Usted es de pocos cariños, es de aquellos seres que aman con intensidad a unos cuantos, fundó su familia pretendiendo transgredir al olvido, los otros, los que se apellidan como usted, solo son parientes, aves transitorias cuyo plumaje negro irradia su estado de ánimo.
La depresión es ahora su vivir, la sed apagada le marchita las mejillas, el desgano es el rostro de la mente palpable en cada acto, el cuerpo es el dolor de la existencia.
Muchas personas se sienten igual que usted, la temporada es propicia para exacerbar lo que no se pudo hacer o lo poco que se hizo durante 365 días, tiempo de resumir la impotencia, la circunstancia erguida como una muralla interminable, la felicidad o al menos la tranquilidad son luces lejanas titilando en la costa.
Está por terminar un año de perros, gracias a Dios, ¿existirá esa fuerza superior a la que se encomienda desde que tenía cinco años? o ¿será la esperanza inherente en los humanos para esconder su ignorancia?, no hay remedio para la tristeza, solo la fe y el prozac, paliativos de la ilusión.
Se siente tan cansado de dormir, tan fastidiado de hincarse ante el destino, tan débil que al hálito de su alma se lo lleva la ventisca pero resurge terco al amanecer.
Lo alentador es imaginario, las borracheras con los amigos son catarsis repetitivas, exorcismos de demonios familiares que siempre regresan con más fuerza, soledades descarnadas que se encuentran en cualquier parte.
Pero no todo está perdido, le queda la lucidez, la capacidad de reflexionar en el fondo del abismo.
Las fórmulas para escalar al cielo recetadas por los terapeutas son masturbaciones para psiquis como la suya, ¿para qué confesarle a otros las tempestades internas?, ¿qué sentido tiene involucrar a terceros cuando no hay mejor diálogo que el que se tiene con uno mismo?
No necesita la conmiseración de nadie, mañana se acordará de estos días aciagos con la fortaleza del que renace de las ruinas, la resurrección egoísta del temple, la certera convicción de haber escapado de la congoja.
Por ahora, solo resta la agonía de la espera de la que seguramente sabrá sobrevivir.