domingo, 8 diciembre 2024

Martí­nez Moreno: Mi relación con Roque Dalton

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Este artículo lo escribió en 2017 el Dr Martínez Moreno (1923-2021). Narra la relación que tuvo con Roque Dalton, pero hoy se convierte en un documento histórico en el que expresa su nobleza y hace cierta la convicción de honrar, honra. Gracias Maestro. A Alfredo Martínez Moreno, In Memoriam

Por Alfredo Martínez Moreno

Antes de conocer personalmente a Roque Dalton Garcí­a, ya sabí­a que era un joven de brillantes cualidades intelectuales y de profundas y sinceras posiciones ideológicas, un poeta que desde su adolescencia poseí­a un dominio del lenguaje y de la lí­rica, una persona, que de acuerdo a sus posiciones polí­ticas radicales, se caracterizaba por un temperamento agresivo, a veces intolerante con las actitudes contrarias y con una sólida valentí­a moral para defender sus principios o atacar los de los contrarios.

Debo confesar que inicialmente sus versos no eran de mi agrado por su tono cáustico, a veces irónico y soez, pero poco a poco, a medida que me relacionaba con él y apreciaba el fervor y la autenticidad de su estro, de una llaneza acorde a su temperamento rebelde, agresivo y valiente, llegué a admirar esa inspiración singular, distinta, que irradiaba una riqueza de sentimientos y emociones poco comunes, que no únicamente me llegó a agradar, sino a veces hasta a conmoverme.

Roque fue indudablemente un poeta singular, pero genuino, que dignificó grandemente a la poesí­a y que más que rendir homenaje a sus í­dolos marxistas, exaltó siempre al ser humano con hambre, con sed de justicia, abandonado en su infortunio, y a personajes legendarios como el indio Aquino.

Siendo yo catedrático de derecho internacional de la Universidad Autónoma de El Salvador, única entidad de estudios superiores en esa época existente en el paí­s y al mismo tiempo desempeñando el cargo de Subsecretario de Relaciones Exteriores y Justicia, me tocó dar diariamente mis lecciones a un grupo selecto de alumnos, en el que resaltaba por su recia personalidad y altos atributos intelectuales, ejerciendo una posición hegemónica sobre sus compañeros de estudio, Roque Dalton Garcí­a, que – lo repito – desde sus mocedades se distinguí­a por su espí­ritu crí­tico, a veces intransigente, en sus posiciones ortodoxas marxistas.

Yo llegaba puntualmente a dar las clases un cuarto de hora antes de las siete de la mañana, recogiendo siempre en el trayecto a otro alumno, también de tendencias radicales y de gran nobleza de alma, Jorge Arias Gómez, e iniciando la lección a las siete en punto, pues debí­a retirarme diez minutos antes de las ocho, pues poco tiempo después recibí­a en mi despacho la cotidiana llamada telefónica del Ministro de Economí­a, doctor Alfonso Rochac, pidiéndome que hiciera alguna gestión diplomática o internacional sobre integración económica centroamericana, problemas del café u otros tópicos de carácter económico.

Un dí­a de tantos, Roque Dalton, que siempre llegaba tarde, interrumpí­a brevemente la lección, y sorprendentemente me hizo una pregunta alejada del tema del momento. Con fuerte tono de voz, caracterí­stico en él, me increpó así­: – Doctor, déjese de esas babosadas del derecho internacional que no sirven para nada y discutamos sobre esa barbaridad que han cometido Inglaterra, Francia e Israel al haberse tomado el canal de Suez. Ese sí­ es tema importante.

Considerando su carácter y su arraigada posición doctrinal, le contesté con toda mesura. Debo mencionar que yo tení­a extensa información sobre ese tema, pues el Embajador del Reino Unido me habí­a entregado el informe confidencial que se habí­a enviado a sus misiones diplomáticas, defendiendo la posición de su Gobierno. Pero al mismo tiempo tení­a en mi poder el estudio preparado por el señor John Foster Dulles, asesor republicano del Secretario de Estado demócrata, criticando fuertemente la acción en Suez. Tení­a pues, información importante que obviamente el alumno no podí­a poseer.

Mi respuesta al exabrupto estudiantil, que al mismo tiempo me pedí­a que discutiéramos el asunto, fue Ia siguiente: – Con mucho gusto, mi amigo, pero analizando a la vez el otro acontecimiento internacional: Ia invasión soviética a Hungrí­a, que habí­a determinado el éxodo de miles de húngaros a los paí­ses vecinos, especialmente a Austria.

Era evidente que yo disponí­a de mayor información y experiencia, y en forma respetuosa pero firme, le di, usando un salvadoreñismo usual, una verdadera “arriada”, ante el beneplácito de sus compañeros de clase, que me aplaudieron clamorosamente, en una forma inaudita en la vida universitaria. Era la primera vez en que se atreví­an a discrepar de él y se quitaban el manto hegemónico del avasallante dominio intelectual que ejercí­a sobre ellos.

Al terminar Ia clase, Roque se me acercó y me dijo con la franqueza que le distinguí­a:-Doctor, usted me jodió, pero me cae bien.

Al dí­a siguiente, ante mi sorpresa, él habí­a llegado temprano, y como habí­amos tení­a una discusión, aunque amistosa, yo lo saludé  y sonriendo, le di Ia mano, y le dije: – Roque, tú que sabes de poesí­a acaso me puedes aclarar quién es el autor de una frase que mi hermana tiene estampada  en el bar de su casa en Costa Rica y que aproximadamente dice así­: “te voy a beber de un trago como una copa  de ron/negra quemada en sí­ misma de mi canción”. Inmediatamente me respondió: – Nicolás Guillén. El maestro cubano de la poesí­a mulata: “Songorocosongo”. Quiere oí­rla, y de memoria, durante casi veinte minutos, me recitó el poema entero, con unas poquí­simas equivocaciones, lo que demostraba a cabalidad no sólo que era un poeta de renombre, sino un joven de amplia cultura. Le di un fuerte abrazo, que creo, que a su modo, él agradeció.

Algún tiempo después, acompañado de su í­ntimo amigo ítalo López Vallecillos – quien no era estudiante de derecho, pero que me apreciaba porque yo lo habí­a propuesto para miembro de número de la Academia Salvadoreña de Ia Lengua, que luego él dignificó con su actuación cultural – llegó a mi despacho en la Cancillerí­a salvadoreña. Cuando el portero me manifestó que dos estudiantes universitarios, citando sus nombres, solicitaban verme, los recibí­ de inmediato y los senté en los sillones destinados a los diplomáticos. Recuerdo haberles dicho: – ¿A qué debo el honor de la visita? Roque contesté: – Vengo a pedirle un favor, que me excuse de no asistir a clase durante poco más de un mes, y es que como usted sabe, el escritor Miguel Ángel Asturias está de Embajador de Guatemala en Francia, y él me ha pedido que vaya a Parí­s, pues va a publicar un libro inédito mí­o, pero me exige que yo revise personalmente las pruebas de las cuartillas, y eso es muy importante para mí­. Yo ya tení­a algún conocimiento de que el poeta iba a ir a la Europa oriental y que los otros profesores ya le habí­an dado la autorización para ausentarse de clases, por lo que le expresé:-Con el mayor agrado te doy el permiso, pero con una condición. ¿Cuál? Contestó muy interesado. Le respondí­:- que le des un saludo afectuoso a Krushev. Los dos visitantes se rieron y Roque agregó:- usted, doctor, es jodido.

En la universidad mantení­amos conversaciones sobre tópicos culturales y realmente Roque me impresionaba por sus conocimientos – verdadera erudición – sobre la historia de la cultura, y sobre todo, de la poesí­a. Sin hacer ostentaciones doctas al respecto, era evidente que desde su juventud, era un hombre de amplia cultura.

Otro dí­a de tantos llegó ítalo López Vallecillos a mi casa, enviado por Roque, para informarme que éste se sentí­a vigilado y perseguido por las autoridades y que como sabí­an que yo habí­a tenido escondido en mi casa a varios personajes de izquierda (Mario Salazar Valiente, Jorge Arias Gómez, Matilde Elena López, entre otros, y posteriormente durante quince dí­as, a mi amigo y lejano pariente Guillermo Manuel Ungo), me rogaba que en caso de emergencia, que yo lo tuviera también escondido en mi residencia. Por supuesto, contesté afirmativamente, y aunque Roque no tuvo necesidad de hacerlo, quedó agradecido.

Yo me reuní­a con él a menudo a cambiar impresiones y un dí­a me atreví­ a decirle que era obvio que yo, sin compartirlas, respetaba sus posiciones ideológicas extremistas, pero que no entendí­a por qué él habí­a expresado una frase tan terrible contra don Alberto Masferrer (“viejo de mierda”), si el pensador salvadoreño, antes que Lenin, habí­a abogado por una mí­nimum vital para los pobres salvadoreños, exponiendo hasta su vida con su generosa doctrina. Él contestó, sin retractarse en modo alguno, que cada quien podí­a pensar y afirmar lo que quisiera. Pero yo agregué algo más: – Pero Roque, hay algo que te reivindica, en mi opinión, Io que tú expresaste sobre la obra de Salarrué, que habí­as vuelto a leer gran parte de los cuentos de este notable escritor y que te habí­a emocionado “la fuerte dosis de ternura” que habí­a encontrado en todos ellos. Comentó: – Al fin encuentra algo de valor en mí­. Le di otro abrazo”

Seguí­ manteniendo con él conversaciones provechosas cuando él se encontraba en el paí­s.

Su trágica muerte me afectó sobremanera. Él tuvo una existencia fecunda, pero tormentosa y atormentada, pero la forma dramática de su deceso, constituyó un suceso patético inexplicable, y los responsable de su muerte, quienes fueran, pues al respecto existen diversas clases de versiones, deben en el fondo de su conciencia, estar arrepentidos.

La forma de su desaparición fí­sica ha conmovido a todos los espí­ritus, aún a aquellos que habí­an disentido de su ideologí­a, pero que reconocí­an la grandeza de su obra poética y la valentí­a moral con que exponí­a y defendí­a sus posiciones polí­ticas. Ha quedado consagrado como un mártir, lo que unido a la valí­a reconocida como poeta excelso, lo ha convertido en una gloria nacional.

A mí­ me tocó solidarizarme con el poeta José David Escobar Galindo en sus ingentes esfuerzos, primeramente para encontrar su respetable cadáver, y luego confortando por diversos medios a su noble y doliente progenitora.

Merece en esta oportunidad hacer referencia, aunque brevemente, a la relación con altibajos de los dos esclarecidos bardos salvadoreños. Ellos fueron vecinos y amigos de infancia, al igual que sus apreciables madres, pero luego, sin perder la amistad, tomaron diferentes rumbos, no sólo en el! aspecto ideológico, sino también por el tono y forma de sus evocaciones lí­ricas.

El poeta Escobar Galindo escribió una oda admirable contra la violencia que asolaba al paí­s, titulado “Duelo Ceremonial por Violencia”, cuyo primer cuarteto irradiaba así­:

“HÚNDETE EN LA CENIZA, PERRA DE HIELO,

QUE TE TRAGUE LA NOCHE, QUE TE CORROMPA

LA OSCURIDAD; NOSOTROS, HOMBRES DE LÁGRIMAS,

MALDECIMOS TU PASO POR NUESTRAS HORAS”

Y AGREGABA LUEGO:

“POR LA SANGRE EN EL VIENTO, NO ENTRE LAS VENAS,

DONDE NAZCAS, VIOLENCIA, MALDITA SEAS”.

Por su parte, Roque, dentro de su conciencia radical, escribió inmediatamente un poema en defensa de !a violencia revolucionaria, y lo dedicó a José David Escobar Galindo, alias “perra de hielo”.

Ei intercambio contradictorio de sentimientos, muy sincero en ambos, no opacó su amistad. Escobar Galindo publicó ambos poemas en la  Revista Cultura, sin el menor resentimiento, incluyendo la burlona  dedicatoria, y los dos en varias oportunidades, con la prudencia del caso hicieron elogios poéticos del otro. Roque en menos grado que David.

Me consta que Escobar Galindo constantemente ha rendido homenaje a su eminente colega y amigo.  El educador José Mauricio Loucel, a la sazón Rector de la Universidad Tecnológica de El Salvador, reunió en un solo libro poemas “de dos de los más altos representativos de la poesí­a vital, joven y trascendente del paí­s” y en un justiciero prólogo agregó: “Uno es revolucionario, irreverente, mordaz. El otro es solariego, pacifista, procaz. . . Roque eleva su puño protestando por todo lo que nos han arrebatado. David recoge con limpieza lo que nos queda aún, lo reafirma y lo presenta iluminado. Ambos comprenden  su momento y lo viven de acuerdo a su conciencia y carácter. Ambos son nuestros salvadoreños.”

No se puede agregar nada a ese justiciero reconocimiento.

En lo personal, el deceso de Roque Dalton me conmovió profundamente, pues él siempre me otorgó, a su modo, simpatí­a y respeto, y yo procuré corresponderle con el elogio a su imponente e implacable personalidad cí­vica e intelectual.

Es “vox populi” que los restos respetables de Roque aparecieron en la propia lava de Chanmico, picoteado por las aves rapaces, donde  fueron enterrados, pero luego fueron extraí­dos y han desaparecido. Sin duda los responsables de su martirio no quisieron que ese lugar, el del  entierro, quedara como un templo de respeto a su memoria.

Estos recuerdos me traen a la memoria a otro personaje distinguido de la izquierda nacional, Jorge Schafick Hándal, quien fue también mi discí­pulo (durante unos pocos rneses, pues luego fue expulsado del paí­s) y llegó a tenerme tal aprecio que él fue uno de los promotores para que la Asamblea Legislativa, de la que era miembro, me otorgara un honor en esa época singular: el de “Hijo Merití­simo de El Salvador”. Aunque también manteniendo polí­ticas e   ideológicas distintas, él en varias oportunidades me pidió que ilustrara a los diputados de su partido sobre el derecho internacional humanitario, el asilo diplomático y territorial y la extradición, lo que yo hice con mucho agrado.

Cuando los periodistas inquirieron sobre su actitud en promover el reconocimiento legislativo, él contestó simplemente: -El doctor Martí­nez  Moreno es hombre honrado y un funcionario ejemplar. Realmente, su gentil afirmación conmovió las fibras más í­ntimas de mi ser.

Y como hombre creyente que soy, he dicho muchas veces Roque Dalton y Schafick Hándal, con la convicción de que ellos, indiferentes religiosos, no hubieran compartido la eficacia de mis oraciones, pero sí­ habrí­an comprendido la rectitud de la intención.

Estas recordaciones, escritas al vuelo de la pluma, sin el menor cuidado del estilo, pero realmente sinceras, me traen a la mente un pensamiento realmente esclarecido y esclarecedor del poeta Javier  Alas al referirse a la visceral y compleja poesí­a de Roque Dalton. Él indica sabiamente que el análisis de valí­a y significación de su estro están siempre plagados, como estos modestos recuerdos, de cuestiones anecdóticas de su fecunda existencia y de su dramática muerte, pero lo que se debe emprender es un estudio serio y bien meditado sobre !a excelsitud de sus versos, sin cuestiones conexas o anecdóticas, que es lo que realmente debe proceder, o sea dignificar seria y simplemente la majestad esplendente y la trascendencia de su obra poética total, que es el homenaje histórico que et bardo merece y se le debe.

Nota del Editor: 

Alfredo Martí­nez Moreno: es un abogado, diplomático y escritor salvadoreño. Es director emérito de la Academia Salvadoreña de la Lengua y ostentó el cargo de presidente de la Corte Suprema de Justicia.

Obtuvo el grado de Doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales de la Universidad de El Salvador. El año 1948 fue nombrado subdirector de organismos internacionales por el canciller Miguel Urquilla.  Presidió la Segunda Comisión de la Conferencia sobre los Fondos Marinos que preparaba la agenda para la Conferencia sobre Derecho del Mar.

En Centroamérica ha participado en varias gestiones que fomentan la integración regional. Para 1967 ostentó el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, y el año siguiente el de presidente de la Corte Suprema de Justicia.

Martí­nez Moreno presidió la Academia Salvadoreña de la Lengua por treinta y siete años, siendo relevado en el cargo por David Escobar Galindo en el 2006.5Entre sus obras se encuentran: Semblanzas y remembranzasCon media togaCuentos semihistóricos y legendarios, el opúsculo Maupassant, el drama de una vida y el esplendor de una obra, y Figuras universales.

__ Si desea realizar un donativo a la Fundación Roque Dalton hágalo POR ESTA VÍA.

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