domingo, 12 mayo 2024
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Conversando de ancestros y música con una garifa

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En el marco de la conmemoración de los 25 años de la Ley 70, que cobija al pueblo afro en Colombia, arrullada por las olas y fresca brisa de las playas de Tumaco, Nariño, sitio bañado por el mar pací­fico y adornado por la sonrisa de su gente afro que rie a pesar del abandono y azote violento de los actores armados, legales e ilegales. En una caseta hecha de guadua curada, a unos dos metros separada del suelo. Se dieron cita negros y negras de todas las edades que habitan este territorio para conmemorar el cuarto de siglo que cumple su normatividad.

Mientras comí­a pepa e´ pan, cocadas, tomaba biche curao para calentar la palabra en medio de la reunión, me presentaron a una mujer de unos 40 años de edad, aunque aparentaba más por su porte de matrona y vocera afro. Doña Carmen Isabel Alvares, venia de Honduras en representación del pueblo indí­gena Garí­funa y de la organización Ofrane. Haciendo ella misma la aclaración de no ser afro sino indí­gena; según ella, porque el denominarse afrohondureña desconoce la historia de su pueblo. Cosa que sacude, porque en Colombia eso no da y por el contrario se identifica afros de indí­genas.

Ya interrumpida la charla que tení­a Carmen con otras dos señoras, que se mostraban mayores que ella, me senté al lado en una silla rimax que tení­a a la mano. Saque mi celular para grabar la entrevista después de presentarme y explicar el motivo de mi visita al sitio. Iniciamos la charla con el tema religioso, a lo que Carmen me explicaba que creen en Jesús y en el catolicismo, como también en los ancestros. Estos son protectores de encuentros, reuniones y de las personas mismas. La rebelión es la forma de presentarse y dialogar con estas figuras, en los sueños por ejemplo se presentan los ancestros y así­ se conoce cuál es el protector de ahí­ en adelante. Entre los nombres que más se escuchan en esta religión, son el de Parauda y Satuie, guerreros indí­genas que estuvieron en el proceso de liberación del pueblo Garí­funa, en San Vicente.

A pesar de ser la una de la tarde en esa playa, llena de arena y mar, olores de inciensos, papa e´ pobre y biche, se sentí­a un fresco que recorrí­a todo el sitio. A donde se mirara, la brisa fresca moví­a las palmas, las trenzas, incluso la arena se dejaba llevar por estos chorros invisibles de tranquilidad. Las trenzas de Carmen estaban congeladas, solo se moví­an cuando ella moví­a la cabeza. Su mirada tranquila tení­a cierta alegrí­a, lo noté cuando me miraba con esos ojos de abuela alcahueta. A medida que se escapaban las palabras arropadas con esos dientes de mármol.

Con el oleaje de fondo, escuchaba que los 9 pueblos indí­genas hondureños tienen sus propias tradiciones. Entre ellas son los baños con plantas o yerbas, para proteger el alma como el cuerpo. Estas plantas también se usan en la preparación de las comidas. La albaca, el culantro, cinco negritos, son los que más mencionó, junto al ajo, pimienta y sal entre otros ingredientes comunes de la gastronomí­a de ese territorio. Poca carne roja, más pescado y los mariscos aparecen en los platos de estas familias. El pollo lo preparan sin grasa, ósea le quitan el cuero para comerlo. Esto con el fin de no dejar perder el tipo de alimentación que hací­an los ancestros, quienes no sufrí­an de cáncer o diabetes que hoy en dí­a son producidas por los quí­micos en las comidas.

Otro tema que querí­a conocer por parte de esta matrona hondureña, era acerca de la resolución de conflictos. A decir verdad, su expresión se tornó más seria cuando mencionó al gobierno nacional como el principal adversario. Este actor, como también en Colombia ocurre, es responsable del destierro de los indí­genas de sus territorios. También ofrece el agua y los minerales a las empresas como en un supermercado, mientras la gente del paí­s se queda con los cráteres y aguas envenenadas de los mega-proyectos. Lo mismo pasa en mi paí­s.

Contra el gobierno, se organizan y movilizan. Entre ellos, dialogan y se protegen con sus padrinos ancestrales. La tierra es para sembrar comida. No para robarla o destruirla.

Antes de la interrupción que sufrimos, por la segunda jornada del evento logramos conversar de la música. La Punta es el género que produce y disfruta el garifo. Con tambor, maraca y caracol se baila y canta a la vida, a los ancestros y a Dios. E incluso la muerte también oye esta música. Solo cuando el difunto, antes de irse a descansar eternamente está enfermo y su gente sabe pronto morirá, se le dedican cantos y sonidos de la Punta. Pero, cuando la muerte fue repentina en algún accidente o causa natural, a esa persona no se le despide con música.

Le di la mano a Carmen, le sonreí­ y agradecí­ su tiempo. Me comí­ tres pepas de pepa e´pan. Me despedí­ de otros conocidos del evento. Aprecie la belleza de una negra adulta que hablaba por teléfono y baje las escaleras para buscar al grupo con el que visité Tumaco. Varios relámpagos pasaron por la cabeza. El amor pasajero de una exnovia negra de Cali. De mi mamá dándome pepa e´ pan antes del almuerzo. La primera vez que fui al mar. Todo esto arrullado por las olas del Pací­fico, que me recibió con sus brazos abiertos para ser la primera vez.

Me quede con la intriga de mi ancestro. No sé quién es. Tengo la leve sospecha de quien puede ser, buscare entre sueños a ver si se presenta. Mientras eso pasa, Tumaco, su gente, sus playas y mariscos se tatúan en el recuerdo y corazón.

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Wilmar Harley Castillo
Wilmar Harley Castillo
Comunicador social, especialista en Política Pública para la Igualdad. Columnista y comunicador de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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