El Profe continuaba como preso político en Arica, Chile, después del golpe de estado contra Salvador Allende. Junto con otros cinco presos, habían definido un conjunto de reivindicaciones bajo el fundamento que eran prisioneros de guerra; habían quedado de reunirse el día siguiente, para analizar la forma de comunicar esas peticiones al militar de mayor rango, en funciones de mando, en esas instalaciones penitenciarias.
Al día siguiente, cuando el Profe se estaba lavando la cara y los sobacos, forma común de aseo personal diario, según la costumbre en Chile, llegaron dos soldados y un cabo, lo agarraron y lo llevaron a otra celda de reos políticos.
Allí se encontró a dos de sus alumnos de la Universidad: uno muy pobre, alto dirigente de la Juventud Comunista local, que estaba gozando de una beca para estudiar Contaduría; el otro, un joven de clase media acomodada, del partido socialista, sobrino del Rey de la Coca de Arica, que estudiaba Administración de Empresas. Ellos fueron apresados cinco días después del golpe, se pusieron muy contentos de ver que el Profe estaba vivo, se había corrido la especie de que había sido fusilado; cada uno de ellos había ido a la casa del Profe para ver cómo estaba su esposa y sus hijos, no los dejaron acercarse a la casa los soldados que la custodiaban, pero su esposa se dio cuenta y los saludó con una sonrisa desde la puerta, moviendo su boca sin emitir sonido les dijo: “no se preocupen”. Ellos se habían comunicado con aproximadamente quince alumnos de las asignaturas que el Profe impartía, cuyas familias vivían en la ciudad, ya que el resto se había regresado a su domicilio en todo el territorio chileno, tomando en cuenta que la Universidad había sido intervenida militarmente y se habían suspendido las clases hasta nuevo aviso; dijeron que dos de esos alumnos habían logrado hablar con la esposa del Profe y ella les dijo que estaba recibiendo apoyo de su madre, quien había viajado desde Santiago, cuando los militares lo permitieron.
El Profe los puso en antecedentes sobre: las reivindicaciones que se pretendía hacer llegar a los altos jefes militares de la región de Arica; los problemas personales entre los presos políticos; los llantos colectivos, bastantes frecuentes durante la noche; los gritos de las compañeras detenidas en otra ala del edificio; los parientes que suben a un cerro cercano para verlos, cuando los sacan a asolear al patio; los gusanos, gorgojos y otros insectos que salen en la comida; el alumbre que le ponen los militares al te, para mantenerlos sin animo y como cansados; los castigos a que han sometido a varios de los compañeros; así como sobre los presos desconocidos que tienen confinados en las celdas de castigo. Los muchachos le dijeron que allí en la celda la situación era similar.
Como a las diez de la noche, sacaron a todos los presos políticos de sus celdas y les ordenaron que se formaran militarmente en el patio. Un capitán del ejército dijo que era muy bueno que se consideraran como prisioneros de guerra, ya que cada uno sería juzgado en un tribunal militar, por sus crímenes de guerra.