Ya escribía en estas columnas que este es el país del conformismo, del “así es”, del “vaya pues”. Pero también me encuentro a cada instante con el agravante que aquí “no se puede” o que “es bien complicado, fíjese” y la gente lo acepta como tal, sin importar la situación. Todo es una imposibilidad para el asalariado, o por lo menos una dificultad.
Y el hecho de preguntar el porqué de las cosas incomoda un poco más. Es la tradición, amigo lector, que nos ata a seguir haciendo las cosas tal y como se nos ha acostumbrado y a verlas de la misma forma. A veces en contra de nuestra voluntad, pero se nos indica que debemos hacer esta cosa o aquella como parte del quehacer.
El vigilante le dice al cliente que se estacione en posición de salida sin saber el porqué; la trabajadora del banco te pide el NIT original sin saber para qué; aquel empleado que, al querer comprar media libra de queso donde el dueño solo quiere vender libras, te dice que no se puede partir; el mesero que le pregunta al chef si te pueden cambiar las papas por vegetales y te dice que no pues el menú ya está hecho; o aunque estés en el aeropuerto a la hora que sale otro vuelo que no es el tuyo aunque vaya para el mismo lugar el paniaguado te lo negará, al menos que se le pague una cantidad obscena.
Aunque haya una propuesta novedosa o distinta a lo conocido, la costumbre lo imposibilita. ¿Te has preguntado el porqué en otros países no existe esa infestación de túmulos y pasarelas? Claro, parte es la falta de consideración al peatón por parte de los conductores, pero también se cree que no se puede de otro modo porque “somos salvadoreños y aquí no se puede”. ¿Qué tal si se le diera buen uso a la policía de tránsito para que haga los controles de velocidad o multe a los que estropean las esquinas o bloquean los pasos de cebra? ¿Y si exigiéramos que los establecimientos con estacionamientos pagados nos garanticen un espacio? ¿Y si demandáramos al establecimiento que, a sabiendas, le vendió un auto robado a una mujer y ahora le salen con una imposibilidad? ¿Qué tal si pudiéramos hacer valer la política de devoluciones al ver que el artículo que compramos no queremos más?
En el país de las imposibilidades a veces los que sí pueden están conformes con el status quo y lo disfrutan haciendo que sus peones le digan al vulgo que no se puede. Un rotativo local intuye imprudentemente que al Centro Histórico no se le puede ni se le debe andar a pie. No hay que ser ilusos y decir que el centro es como el Downtown Chicago, pero tampoco se trata de un lugar impenetrable como lo quiere hacer ver el presidente estadounidense.
Como salvadoreños hay que dejar atrás ese sentimiento de imposibilidad y poner una nueva cara, una cara de hacer lo posible para que sí se pueda, de exigir a las autoridades para que hagan valer nuestros impuestos en materia de seguridad para que sí se pueda. Hay que trabajar para que las cosas funcionen y dejar de aceptar la imposibilidad como norma.