Desde la expulsión de Adán y Eva del paraíso – según consigna el Génesis, libro con el que comienza esta obra llena de sabiduría que conocemos como la Biblia – seguramente no había tenido una manzana tanto protagonismo como lo tuvo en una reciente reunión del Concejo Municipal de San Salvador. Fue usada como proyectil – si hemos de creerle a las notas periodísticas – por el alcalde. Tenía como blanco a una concejala. ¡De su mismo partido! La prensa derechista ha reproducido y comentado extensamente y con fruición el suceso. También el principal partido de oposición. Nada que reprocharles esta vez.
Obviamente es noticia. No es como en el consabido ejemplo de las escuelas de periodismo (“si un perro muerde a un hombre, no es noticia; si un hombre muerde a un perro, sí lo es”). Pero llama la atención por lo desusado y grotesco. Y tiene relevancia. Es una muestra de que el “desencuentro” – por llamarlo de alguna manera – entre Nayib Bukele y “su” partido, va camino a convertirse en choque de trenes.
Después han seguido intercambios subidos de tono entre el alcalde capitalino y diputadas efemelenistas que no han hecho sino echarle más leña al fuego al desaguisado. Pero ha causado menos conmoción. A nadie sorprende ya que se usen las redes sociales para semejantes desahogos. Es más, muchos piensan que es para eso que se crearon. Para que cada cual pueda sacar la caja de lustre y desfogarse a gusto.
Las feministas han puesto el grito en el cielo. Con razón. Parece que el edil acompañó el lanzamiento frutal con un exabrupto que no le favorece ante el electorado mujeril: “llévate la manzana a tu casa, ¡bruja!” A pocos siglos de distancia de cuando la Inquisición torturaba y quemaba vivas a mujeres a las que acusaba de brujería, la sensibilidad ante dicha palabra está a flor de piel. Me parece muy bien que haya una reacción fuerte cuando un político, del signo político que sea, la usa con afán insultativo.
Claro, cualquiera que simpatice con Nayib, podría aducir que “se le salió el indio”. En este caso cabría precisar que si se le salió algo fue “el árabe”. Pero ello sería meternos en otro terreno resbaladizo: el del racismo, tan de moda desde que el señor Trump llegó a la presidencia de la actual Babilon.
Yo diría que todos tenemos derecho a enojarnos. Pero posiblemente no lo tenemos a descontrolarnos y reaccionar en un modo del que después nos arrepentiremos. Es motivo de preocupación cuando quien incurre en semejante inmadurez es un político en un cargo público importante, del que muchos esperan que sea un futuro candidato presidencial. La más alta responsabilidad de la República requiere una personalidad sólida, sensata, sosegada, reflexiva. Mal ejemplo da el actual inquilino de la Casa Blanca: impulsivo, irreflexivo, susceptible, rencoroso…
Detrás del incidente está esa mala costumbre, incorrecta, de utilizar las inauguraciones para campaña política. El funcionario está obligado a hacer obra; no debería usar lo que es su deber para levantar su imagen ante el electorado. La remodelación del centro histórico está muy bien. Pero no lo está que se calendarice de modo que tenga incidencia electoral. Si ese fue el motivo del enojo, debería examinar el alcalde la incorrección de su pretensión. Y atender el reclamo de las compañeras que exigían medidas contra el jefe del CAM, señalado por abusos contra una agente. Es normal en política, para conseguir determinada petición, negar los votos a otro asunto de interés para la contraparte. Nayib debería calmarse y desescalar la confrontación. No le luce. Ni le conviene.