No es ninguna sorpresa. Es lo que todos sentíamos y sabíamos. No les importa. Mientras no signifiqués una oportunidad para ponerse la capa de héroe, tu hambre, seguridad, penas y alegrías no son nada para ellos.
Decapitaron al Estado a conveniencia. Tienen al país sin Sala de lo Constitucional desde hace más de un centenar de días. Discuten. Juegan su ajedrez diabólico y siguen mamando la teta de un país que se desangra a borbotones de migrantes.
Todos ellos prometieron “salvar” al país, pero en seis meses se han dedicado a cazar sombras y rondar como cuervos los pocos recursos que quedan.
¿Para cuándo el agua? ¿Para cuándo la seguridad alimentaria? ¿Para cuándo la reforma fiscal? ¿Para cuándo la educación? ¿Para cuándo la salud?
No. Nuestros salvadores se sientan en el Olimpo a decidir qué grupo musical puede o no entrar al país, cuál de sus criminales de guerra es más digno, cuántas biblias se necesitan para quemar a una mujer por aborto, cuál magistrado puede o no favorecer sus intereses, o sobre el próximo bono o vacación que podrían cobrar.
Viven aislados, escondidos y temerosos de la misma gente que juraron representar, a la que no conocen y a la que le mienten.
Ojalá los diputados también migraran por amenazas de muerte. Que un día tuvieran que dejar todo y partir a lo incierto esperando conservar al menos la dignidad. Ojalá también los asaltaran. Ojalá tampoco les alcanzara el sueldo. Qué bueno sería verlos en el bus, o madrugando para poder sortear el tráfico y que no le descuenten el sueldo.
Tal vez un baño de realidad salvadoreña podría reactivar la humanidad que estos vampiros perdieron hace tiempo. Tal vez acercarlos al calor de la hoguera que ellos mismos encendieron serviría para desintoxicar sus mentes del fanatismo.
Las ideologías los volvieron ciegos. Sus ídolos, sus ejemplos, sus planes, sus apoyos y opiniones saben a ceniza. Su religión se convirtió en leyenda hace mucho tiempo pero no se dan cuenta (o quizá no quieren).
Su despertar será amargo. Sin embargo, pese a toda la oscuridad de sus juegos políticos, El Salvador prevalecerá y seguirá demostrándoles otro modo de hacer país.
Un anciano me dijo una vez: “Cuando en el país hay un terremoto, la política se detiene; pero tortillas siempre hay”. Habrá un mañana.