tormentosa y atormentada, pero la forma dramática de su deceso, constituyó un suceso patético inexplicable, y los responsable de su muerte, quienes fueran, pues al respecto existen diversas clases de versiones, deben en el fondo de su conciencia, estar arrepentidos.
La forma de su desaparición física ha conmovido a todos los espíritus, aún a aquellos que habían disentido de su ideología, pero que reconocían la grandeza de su obra poética y la valentía moral con que exponía y defendía sus posiciones políticas. Ha quedado consagrado como un mártir, lo que unido a la valía reconocida como poeta excelso, lo ha convertido en una gloria nacional.
A mí me tocó solidarizarme con el poeta José David Escobar Galindo en sus ingentes esfuerzos, primeramente para encontrar su respetable cadáver, y luego confortando por diversos medios a su noble y doliente progenitora.
Merece en esta oportunidad hacer referencia, aunque brevemente, a la relación con altibajos de los dos esclarecidos bardos salvadoreños. Ellos fueron vecinos y amigos de infancia, al igual que sus apreciables madres, pero luego, sin perder la amistad, tomaron diferentes rumbos, no sólo en el! aspecto ideológico, sino también por el tono y forma de sus evocaciones líricas.
El poeta Escobar Galindo escribió una oda admirable contra la violencia que asolaba al país, titulado “Duelo Ceremonial por Violencia”, cuyo primer cuarteto irradiaba así:
“HÚNDETE EN LA CENIZA, PERRA DE HIELO,
QUE TE TRAGUE LA NOCHE, QUE TE CORROMPA
LA OSCURIDAD; NOSOTROS, HOMBRES DE LÁGRIMAS,
MALDECIMOS TU PASO POR NUESTRAS HORAS”
Y AGREGABA LUEGO:
“POR LA SANGRE EN EL VIENTO, NO ENTRE LAS VENAS,
DONDE NAZCAS, VIOLENCIA, MALDITA SEAS”.
Por su parte, Roque, dentro de su conciencia radical, escribió inmediatamente un poema en defensa de !a violencia revolucionaria, y lo dedicó a José David Escobar Galindo, alias “perra de hielo”.
Ei intercambio contradictorio de sentimientos, muy sincero en ambos, no opacó su amistad. Escobar Galindo publicó ambos poemas en la Revista Cultura, sin el menor resentimiento, incluyendo la burlona dedicatoria, y los dos en varias oportunidades, con la prudencia del caso hicieron elogios poéticos del otro. Roque en menos grado que David.
Me consta que Escobar Galindo constantemente ha rendido homenaje a su eminente colega y amigo. El educador José Mauricio Loucel, a la sazón Rector de la Universidad Tecnológica de El Salvador, reunió en un solo libro poemas “de dos de los más altos representativos de la poesía vital, joven y trascendente del país” y en un justiciero prólogo agregó: “Uno es revolucionario, irreverente, mordaz. El otro es solariego, pacifista, procaz. . . Roque eleva su puño protestando por todo lo que nos han arrebatado. David recoge con limpieza lo que nos queda aún, lo reafirma y lo presenta iluminado. Ambos comprenden su momento y lo viven de acuerdo a su conciencia y carácter. Ambos son nuestros salvadoreños.”
No se puede agregar nada a ese justiciero reconocimiento.
En lo personal, el deceso de Roque Dalton me conmovió profundamente, pues él siempre me otorgó, a su modo, simpatía y respeto, y yo procuré corresponderle con el elogio a su imponente e implacable personalidad cívica e intelectual.
Es “vox populi” que los restos respetables de Roque aparecieron en la propia lava de Chanmico, picoteado por las aves rapaces, donde fueron enterrados, pero luego fueron extraídos y han desaparecido. Sin duda los responsables de su martirio no quisieron que ese lugar, el del entierro, quedara como un templo de respeto a su memoria.
Estos recuerdos me traen a la memoria a otro personaje distinguido de la izquierda nacional, Jorge Schafick Hándal, quien fue también mi discípulo (durante unos pocos rneses, pues luego fue expulsado del país) y llegó a tenerme tal aprecio que él fue uno de los promotores para que la Asamblea Legislativa, de la que era miembro, me otorgara un honor en esa época singular: el de “Hijo Meritísimo de El Salvador”. Aunque también manteniendo políticas e ideológicas distintas, él en varias oportunidades me pidió que ilustrara a los diputados de su partido sobre el derecho internacional humanitario, el asilo diplomático y territorial y la extradición, lo que yo hice con mucho agrado.
Cuando los periodistas inquirieron sobre su actitud en promover el reconocimiento legislativo, él contestó simplemente: -El doctor Martínez Moreno es hombre honrado y un funcionario ejemplar. Realmente, su gentil afirmación conmovió las fibras más íntimas de mi ser.
Y como hombre creyente que soy, he dicho muchas veces Roque Dalton y Schafick Hándal, con la convicción de que ellos, indiferentes religiosos, no hubieran compartido la eficacia de mis oraciones, pero sí habrían comprendido la rectitud de la intención.
Estas recordaciones, escritas al vuelo de la pluma, sin el menor cuidado del estilo, pero realmente sinceras, me traen a la mente un pensamiento realmente esclarecido y esclarecedor del poeta Javier Alas al referirse a la visceral y compleja poesía de Roque Dalton. Él indica sabiamente que el análisis de valía y significación de su estro están siempre plagados, como estos modestos recuerdos, de cuestiones anecdóticas de su fecunda existencia y de su dramática muerte, pero lo que se debe emprender es un estudio serio y bien meditado sobre !a excelsitud de sus versos, sin cuestiones conexas o anecdóticas, que es lo que realmente debe proceder, o sea dignificar seria y simplemente la majestad esplendente y la trascendencia de su obra poética total, que es el homenaje histórico que et bardo merece y se le debe.
Nota del Editor:
Alfredo Martínez Moreno: es un abogado, diplomático y escritor salvadoreño. Es director emérito de la Academia Salvadoreña de la Lengua y ostentó el cargo de presidente de la Corte Suprema de Justicia.
Obtuvo el grado de Doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad de El Salvador. El año 1948 fue nombrado subdirector de organismos internacionales por el canciller Miguel Urquilla. Presidió la Segunda Comisión de la Conferencia sobre los Fondos Marinos que preparaba la agenda para la Conferencia sobre Derecho del Mar.
En Centroamérica ha participado en varias gestiones que fomentan la integración regional. Para 1967 ostentó el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, y el año siguiente el de presidente de la Corte Suprema de Justicia.
Martínez Moreno presidió la Academia Salvadoreña de la Lengua por treinta y siete años, siendo relevado en el cargo por David Escobar Galindo en el 2006.5Entre sus obras se encuentran: Semblanzas y remembranzas, Con media toga, Cuentos semihistóricos y legendarios, el opúsculo Maupassant, el drama de una vida y el esplendor de una obra, y Figuras universales.
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