martes, 14 mayo 2024

Cenotafio para Rolando

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Para Rolando Reyes

Dos mil veinte ha sido el año de Tánatos, la consternación ronda nuestros afectos hasta hacerlos triza recordándonos lo efímero de existir, somos como pasos sobre la arena antes de ser arrasados por las olas de la bajamar.

Era marzo de 1992 en el extinto CONCULTURA, Rolando Reyes ingresó pocos meses antes que yo como Director General de Artes cuya sede estaba en el Teatro Nacional, recién se habían firmado los Acuerdos de Paz y la temporada era propicia para reinvenciones.

Congeniamos de inmediato, la amistad sobrepasó las interminables reuniones de directores de los martes en las que se discutían estrategias y acciones culturales. Por un lado, estábamos los creativos y líricos, y por el otro, los que se colocaban desfachatados el puño a la altura del corazón cada vez que escuchaban el himno nacional.

Ocurrencias y falacias abundaban en el sector, aún prevalece la bellaquería de que ser escritor, pintor, actor o bailarín es transformarse automáticamente en buen administrador y gestor cultural, insensatez   arraigada en mentes poco analíticas.   

Otro de los grandes males del paisito es la desmemoria, a algunos les conviene olvidar, imaginan que tan solo por cerrar los ojos desaparecerá la historia a su alrededor y administran a través de tabulas rasas imaginarias, la ignorancia es atrevida, en la gestión cultural siempre hubo alguien antes que tomó decisiones con aciertos y errores.

Coincidíamos con Rolando en rescatar lo valioso y positivo que se hubiese hecho. Previo a CONCULTURA se vivieron dos hechos fundacionales, uno en la década de 1950 con la creación de diversas direcciones y departamentos bajo la batuta del intelectual Reynaldo Galindo Pohl y el segundo en la década de 1970 con un joven y brillante Carlos de Sola que se rodeó de gente talentosa como los pintores Roberto Huezo y Roberto Galicia y el dramaturgo Roberto Salomón, entre los más conocidos.

 Rolando era un pintor extraordinario depositario de una sólida formación humanista, recuerdo su exposición Palindromas en la sede del Patronato Pro Patrimonio Cultural a cargo de Ana Vilma de Choussy, otra promotora fuera de serie.

Como funcionario tuvo muchos aciertos, negociador de buen talante, fue tejiendo toda una red de vínculos internacionales con las que pudo mantener una programación permanente en el Teatro Nacional.

Apoyó a Ricardo Lindo y a Edgardo Quijano con la revista Ars de la que editamos varios números en la Dirección de Publicaciones, ambos participamos en las negociaciones de convenios culturales con Colombia y México y además él fue el gestor principal del programa de Orquestas Sinfónicas Juveniles en El Salvador.

Viajó varias veces a Caracas a entrevistarse con el Mtro. José Antonio Abreu, fundador del Sistema de Coros y Orquestas Juveniles de Venezuela, hasta que en 1995 llegaron a San Salvador varios músicos titulares que instruirían a los aspirantes por secciones, se lanzó una convocatoria nacional dirigida a niños y jóvenes y el primer concierto se llevó a cabo en el Teatro Presidente bajo la batuta del Mtro. Elmer Amaya.

Ese mismo año, regresé a México y nos perdimos la pista varios lustros hasta que en 2011 lo nombraron Agregado Cultural en la Embajada de El Salvador en este país.

Rolando redimensionó la misión y el compromiso de un diplomático con sus compatriotas, abrió las puertas de la embajada para fomentar la identidad nacional, convirtió las fiestas del 15 de septiembre como eventos únicos y conmemorativos en los que reunía a intelectuales, artesanos, empresarios, estudiantes y trabajadores sin distingos de ninguna clase.

Organizó proyecciones de documentales en espacios como Casa del Lago Juan José Arreola y en la embajada teniendo como figura fundamental a Monseñor Romero, promovió recitales poéticos y logró la participación de escritores salvadoreños en festivales de poesía y en la 12º Feria Internacional del Libro en el zócalo de la Ciudad de México en donde leímos Ana Escoto, Lauri García Dueñas, Otoniel Guevara y un servidor en los foros y museos principales.

Propició que artesanos salvadoreños y trabajadores de arte popular expusieran en varias ediciones de la Feria de las Culturas Amigas y a la vez atendió la visita de autoridades como el Secretario de Cultura el Dr. Ramón Rivas.

Si no me equivoco, entre 2016 y 2017 dejó de ser diplomático por las insidias de personajes que se manejan en lo oculto, una lástima para la proyección de la cultura salvadoreña en el exterior. Cuando él dejó la embajada acabó una época maravillosa.    

Rolando se quedó en la Ciudad de México, vivía muy cerca del Paseo de la Reforma y siguió pintando con la convicción de la creación de obra propia.

La última vez que nos vimos fue en Chapultepec una tarde de febrero de este año, estaba contento y tranquilo, me comentó que tenía en mente escribir sus memorias, y vaya que las tenía, fue un gestor cultural de largo aliento, me lo imagino como una ceiba cubriéndonos con su sombra siempre frondosa.

Gracias, Rolando. 

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.
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