La nueva república: los Acuerdos de Paz hoy

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Soy admirador de los Acuerdos de Paz: triunfo de la civilidad, prevalencia de la razón sobre la ira, la estolidez y el aprovechamiento de unos sobre otros.

Los Acuerdos son apertura y afirmación de derechos que jamás debieron negarse. Penosamente, en El Salvador aprendimos con electrochoques los valores de la tolerancia y la democracia, bajo la supervisión de las Naciones Unidas que intentaron quitarnos lo trogloditas sujetándonos con una camisa de fuerza: la Cultura de Paz.

La cerrazón y la imposición ha sido la loza de buena parte de nuestra vida como país. Muchos gobiernos militares azotaron y manipularon las instituciones, cualquier asomo de pensamiento democrático era reprimido. Y vino la guerra. 

Y por supuesto que hay historia, larga y bastante triste, veintinueve años de la nueva república nos han servido para confirmar que la política es un oficio de índole delictivo.

Dadas las actuales circunstancias de la realidad nacional no hay que ser anacrónicos para juzgar la parte por el todo, es indignante observar el comportamiento de una clase política abusiva resultado de los Acuerdos de Paz: ruedas de caballitos con los partidos de siempre, diputados que se eternizan en sus curules y se solapan en el fuero constitucional, el gobierno es el botín de guerra de aquel empate técnico en el que no hubo vencedores ni vencidos, pero que viva la democracia mientras haya libertad para elegir a los mismos.   

¿Y la justicia? Bueno, no hay que exigirles manzanas a los arbustos de moras, los delitos y crímenes prescribieron y a todos les conviene olvidar. Para eso existen amnistías, nos gusten o no, no importa que hayan asesinado a nuestros familiares, parientes y conocidos. La ley es letra muerta y si uno la invoca es un necrofílico entre tanta impunidad.

En El Salvador la justicia pasó a mejor vida los jueces y los diputados la manosearon, le quitaron su espada y su balanza, la sepultaron y la convirtieron en amoral.

Y quienes tienen que ejecutar protocolos, reglamentos y convenios suscritos internacionalmente esconden cabeza y testuz, y dignos proclaman injerencias imaginarias porque a pesar del dólar y las remesas la nueva república es soberana e independiente.      

Se espera mucho de las generaciones venideras, pero se deja de lado que se cosecha lo que se siembra y mientras se rinda culto a antivalores como la arbitrariedad, la corrupción, el odio y la ilegalidad no se llegará a ninguna parte.

Habrá que dar muchos pasos, pero muchos pasos más allá de los Acuerdos de Paz.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.
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