El pequeño empresario y el asalariado serán el alma del nuevo régimen.
La frustración política de nuestro pueblo tocó ya un fondo del que no le queda más que rebotar. Después de creer durante mucho tiempo que ya no podía caer más bajo y de atestiguar con azoro que el piso no paraba de ceder, llegó al punto actual, en el que un cualquiera inepto, ignorante y cínico asustadizo, es impuesto por la oligarquía —por medio del fraude electoral electrónico y la manipulación en las redes sociales— como Presidente de la República.
Numerosas organizaciones, grupos e individuos claman por “hacer algo” para cambiar su país. Pero no saben qué es ese “algo” ni cómo se lleva a la práctica. Después del chasco de la pasada revolución de color —la más reciente estafa del poder oligárquico al pueblo—, medio mundo se ha convencido de que hay que “cambiar algo” y de que “no se puede seguir así”. Y aunque no se sabe exactamente qué y cómo hay que cambiar ese “algo”, sí se tiene la conciencia creciente de que el modelo económico no funciona; pues —por ejemplo— desviar el cauce de los ríos para crear hidroeléctricas privadas que le vendan energía a gente a la que despojan del agua de los caudales fluviales es, cuando menos, ridículo y suicida y, cuando más, injusto y criminal.
Esfuerzos dispersos por crear partidos políticos y frentes amplios proliferan en la geografía del rebote, lo cual es esperanzador porque de ese río revuelto puede —y debe— surgir un conjunto de liderazgos que converjan en un plan de país a corto, mediano y largo plazo. ¿Qué Guatemala queremos para dentro de 10, 40 y 90 años y cuáles son las etapas necesarias para alcanzar esas metas? ¿Qué participación se necesita de las diferentes clases y sectores sociales para lograrlo? ¿Cuáles son los intereses específicos de cada clase y sector, los cuales se harán converger en un solo interés nacional? Estas son las preguntas que los nuevos liderazgos emergentes deben responder autónomamente y sin el asistencialismo distorsionador de la cooperación internacional.
La convergencia exige un pacto interclasista e intersectorial. También, una alianza inter-ideológica que priorice coincidencias en aras del interés nacional inmediato, mediato y posterior a la fase formativa de un nuevo régimen político y económico que implicaría un nuevo Estado funcional, probo, eficiente y fuerte, y una economía en la que el capitalismo esté basado en la pequeña y mediana propiedad agrícola, en la pequeña y mediana empresa y en una banca estatal flexible al servicio de la expansión empresarial, la del salariado y la del consumo. Tal convergencia requiere de esfuerzos incontaminados de ambiciones personalistas y grupales, las cuales necesitan someterse al interés nacional, que es el conjunto negociado de los particulares intereses sectoriales y clasistas de un país.
Como la oligarquía se conforma con ser clase dominante y se niega a ser clase dirigente, habrá de formar parte de este esfuerzo en condiciones de igualdad junto al resto de las clases que integran nuestra debilitada unidad nacional. Por eso, los pequeños y medianos empresarios y la clase media asalariada deben desechar la ideología oligárquica por nociva para sus intereses, y entender que el pequeño burgués y el asalariado serán el alma de la nueva economía y del nuevo Estado nacional-popular, pues democratizar el capitalismo y el Estado —desoligarquizándolos— pasa por expandir la pequeña y mediana empresa y toda la clase media.
Converjamos ya. ¡Rebotemos ya!