Este 30 de julio/2019, se cumplen 44 años de la vil masacre estudiantil, contra docentes y estudiantes de la Universidad de El Salvador (UES) y particulares, perpetrada por el gobierno salvadoreño, en céntrica zona de San Salvador. Y parece que fue ayer”¦
Un día de 1978, me llegó nueva invitación, la segunda, a aceptar la Secretaría de Información de la Presidencia de la República. Esta vez, el representante del presidente Carlos Humberto Romero, Rafael Flores Lima, me ofrecía la plaza, sólo para cubrir el aspecto informativo y publicitario.
Después de una breve entrevista, muy respetuosa y franca, con el representante, mi respuesta fue negativa. No podía aceptar -lo dije de manera diplomática- porque como universitario lamentaba los sucesos represivos que seguían dándose contra la ciudadanía. Me referí, especialmente, a la tradicional animadversión de los gobiernos militares contra la Universidad de El Salvador (UES), que para mí era -y sigue siendo- mi Alma Mater.
Tres años atrás, el 30 de julio de 1975, cuando Romero era Ministro de la Defensa Nacional del gobierno de Molina, una manifestación de estudiantes y particulares, fue masacrada sobre la 25 Avenida Norte, a la altura del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), con saldo de heridos, capturados y asesinados. Algunos de ellos, habían sido, meses atrás, mis compañeros docentes y otros, mis alumnos en la Escuela de Periodismo de la Universidad de El Salvador (UES).
Fue una vil masacre anunciada. Represión y otros sucesos contra la UES, lo anticipaban. Y la razón de la marcha del estudiantado, el 30 de julio, había sido por solidaridad con el Centro Universitario de Occidente/UES de Santa Ana, que un día antes había sido cateado y ocupado por las fuerzas militares, bajo la acusación de conspirar contra el gobierno y poner en peligro la seguridad nacional.
Por mi convicción y condición de universitario, me era imposible aceptar un cargo de tal naturaleza en Casa Presidencial. El representante se mostró comprensivo y, sin ninguna contrariedad, agradeció mi visita.
Pero, la razón más importante para mi negativa inmediata, había sido aquella inhumana represión sangrienta cuando, bajo sus órdenes como Ministro de la Defensa -o sea comandante de las fuerzas militares del gobierno del coronel Arturo Armando Molina- el ahora presidente Romero y su ejército, perpetraron la vil masacre contra la Universidad de El Salvador, mi Alma Mater, el 30 de julio de 1975,
Además, porque fueron asesinados varios estudiantes de otras Facultades, algunos muy conocidos y apreciados, como Carlos Fonseca, dirigente de Sociología, quien me había hecho acostumbrarme a sus frecuentes visitas a mi oficina en la Dirección de la Escuela de Periodismo, para solicitarme algún material impreso o permiso para usar el mimeógrafo, o simplemente para conversar y exponer sus cuitas y anhelos.
Aún cuando la masacre estudiantil fue de grandes proporciones -entre fallecidos, lesionados y capturados- a cierto sector de la sociedad -los principales medios de comunicación y gente de derecha- les cayó en gracia y hasta celebraron el trágico suceso:
– Bien hecho, por comunistas”¦
– Claro, comunistas instigadores. Bien por el Gobierno”¦
Particularmente, los distintos medios de comunicación, especialmente los impresos, pusieron el sello de su tendencia ideológica al referirse pálidamente a la manifestación y su disolución a balazo limpio, las tanquetas, los heridos y las capturas, por parte del ejército y los cuerpos de seguridad.
Los titulares de las noticias de primera plana, el día 31, decían: “Heridos ayer en manifestación”, publicó La Prensa Gráfica; y “Policía dispersa manifestación”, publicaba El Diario de Hoy. Otros medios, por el contrario, diferían en el titular y, desde luego, con objetividad en su enfoque: “Cuerpos de Seguridad masacran estudiantes”, publicó Voz Popular, en la edición de la primera semana de agosto, 1975.
¿Cómo iba yo a aceptar un cargo dentro de un engranaje criminal y represivo, en Casa Presidencial? Ni por necesidad extrema. Cuestión de principios. Si sólo haber atendido por cortesía la invitación, aunque para entonces no sabía la razón de habérmela girado, había sido bastante y suficiente para sentirme mal.