El doctor Héctor Dada Hirezi, en una conferencia dijo que él, después de aplicar todas las herramientas científicas de sus estudios de economía, le preguntaba a su esposa, “cómo estaba la cosa hoy en el mercado”. Así lograba una dimensión más completa de sus conclusiones.
En la realidad, por mucha teoría, muchos ismos y estudios, si preguntamos a las esposas, nos vamos a encontrar con la esencia de la economía de nuestros países. El detallista es el depositario último de la producción y el primer paso para la recuperación de la inversión. En El Capital de Marx, fija su centro en la mercancía; pero si movemos el centro un poco, llegamos al intercambio comercial de la plaza, que es donde siente la realidad la gente de la calle, o sea, nosotros. Cuánto dinero tenemos para gastar (el asunto del salario) y cuánto es el precio de la mercancía (el asunto de la plusvalía).
Para mientras, de parte de los dueños del capital en el gran mundo, está demostrado que los movimientos cíclicos del capital, las veleidades de la industria, las finanzas, el mercado, no son más que el disfraz de la única ley que existe para el mercado: comprar barato y vender caro. Hubo un tiempo en que el capitalismo desarrolló una clase media fuerte, para generar un mercado interno para su producción, incentivó el surgimiento de capitales medios y pequeños, el desarrollo de una clase de tecnócratas, etc. Pero eso vino a decaer, frente a la arremetida de nuevas políticas de monopolios, solo que ahora globales, tan poderosos, que en pocos años han acabado con todos los capitales independientes, locales; arrazó con la clase media y dejó sin empleo a millones, de la noche a la mañana. Poco a poco, esta fuerza de trabajo ociosa, se ha ido incorporando, con sus salarios y beneficios recortados y bajo la amenaza de ser despedidos en cualquier momento.
Si eso ha ocurrido en los centros de desarrollo del capital, qué puede haber ocurrido en nuestro país. Donde nunca se desarrolló una verdadera clase media, ni un mercado interno, y los profesionales y tecnócratas tienen que buscar su vida en el extranjero. De pronto vimos cómo nuestro país se convertía en un suburbio de Colombia; bancos, aerolíneas, hoteles, etc., todo está en manos del capital colombiano.
Con los gobiernos areneros, llegó el “neoliberalismo”, una tesis supuestamente revolucionaria, que dinamizaría la economía y permitiría el desarrollo social bajo principios de libertad y democracia. Era el paradigma que se oponía a las dictaduras socialistas. La tesis se puede explicar de manera sencilla: Liberalizar el mercado, quitar controles del estado y permitir a los empresarios la explotación de sus empresas sin reservas ni regulaciones de ninguna clase, sobre todo en lo tocante a la relación empresa-trabajadores. La población se iba a beneficiar del “rebalse” de la economía.
Durante veinte años, vimos cómo se depauperaba la clase capitalista independiente, dando paso a los grandes tiburones que tragaban todos los despojos; cómo se arrasaba con la clase media, crecía el crimen organizado, cómo nuestro país entraba a ser parte de los cárteles de la droga, y la delincuencia tomaba las calles. Pero el “rebalse” nunca llegó.
Ahora descubrimos dónde está el famoso rebalse. En los paraísos fiscales, como Panamá. Esto me hace reflexionar: ¿Cuál es la diferencia entre los abuelitos que enterraban la botija con bambas y las cuentas secretas en los paraísos fiscales? Tanta teoría, tantas mediciones y organismos internacionales, para terminar como el cuento “La botija” de Salarrué.
El punto delicado de esta doctrina neoliberal es la ideología que ha impuesto en toda la población: el individualismo a ultranza. Poco a poco, en el alma de la gente se ha ido erosionando el concepto de solidaridad y se ha generado un individuo encerrado en sí mismo y que sospecha de todo. Se pondera la competencia como la única forma de convivencia social. Dentro de ese marco, vale todo. Es, literalmente, la ley del más fuerte, porque es el más fuerte el que impone el marco legal en el país.
Muchos esperábamos que los Acuerdos de Paz trajeran un cambio estructural, una nueva forma de relación social, de intercambio más humano. Pero se terminó imponiendo el viejo paradigma de la exclusión, el acaparamiento, la deshumanización en las relaciones sociales. No es necesario ser un gran científico social para darse cuenta que, paradógicamente, los que han salido ganando de esta situación son los delincuentes de cuello blanco, arriba, y los delincuentes descamisados, abajo. Por todos estos años, muchas voces de alerta se alzaron para señalar los peligros que se cernían sobre la nación. Pero los oídos estaban sordos. ¿Sordos? No. Es que para ellos, la situación estaba perfecta así.
Volviendo con los fondos en los paraísos fiscales, para el caso, Panamá –pero no el único–, esos son los fondos que hacen falta para que el país marche adecuadamente. Que no hay dinero, lo hemos venido oyendo desde siempre. Lo que no hay es voluntad. Si esas bambas en las botijas modernas, son las evasiones de muchos años de impuestos, lo que se puede traducir en material didáctico para las escuelas, medicinas y camas en los hospitales, becas de estudio, institutos de investigación, equipamiento de las universidades estatales, escuelas de arte, y un largo etcétera. Falta de visión solidaria de la sociedad, doctrina de la competencia, el individualismo más tenaz. Lo que Juan Pablo II llamaba “capitalismo voraz”.
Pero inmediatamente me asalta la curiosidad. En qué están invirtiendo ese dinero. Si prefieren sacarlo y ponerlo en manos extrañas, debe ser porque les reporta más beneficio. ¿Armas?, ¿drogas?, ¿laboratorios de experimentación genética?, ¿viajes interespaciales? Pero sea como sea, ese dinero no volverá a El Salvador. El capital ya salió y la ganancia se quedará también por allá. Y, si sumamos a todos los evasores del mundo, nos encontramos con un verdadero Estado en la sombra. Las decisiones nacionales ya no nos pertenecen.
¿No se puede hacer nada?