domingo, 12 mayo 2024
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La crisis de Europa comienza en casa

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Indudablemente la UE es tanto una sociedad de estados como de ciudadanos. Esto significa que las divisiones intranacionales son tan importantes como las disputas diplomáticas entre paí­ses, dice le analista

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LONDRES ““ Las profundas divisiones dentro de Europa amenazan cada vez más los valores en los cuales se basa el proyecto europeo de “unión cada vez más estrecha”. Durante la crisis de refugiados de 2015, muchos analistas observaron una división entre la Willkommenskultur (cultura de bienvenida) de la canciller alemana Angela Merkel y la visión de pureza étnica del primer ministro húngaro Victor Orbán: una Europa occidental de puentes frente a una Europa oriental de muros.

Pero existe otra amenaza a la unidad europea que proviene de paí­ses individuales. En Alemania se han roto las negociaciones para formar una coalición entre centro izquierda y centro derecha. En Holanda, tras las elecciones de marzo el primer ministro Mark Rutte tardó 208 dí­as en formar un nuevo gobierno. En la clase polí­tica gobernante del Reino Unido impera la confusión sobre el Brexit. Y en Polonia, nacionalistas blancos y neonazis organizaron recientemente una marcha masiva por las calles de Varsovia.

¿Qué divisiones resultan mayores, aquellas entre los estados miembros o las que ocurren dentro de ellos? La respuesta a esta pregunta tiene una gran importancia. Si el mayor problema de Europa radica en que está dividida por las fronteras nacionales, entonces los paí­ses de tendencia liberal como Francia y Alemania podrí­an intentar cambiar el equilibrio de poder dentro de aquellas naciones cada vez más antiliberales.

Cada paí­s de la UE aceptó un conjunto de estándares democrático-liberales (parte de los llamados Criterios de Copenhague) cuando se unió al club. Sin embargo, con el paso del tiempo los gobiernos de Hungrí­a y Polonia han decidido que ya no quieren respetar las reglas. Una solución podrí­a ser la creación de un club más pequeño con mejores beneficios. Los paí­ses que deseen unirse a este privilegiado cí­rculo interno deberí­an aceptar un nuevo conjunto de reglas o, mejor dicho, el original. En tanto, los paí­ses que lo incumplieran quedarí­an fuera: finalmente habrí­a un costo por infringir los estándares de la UE.

No obstante, esta solución solo funcionarí­a si el mayor problema fuera la división entre los estados miembros. En cuanto a sus divisiones internas, piénsese en Alemania. Después de las elecciones federales de septiembre, Merkel se embarcó en un experimento fascinante al tratar de aglutinar a su partido de centro derecha Unión Demócrata Cristiana (CDU), su partido hermano más localista Unión Social Cristiana (CSU), el proempresarial Partido Democrático Libre (FDP) y los Verdes de izquierda.

Merkel es una negociadora talentosa y resulta mucho más idónea para escribir sobre “el arte de la negociación” que otros que no nos molestaremos en mencionar. Pero aún está por verse si será capaz de sanar las divisiones dentro su propio paí­s.

Si bien los Verdes quieren defender la Willkommenskultur, la posición de la CSU sobre la inmigración se acerca más a la del Grupo de Visegrado (República Checa, Hungrí­a, Polonia y Eslovaquia). De hecho, la CSU recibió a Orbán en una de las conferencias de su partido durante el punto álgido de la crisis de los refugiados de 2015.

Por otra parte, mientras los Verdes son federalistas europeos que apoyan una mayor solidaridad económica con Grecia e Italia, el FDP canaliza la disciplina fiscal de los finlandeses, los holandeses y los suabos. Se oponen firmemente a una mayor integración económica europea.

Muchos esperaban que Merkel lograra forjar una coalición “Jamaica” (llamada así­ por los colores de la bandera de este paí­s). Sin embargo, finalmente el experimento falló. El FDP abandonó las conversaciones debido a la frustración por que, según dijo su lí­der Christian Lindner, “los cuatro interlocutores no tienen una visión común para la modernización del paí­s o una base común de confianza”.

Alemania todaví­a goza de una mayorí­a liberal estable en el Bundestag, incluso sin una coalición Jamaica. No se puede decir lo mismo del resto de la UE, donde casi todos los demás estados miembros ahora son una “sociedad 50-50”: mitad cosmopolita, mitad comunitaria. En estos paí­ses, el gobierno representa en cualquier momento dado al bando ganador del último asalto de la guerra cultural en curso.

Por ejemplo, en el Reino Unido el 52% de los votantes optó por abandonar la UE. El paí­s está en camino de ser un estado aislado, provinciano y xenófobo, pero sus lí­deres siguen diciendo al pueblo de Gran Bretaña que estará mejor así­. Para quienes lo creen, no parece tener importancia el hecho de que el paí­s pierda su voz en las decisiones de la UE que afectan su entorno económico.

Por el contrario, con Emmanuel Macron Francia ha pasado a tener un enérgico nuevo presidente proeuropeo, comprometido con preparar a su paí­s para los próximos años. Y con todo, Francia no es mucho más cosmopolita que Gran Bretaña. En la primera ronda de las elecciones presidenciales de esta primavera, las campañas nativistas de Marine Le Pen, Jean-Luc Mélenchon y Nicolas Dupont-Aignan obtuvieron en conjunto el 46% de los votos, casi tanto como la campaña “Leave” (Salir de la UE) del Reino Unido.

Indudablemente la UE es tanto una sociedad de estados como de ciudadanos. Esto significa que las divisiones intranacionales son tan importantes como las disputas diplomáticas entre paí­ses.

Un informe de Brookings Institution procuró determinar a principios de este año si Europa es un “área polí­tica óptima”, concepto tomado de la teorí­a del economista Robert Mundell sobre “áreas monetarias óptimas”. El informe concluyó que las diferencias culturales e institucionales entre los paí­ses de la UE no han cambiado mucho durante las tres últimas décadas de integración europea. Pero también detectó que las divisiones entre paí­ses son mucho más pequeñas que las diferencias dentro de los paí­ses. En otras palabras, existe una mayor polarización sobre la cuestión de la libertad de movimiento entre Londres y las Midlands británicas que entre el Reino Unido y Polonia.

La creación de una Europa flexible o de varios niveles podrí­a resolver algunos problemas a corto plazo al reunir coaliciones que buscan abordar cuestiones especí­ficas. Pero también podrí­a incorporar nuevos peligros. Después de todo, la mayorí­a de los paí­ses europeos, independientemente del nivel en el que se encuentren, seguirán siendo sociedades 50-50 que podrí­an optar o no por una mayor integración con una sola elección o referéndum. No se puede descartar que en el futuro Le Pen sea elegida presidenta de Francia ni que el antieuropeí­sta Movimiento Cinco Estrellas llegue al poder en Italia. Por la misma razón, la más moderada Plataforma Cí­vica podrí­a volver al poder en Polonia.

No será fácil hacer frente al desafí­o intrasocial del proyecto europeo. Se trata de un problema generacional profundo que apunta al corazón de la identidad nacional, la historia y la geografí­a. Ninguna solución institucional rápida puede resolver un problema como este.

Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

Mark Leonard es director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.

Copyright: Project Syndicate, 2017. www.project-syndicate.org

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Mark Leonard
Mark Leonard
Mark Leonard es un científico político británico y escritor. Es el director del Consejo europeo de Relaciones Exteriores. Analista internacional y columnista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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