El tiempo se curva como el viento. La distancia se curva con el tiempo. En estos días, en que se puede registrar y multiplicar al infinito, las imágenes que nos envuelven, el tiempo se vuelve tan relativo, que hasta lo rompemos. Las fotografías, para el caso, nos testimonian y evidencian nuestro paso por la vida, nos refrescan el pasado y el pasado se vuelve presente. Las grabaciones de música que escuchamos en nuestros años infantiles o juveniles, nos remontan a emociones pasadas y las vuelven actuales. El cuerpo sigue su curso, la evolución hace su parte y plantea nuevos perfiles al organismo, cabellos blancos o desaparecidos, rodillas cansadas, vientres abultados, etc., pero aquellos registros, nos vuelve actuales, los días que no han pasado, que están allí, en el eterno presente. Y nos rejuvenecen.
No me puedo imaginar cómo era la vida cotidiana hace un siglo. Al no tener un registro palpable de la juventud, tampoco se tenía la idea del proceso de desarrollo físico y, por ende, basado en los acontecimientos que marcan un hito en la vida, matrimonios, nacimientos, logros académicos, traiciones, sucesos sociales y naturales, muertes, etc., el concepto de sí mismo, cambiaba, sin referencia, por lo que las personas iban a brincos a través de sus edades. Por eso, a los treinta años, ya eran viejos y a los cuarenta, ancianos. De esta forma, la noción del tiempo ha cambiado. Nuestra percepción de nuestro paso por la vida, también ha cambiado.
Agreguemos a esto, que la tecnología ha encogido el mundo. La informática, las exploraciones del espacio sideral, los nuevos principios científicos de la cuántica. Lo que ayer era ciencia ficción, ahora es de uso corriente.
Ahora bien, en contraste, los paradigmas del pensamiento, las ideologías y doctrinas sociales no han avanzado desde el siglo XIX. La moda marxista que arrasó con las filosofías anteriores y dividió el pensamiento en un una visión binaria, entre materialismo e idealismo, se impuso en piedra, como el código Hamurabi. Marx elaboró su pensamiento deslumbrado por la revolución industrial, antes de que existiera la electricidad, el motor de combustión interna, y ni hablar de todos los avances del siglo XX. La Revolución Rusa, que nadie le quita lo glorioso, llegó a su declive en la segunda mitad del siglo y, aunque allí revisaron su pensamiento, la perestroika y el glásnost no llegaron hasta nuestras tierras.
Torpemente, nuestros intelectuales siguen consultando los textos pre perestroika y el librito de la Harneker. Incluso han tomado la Monografía de Roque Dalton como la ciencia infusa, sin saber que fue un texto propagandístico.
De esa manera, tampoco se han roto los paradigmas del autoritarismo y el patriarcado tipo colonial, que tanto problemas están dando en estos momentos, donde la izquierda adolece de los vicios tan criticados en la derecha y reproducidos por ella, como son el racismo, el machismo, la intolerancia, el sectarismo, el culto a la personalidad y la manipulación de la doble moral.