Parece ser que los embustes están a la orden del día. Hablar es gratis, y el problema con lo que se dice es que a veces se termina creyendo y se cumple el objetivo: engañar o, por lo menos, volver el ánimo de los incautos a una causa que se sobreentiende, con números, que está perdida y que con el tiempo es insostenible.
Constantemente, vemos a facinerosos que se dedican en redes sociales, en sus publicaciones en Twitter, a decir toda suerte de palabras sin sentido. Son tan rimbombantes que terminan ganándose el aplauso y la simpatía de los ingenuos, pero, cuando son sometidas al crisol de la intelectualidad, vemos que simplemente son palabras banales, es decir, aquello que sirve únicamente para alimentar de ilusiones al ganado.
El hecho es que, no se puede vivir constantemente mintiéndole a la opinión pública, al electorado, o a aquellos delante de quienes se tiene cierta simpatía. El político debe tener en cuenta que hay que decir la verdad, o hablar de cara a quien le deposita su confianza. Es una cuestión de ética y de principios.
Por otro lado, es bastante irresponsable vivir echándole la culpa a otros de los desaciertos propios.
Nicolás Maquiavelo decía que: «La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad.» Bajo esta premisa, muchos que detentan el poder, embriagados de la envestidura y la prosperidad de la función pública, en estos tiempos de Covid-19, se ufanan en señalar desaciertos pasados ajenos, sin siquiera mirar las torpezas presentes y propias.
Asimismo, el gran pensador italiano afirmaba que: «La naturaleza de los pueblos es muy poco constante: resulta fácil convencerles de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos.» A razón de esto, por lo que la misma historia nos ha enseñado, a los gobernantes en turno en nuestro país, poco a poco se les van cayendo las construcciones verbales. Cada día que pasa las hordas azuzadas van despertando del letargo y se van dando cuenta que la retórica no concuerda con la realidad. No se le puede decir a alguien que ha perdido su empleo o que ha cerrado su negocio, que las cosas van bien y que los cuatro años venideros serán los más cool de toda su vida.
Hoy en día, el número de parados (sin empleo), ha aumentado vertiginosamente. Los desocupados de siempre ya no lo ven con extrañeza, pero quienes en los últimos siete meses perdieron su empleo, perdieron clientela y cerraron sus negocios, las patrañas ya no las digieren.
Con dieciséis meses en este ejercicio ejecutivo, el discurso de culpabilizar a otros ya no cala, pues las hordas han comenzado a ver su realidad, y a juzgar el comportamiento y la patología de los gobernantes.
Este país tiene problemas históricos, pero no se resuelven con alocuciones maratónicas, sino con trabajo ordenado y con verdaderos planes que generen empleos. El mejor programa social no es una caja con provisiones para tres días, sino un empleo digno para cada individuo. Este es un derecho constitucional.
En estas condiciones, la diatriba de no saber el rumbo de este este barco ya comienza a pasar factura, pues, algunos ya están volviendo porque encontraron un punto de retorno. Otros, tarde que temprano, comprenderán el extravío y se darán cuenta que otra vez le vieron la cara y que para gobernar un país se necesita, por lo menos, haber concluido los estudios universitarios y, sobre todas las cosas, tener sentido común y sobriedad.