Lea la primera parte: La prensa salvadoreña en el golpe de Estado de octubre de 1979.
“Por muy defensor y promulgador de la libertad de prensa que sea, ningún medio publicará y comentará la realidad salvadoreña desde la perspectiva de la izquierda. Ese es un territorio al que nunca es permitido trascender”. [1]
El fotoperiodista Iván Montecinos comenta al respecto: “En la pre guerra el comportamiento de la prensa era sometido a la censura. La radio en un inicio, no había televisión activa, no habían noticieros fuertes que transmitieran al momento como lo hacen en la actualidad; solamente las radios que se dedicaban a reportar los hechos que sucedían de una forma fría.
No había análisis, no había espacios de opinión, no se le permitía a la gente hablar sobre lo que estaba sucediendo tampoco; ponían una viñeta y ya se sabía que había algo. Así era como se manejaba la prensa antes de la guerra.
Con la preguerra comienzan a venir corresponsales extranjeros a El Salvador, porque era tanta la crisis y gravedad de la situación del país.” [2]
La cobertura en cuanto a contenido no era ajena a los analistas de aquél momento. Eduardo Stein hace notar que muchos eventos trascendentales debido a su gravedad, se dejaron de lado, o la redacción fue parcial e incompleta.
“Los periódicos ofrecen quizá el caso más lastimoso en cuanto a la difusión noticiosa y de opinión, Precisamente porque su origen los marca como los más llamados a desarrollar estas labores, contrastan más con los resultados tan discutibles que ofrece.
La lógica empresarial se muestra aquí con toda su crudeza al presentar un panorama nacional en donde, consistente con los otros medios, hay una consistente operación parcial que privilegia los intereses del capital y del régimen, llegando en ocasiones a permitir la calumnia y la difamación, disfrazando los textos como noticia o como opinión de firmas discutibles.” [3]
Otro punto de interés fue la prácticamente nula oportunidad para algunos sectores de participar, lo que Stein califica como el “último eslabón problemático.”
“La posibilidad de acceder al uso de los periódicos (lo mismo vale para radio y TV) es realmente reducida por no decir nula. Los articulistas habituales representan un número muy pequeño de plumas y sus contribuciones son, fuera de casos excepcionales, consistentes con la lógica antes aludida.
A la incertidumbre causada por el golpe de Estado, se suma el drama de los desaparecidos a diario y las ocupaciones de Catedral Metropolitana.
Se impide sistemáticamente la participación de otros escritores y colaboraciones potenciales, y se rechazan contribuciones espontáneas cuando éstas representan el sentir y disentir de las mayorías y contravienen las posiciones y opciones empresariales.
Ante la reciente crisis, nunca los periódicos importantes han ofrecido sus páginas para la libre y responsable discusión de ideas y opiniones. Antes bien, parece haber una conflagración para evitar que tales cosas sucedan.
Las opiniones disidentes tienen que pasar por el camino de los campos pagados, con las consecuencias que ya apuntamos antes. Se le pone precio a la circulación de las ideas y se le aplican las más altas tarifas (sobre las comerciales) a la aparición de opiniones, pronunciamientos, etc.” [4]