martes, 14 mayo 2024

CANIS LUPUS | Cuarta y última parte

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"En 28 años he ido dos veces a El Salvador, en 1999 me fui a despedir de mi hermana cuando la desahuciaron, Julieta Angélica falleció el 23 de agosto de 2000 a los 51 años, este es mi homenaje para acariciar su memoria": Gabriel Otero

Por Gabriel Otero


Para Julieta Otero, in memoriam

Después de la pesadilla

Por su seguridad, Julieta durmió en casa de don Julián, soñó ser colibrí en un campo lleno de flores, se sintió libre y despertó reconfortada, pero a las horas la angustia regresó con más fuerza y sentía el pesar como la resaca marina, ¿o serían los efectos de la botella de ron combinada con ese espantoso nudo en la garganta?

Solo ella sabía lo que había vivido, la ingenuidad convertida en terror de sus captores, y el ruido amplificado de los balazos al entrar en la piel y los chasquidos de sangre inundando todo, es curiosa la fragilidad del cuerpo humano al almacenar tanta sangre y vaciarse tan rápido.

Las tomas de embajadas continuaron en los siguientes días, la de España seguía ocupada y la de Panamá se produjo el 13 de febrero nuevamente por las Ligas Populares 28 de febrero, el desalojo del PDC fue el tercero de forma violenta y cada día se cuestionaba a sus dirigentes por su omisión y tibieza, “no manda la Junta de Gobierno, sino que lo hace el ministro de Defensa el todopoderoso coronel García” (1) apodado “cielito lindo” en los tés de las señoras de alcurnia, por un lunar gigantesco, que parecía bola de excremento de conejo, junto a su boca.

Julieta no podía andar sola y acompañarse con guardaespaldas hubiera sido contraproducente, al doctor Eduardo Colindres le habían designado un Caprice 79 con blindaje número cinco que se acababa el tanque de gasolina cada cien metros.

Y una de esas noches, Moloch el torturador (2) apareció en la televisión en horario triple A en un programa en el que acusaba a algunos personeros del PDC de pertenecer a las izquierdistas Fuerzas Populares de Liberación (FPL), el Mayor había renunciado a la Guardia Nacional poco después del golpe de estado del 15 de octubre de 1979. Su tono intimidante, de sentencia de muerte, sonaba como un llamado a esbirros y sicarios a actuar en defensa de la patria, ese territorio torcido de delación y cadáveres anónimos enterrados en fosas comunes, aunque ni siquiera había que sepultarlos, la idea era fomentar el espanto y que la gente viera lo que le podía pasar si creía en ideas exóticas, no hay peligro en las mentes dóciles.

El Procurador General de Pobres, doctor Mario Zamora, fue uno de los señalados, “por este motivo, en su calidad de funcionario presentó una denuncia por difamación ante el Juzgado de lo Penal contra (Moloch el torturador)…..y esta era la primera denuncia que se realizaba en El Salvador con el propósito de contener a la ultraderecha a través del uso de mecanismos penales de la administración de justicia” (3).

Los muertos continuaban brotando indómitos en el campo y las calles, producto de las fechorías de los escuadrones de la muerte, el clima de terror acrecentaba y no se iría en un buen rato.

El Asesinato de Mario Zamora

El viernes 22 de febrero se celebraba el cumpleaños de Dolores (Loli) Henríquez, una de las miembros connotadas de la Democracia Cristiana. Por la noche habría una fiesta en la casa de Mario Zamora y Aronette Díaz a la que llegaría buena parte de la Comisión Política así como amigos y sus parejas. La cita era en la avenida Maquilishuat 214 en la colonia Vistahermosa.

Los invitados arribaron a las 7:30 horas, Julieta y Eduardo necesitaban olvidarse de las amarguras recientes y asistieron de buena gana al festejo en el que habría ron, cerveza, vino y licores cordiales en abundancia.

A las ocho la casa estaba abarrotada, en el jardín se habían colocado mesas y sillas y las cumbias sonaban a toda su potencia, había buen ambiente, por lo menos lo que restaba de la noche no se hablaría de coyunturas políticas ni de oportunidades perdidas para el país, el ocio le ganaba la partida a la confrontación.

La casa tenía la fisonomía de un hogar clasemediero: contaba con tres recámaras para la familia y una para el personal de servicio, dos baños y un estacionamiento con portón para dos vehículos y al fondo un jardín de regular tamaño que daba a un lote baldío.

Todos convivían en la sala y en el jardín, en el momento de mayor asistencia había alrededor de 80 personas, estaban alegrones por los tragos, soplaba un viento incipiente que era una bendición para los rezagos de esos calores sofocantes vespertinos que aún quedaban en la noche, y en esta estación del año no había esperanza de lluvia ni por asomo.

A partir de las 10 los invitados comenzaron a retirarse, la situación no estaba para trasnochar y así sucedió las dos horas siguientes hasta quedar seis personas, Loli, Carlos su esposo, Julieta, Eduardo, Aronette y Mario, los niños estaban en su recámara.

Eduardo dijo estar agotado y quería irse por lo que se acostó en el sillón de la sala y pidió que lo despertaran cuando terminara la fiesta (4), los demás siguieron platicando, escuchando música y bebiendo, la voz que se oía en las bocinas era la de Mercedes Sosa, Julieta sufría otro ataque de ansiedad y lloraba sin consuelo.

La angustia de los recuerdos de la masacre en el PDC de hace unos días la devastaba, el olor a sangre aún lo tenía impregnado en cada vello de la nariz, ciertamente su vida ya no sería igual y no había visos de cura en un corto plazo.

Mario, con su afabilidad intentaba brindar algún soporte a su querida amiga, era un tipo simpático a pesar de su rostro adusto, caía bien de inmediato, llegaba a casa de don Julián cada vez que quería reírse, discutir y beber, aunque no necesariamente en ese orden. Mientras, abrazaba a Julieta con toda la comprensión y ternura de la que era capaz.

De pronto Aronette alcanzó a ver a seis hombres cubiertos con pasamontañas saltándose el muro del jardín, traían armas cortas y largas con silenciador, no alcanzó a gritar, uno de ellos le propinó un culatazo en la columna (5) y la tiro al suelo ordenándole no moverse, a Eduardo lo despertaron con un fusil apuntándole a la cabeza y le dijeron imperativos:

─No mirés para arriba─ y vio hacia abajo y estaban tirados en el suelo Julieta, Carlos, Loli y Aronette, Mario era el único sentado en una silla, tenía su copa de licor arriba del tobillo, su pierna doblada le servía de apoyo, les preguntaron a todos sus nombres, y uno a uno respondió, en eso pidieron la llave del portón, Aronette, presa del susto, no quería entregarla y sacaron del cuarto a Mario hijo y lo encañonaron, al unísono todos gritaron que entregara las llaves (6) y al fin accedió. Eduardo y Julieta flanqueaban boca abajo a los demás, pensaban que los iban a matar, se dijeron te quiero con el convencimiento de no volverse a ver.

Los encapuchados les ordenaron quedarse quietos unos minutos y en eso ya no vieron sentado a Mario, y pudieron levantarse y sospecharon que se lo habían llevado. Eduardo le habló por teléfono al doctor Rubén Zamora, que vivía al lado, para advertirle que tuviera cuidado porque secuestraron a su hermano (7), después entró al cuarto principal cuya puerta estaba sin cerrar e intentó abrir la puerta del baño que estaba con llave, y le dio una patada y se abrió, en el suelo de la regadera yacía el cadáver del doctor Mario Zamora asesinado con tres balas (8).

Un crimen que hasta ahora está impune.

México D.F. 1980

Mis ojos son un manantial de agua salada al recordar a Julieta llorando sobre Paseo de la Reforma sin motivo aparente, se podía estar hablando con ella y de repente se transformaba. El doctor Eduardo Colindres, no sabía qué hacer ni cómo reaccionar ante la mirada devoradora de la gente que volteaba y qué decía en su mente “¿qué le habrá hecho ese tal por cuál?” las tribulaciones de Julieta eran muy dolorosas, y él solo atinaba a abrazarla y pretendía consolarla. El exilio era algo más allá que un estado de ánimo era la realidad lacerante posesionándose de cada uno de los poros, los recuerdos de la muerte cargada en sus espaldas eran lo cotidiano.

Cuando llegó a México, Julieta estaba embarazada de su segundo hijo, Eduardo, todos los domingos salíamos a turistear y a redescubrir la ciudad en que nació, al momento en el que tuvo que decidir su nacionalidad renunció a ser mexicana y se convirtió en salvadoreña convencida por sus ideales, en esos años la legislación internacional permitía una sola ciudadanía.

Julieta tardó años en recuperarse, asistía a terapia un par de veces por semana, además de hermanos éramos amigos, yo tenía 14 años cuando llegué a vivir a su casa, me dio las llaves y me dijo que le avisara cuando no fuera a llegar.

Recuerdo con gran cariño esa época que, sin duda, fue una etapa importantísima de mi formación personal.

Corolario

En 28 años he ido dos veces a El Salvador, en 1999 me fui a despedir de mi hermana cuando la desahuciaron, Julieta Angélica falleció el 23 de agosto de 2000 a los 51 años, este es mi homenaje para acariciar su memoria.

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  1. De la Calle. Ángel Luis. Las Ligas Populares Salvadoreñas ocupan la Embajada de Panamá (1980. 13 de febrero) El País https://elpais.com/diario/1980/02/14/internacional/319330805_850215.html?event_log=go?event_log=oklogin
  2. Por asociación se conoce a quien llamo Moloch el torturador, este personaje merece ser proscrito de la historia salvadoreña, no era demócrata, y no se ha ganado su nombre en ninguno de mis textos.
  3. Informe de la Comisión de la Verdad para El Salvador, De la locura a la esperanza, La guerra de 12 años en El Salvador. 1992-1993.
  4. Testimonio de Eduardo Colindres.
  5. Martínez, Carlos. Arias, Mauro. Es un dolor en el plexo solar. Un sentimiento angosto. (2010. 20 de abril) El Faro https://elfaro.net/es/201004/el_agora/1546/%E2%80%9CEs-un-dolor-en-el-plexo-solar-Un-sentimiento-angosto%E2%80%9D.htm
  6. Testimonio de Eduardo Colindres
  7. Testimonio de Eduardo Colindres
  8. Martínez, Carlos. Arias, Mauro. Es un dolor en el plexo solar. Un sentimiento angosto. (2010. 20 de abril) El Faro https://elfaro.net/es/201004/el_agora/1546/%E2%80%9CEs-un-dolor-en-el-plexo-solar-Un-sentimiento-angosto%E2%80%9D.htm

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.
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