viernes, 26 abril 2024

Clístenes Hafner: «Quien no sabe clásicas, nunca va ser alguien culto»

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Entrevistamos a Clístenes Hafner, un autodidacta experto en griego antiguo y latín que trabaja en el Instituto Hugo de São Vítor, y quién representa el surgimiento de una educación diferente.

Por Alejandro Herrera Núñez.

Una rebelión educativa aparece en el inquieto horizonte brasileño. Entrevistamos a Clístenes Hafner, un autodidacta experto en griego antiguo y latín que trabaja en el Instituto Hugo de São Vítor, y quién representa el surgimiento de una educación diferente.

«¿A quién le importa Homero? A nadie. A ti te importa porque lo conoces. Y esto se debe a la tradición. Ese boca a boca a lo largo de los siglos. Y al descubrirlo, sabemos lo importante que es. Porque la gente habla de él. Y si hablan de él es porque está vivo y no muerto». Me dice Kareen Spano, poeta y actriz dramática, después de conversar juntos con Clístenes por Meet. El nombre Clístenes ya augura por sí un destino. ¿Sospecharían eso sus padres años atrás?

«¿Por qué aprender clásicas? Porque si no lo sabes, nunca vas a ser alguien culto», dice Clístenes con convicción.

El cuarto de estudio de Clístenes es una habitación que parece una celda monacal cisterciense. En una pared junto al crucifijo, hay un cuadro de la Disputa del Santísimo Sacramento. El lugar es sobrio, y es todo lo que se puede ver desde la cámara. Clístenes busca su encendedor para su cigarro, pero no lo encuentra. Empezamos a conversar.

Hablar con Clístenes me sabe a un ejercicio de arqueología, es como ir desenterrando lentamente una estatua sepultada en el tiempo. Se recolocan sus piezas partidas en un ejercicio de reconstrucción. Se la limpia con esmero para recuperar su significado. Y ya puesta en un pedestal, limpia, reconstruida, aunque con algunas partes faltantes, le damos un golpe para que este monumento del pasado nos hable. Y canta la musa.

Todos hemos oído de los griegos y romanos en el colegio y en las películas que pasan por Semana Santa. Tenemos un imaginario claro: columnas resquebrajadas, yelmos con penachos de crin de caballo, togas, estatuas blancas, etc. Pero pocas veces somos conscientes de que vivimos bajo el techo del mundo de las ideas y formas levantadas hace casi tres mil años en la recóndita Grecia. Ideas como democracia, república, filosofía. Todo viene de Grecia. El teatro es griego, la filosofía es griega, la política es griega . Los mismos géneros literarios son una creación griega (tragedia, comedia, poesía lírica, épica, hasta un género tan moderno como el del “diario”, fue estrenado al final del mundo antiguo con las Confesiones de San Agustín). El mismo cristianismo está ligado a esta cultura. La palabra evangelio es una palabra griega. De los cuatro evangelios canónicos, tres fueron escritos en griego. Conceptos como Católico, logos, Cristo, son términos griegos. La nuestra es una civilización occidental clásico cristiana, pues es el aporte clásico un elemento determinante en su configuración.

Hoy que está de moda hablar mal de la cultura occidental, a la que se reduce someramente al capitalismo (un fenómeno nacido recientemente en Inglaterra hacia 1750), bastaría hacer recordar, además de los regalos griegos arriba resumidos, que ese mismo pensamiento crítico y de cambio social es una herencia griega. Recuerdo que fue en una tragedia griega, quizá una de Eurípides, en que se menciona “que es tradición que las costumbres cambien”. En otra tragedia se habla de una rebelión de mujeres. En la obra de Esquilo, Los Persas, se hace el mayor gesto de respeto a un pueblo enemigo, los medos, con quiénes tuvieron atroces guerras. Y es en esa misma obra, donde se hace el mayor ejercicio de empatía en la literatura antigua. Esto porque se narra desde la perspectiva persa. Más que un acto de inclusión, es un gesto de altura moral que coloca a los griegos en el lugar que la tradición los ha puesto.

Clístenes Hafner

«Se podría decir que he dedicado mi vida a estudiar y tener hijos ». Es lo que me dice Clístenes, quien tiene cinco hijos y se dedica solo a estudiar a los clásicos, y a vivir de enseñarlos. En un mundo donde la mayoría aprende un idioma comercial como el inglés, alemán o incluso el chino, Clístenes ha ido contracorriente y se dedica a enseñar griego y latín. Esto que suena contra intuitivo, es sin embargo el medio de vida que ha logrado consolidar Clístenes, y no precisamente en Austria o Luxemburgo, sino en Brasil, en un país latinoamericano. Lo que ha logrado, resulta a cualquiera que se entere, en un ejercicio de auténtico realismo mágico. Enseñar lenguas muertas y vivir de eso.

Esta aventura de entrevistarlo empezó hace un tiempo sin saberlo. Estaba en internet, que no es un lugar, pero lo parece por el tiempo que paro allí, buscaba algo específico para una conferencia que debía impartir. Lo que buscaba era de por sí algo raro: el hexámetro. La primera vez que oí del hexámetro fue años atrás en un manual de versos impreso en 1904. Mucho después, viendo un tiktok, encontré a una chica albanesa recitando la primera estrofa de la Ilíada en griego. Me resultó fascinante, sobre todo por la manera en que lo recitaba. Buscando en Youtube sobre la Ilíada en griego, encontré otro video con Boris Johnson, el ex Primer Ministro inglés recitándolo de memoria con un fuerte acento británico. Intuí que por su formación en Eton primero, y en Oxford después, aquella excentricidad helénica de Boris, era algo más que una frivolidad comparable a comer comida Thai, sushi, o un gusto pasajero por el arte conceptual gay. Había en esos rezagos de formación privilegiada, algo más que una apariencia sofisticada o un mero pretend. Entonces, navegando en Youtube me encuentro con varios vídeos sobre el tema, pero de brasileños. Uno de ellos, era el de Clístenes. Lo escuché con atención y por fin pude comprenderlo. La poesía no se lee como prosa, se lee como poesía. ¿Y cómo se lee la poesía? Como lo que es, como música.

En el pasado ya conocía un poco de ese mundo de clasicistas por algunas películas sobre profesores, entre las que destacan la protagonizada por Robin Williams en “El club de los poetas muertos”, dónde se cita al poeta latino Horacio con su famoso carpe diem. En otra llamada Goodbye Mr. Chips, trata sobre un maestro de clásicas, en cuya clase los niños traducen a Homero directamente del griego. En otra, El club Julio César, un profesor de clásicas enseña sobre el valor de los grandes hombres del pasado y su legado. Todas esas películas de profesores de clásicas no eran otra cosa que películas sobre formar personas. Era algo más que saber en qué año fue la batalla de Cannas.

Educación clásica

En este marco educativo fueron formados los grandes hombres de la Historia desde Alejandro y César, hasta Napoleón y Bismark.

La propuesta de esta educación es formar personas más inteligentes y creativas a través del desarrollo de la voluntad (algo inherente en toda la filosofía griega). Y de esta forma la educación de la persona no se reduzca a solo su profesión, la cual es solo una parte de su vida. Se trata de formar el carácter y por ende tomar las riendas de su propia vida.

Eres ingeniero, y qué

En Brasil como en casi toda Latinoamérica cada vez significa poco.

«La gente empieza a comprender que si no se tiene creatividad y la voluntad desarrollada, no van a llegar a ningún lado. El hombre por su propia naturaleza quiere saber. Siendo animales racionales, necesitamos aprender». Menciona Clístenes. «Desarrollar la voluntad es más importante que tener un bachillerato en Derecho o Ingeniería».

Sin embargo, las universidades del mundo cada vez tienen un acentuado enfoque de educación para la renta, es decir, solo buscan formar profesionales para el mundo laboral, y nada más. Por otra parte, pareciera que todo el pensamiento está circunscrito a la academia y nada más. «Creer que fuera de las universidades no hay gente inteligente es una equivocación», menciona Clístenes que tiene un discurso claro. «¿De dónde se sacó esta idea que la academia tiene el monopolio del conocimiento?».

Por ello resulta esclarecedor que algo viene cambiando en el recóndito Brasil, donde una nueva y joven generación de amantes de las clásicas, irrumpe como aire fresco en el mundo de la enseñanza. Lo que imparten no tiene que ver con cuestiones profesionales, sino más bien con la esencia misma de aprender. Cómo bien dice Clístenes, «uno estudia griego porque quiere saber griego». Y es en este deseo de saber dónde yace el quid de la cuestión. «No es tampoco un hobby», añade Clístenes, «porque aprender latín o griego antiguo es un estudio duro, cuesta». Entonces ¿Por qué?

Clístenes parece haber hallado en su pasión la cuadratura del círculo, vivir la utopía, y esto es vivir de enseñar clásicas en un país del tercer mundo, y que eso le permita mantener a su familia. Cuando empezó, descartó enseñar lenguas lucrativas, prefiriendo enseñar griego antiguo en un acto que cualquiera hubiese considerado como propio de un romanticismo suicida. Años después y con cientos de alumnos detrás, queda claro que acertó. Encontró su mercado desde la honradez de enseñar algo que ama, y no según los criterios mercadotécnicos. Más que un milagro, lo suyo es una prueba de fe en su vocación. Y no solo se trata de su conocimiento de lenguas clásicas, sino de todo lo que lo envuelve, desde un acercamiento directo a las fuentes de los antiguos (filosofía, teatro, retórica, etc.), pasando por un profundo conocimiento de la poesía en cuanto música, hasta un dominio sobre la métrica poética.

Quizá se pueda definir su éxito educativo a partir de las palabras del padre de uno de sus estudiantes, un ingeniero: «yo quiero que mi hijo aprenda arte, literatura, latín, porque yo no tuve eso. Y porque no me siento culto ni preparado para vivir mi propia vida, sino que solo me siento preparado para trabajar. Mi educación fue solo eso, trabajar». Estas duras palabras resumen una situación a la que no nos preparó la universidad. Como menciona Clístenes, refiriéndose a la paradoja universitaria, «la universidad no es un ambiente propicio para enseñar a trabajar. La universidad es el lugar del otium, el ocio, no del negocio, que viene de negotium, que es la negación del ocio. Si uno quiere aprender a trabajar tiene que ir a un lugar donde se trabaja».

Así la universidad fue, pero ya no es, ese ambiente propicio para el ocio, de la actividad reposada que favorecía la creación. Cuando la universidad apareció en la Edad Media, no fue con propósito de formar ingenieros de puentes, ni el suyo era un enfoque de educación para la renta. La universidad nació como educación de formación humana.

Pero ¿Qué es la formación humana? Pues eso mismo que no tuvo el padre de ese estudiante. Es aprender para prepararse a vivir la propia vida. Porque el trabajo solo es una faceta de la vida, no toda la vida como nos inculcan en nuestra sociedad del rendimiento en que cada vez hay menos vida personal (¿Cuántos mensajes de WhatsApp del trabajo recibiste hoy desde que saliste de allí al terminar tu turno?). Una consecuencia económica de vivir solo para el trabajo, es que una sociedad del rendimiento se transforma en sociedad del cansancio. La perdida de propósito lleva a una lógica ralentización de la producción, cuyos resultados se ven en la rotación de personal por renuncias, o en casos extremos, en depresión y enfermedades mentales. No obstante, una formación clásica coadyuva al desempeño de una mejor vida, a tomar mejores decisiones, gestionar las emociones y asumir los desafíos con entereza. Escuelas de pensamiento clásico son el estoicismo, el epicureísmo o el mismo escepticismo. Si sabemos vivir nuestras vidas (como se puede aprender de leer a Homero, a Tácito o Platón), un resultado es que sabremos gestionar mejor nuestros trabajos. Lo contrario, como viene ocurriendo es que el trabajo termine siendo una víctima de nuestra obsesión por el trabajo.

Génesis de un clasicista

Quiero creer que Brasil vive un momento cultural fascinante fuera de la academia, como percibo de todo lo que me comparte Clístenes en una larga videollamada. Según me cuenta, todo empezó «por razones políticas, pero actualmente se desplegó de lo político para seguir su propio camino». Lo que hicieron una serie de jóvenes amantes de las clásicas, fue salirse del marco de una educación académica orientada a la educación para la renta, así como también salirse de la dictadura de una educación postmodernista con resabios a discusión universitaria. Este camino ha llevado a una nueva generación de estudiosos de las clásicas a poder compartir su pasión, con no pocos nuevos adeptos, en el viaje por descubrir «cosas nuevas en cosas antiguas»

Como menciona Clístenes, «existe en Brasil hoy una demanda de las familias para que sus hijos aprendan más literatura, arte y en formarlos en la parte filosófica. Esto porque hay una demanda educativa, en la que más padres quieren una educación distinta. Ya no les basta solo el diploma de bachillerato».

Herramientas que brinda una educación clásica

Creatividad, que es el desarrollo de la imaginación, la cual, según Clístenes, es cada vez más escasa en las escuelas, donde ya no se crea. Y la creatividad se da por paradoja en la imitación de los otros. “Todo aquel que intentó ser original, no fue original. Miren a Shakespeare, él quiso ser como Plauto en Roma, y eso lo hizo grande. Cervantes mismo imitó a los autores de caballería con su Don Quijote. Imitar fue lo que los hizo creativos, porque empezaron desde una tradición”.

Sobre los avances de la IA, Clístenes agrega, “la creatividad no puede ser reemplazada por ninguna IA, ya que estas no crean, porque no existe una imaginación artificial. Más bien solo juntan cosas haciendo quimeras. La creatividad se hace por imitación, no por quimeras”.

Desarrollo de la voluntad.

San Ignacio de Loyola hablaba de la inteligencia, voluntad e imaginación. Como enseñaba el santo de Guipúzcoa, cuando vas a rezar ejercitas la imaginación de la escena, sea la dolorosa pasión o la gloria del cielo. Luego se tiene modelos a imitar, ejemplos de vida cristiana, los santos, la Virgen, algún aspecto de la vida de Jesús. Todo esto ejercitando la inteligencia en que se pone toda la voluntad. Si por ejemplo al escritor no le dan ganas de escribir, la solución es ponerse a escribir así sea sin ganas. Simplemente se trata de hacerlo. Es poner la voluntad. Esta metodología jesuita de cómo aprender, que se resume en poner toda la inteligencia, creatividad y voluntad, resume precisamente la labor de Clístenes en un mundo cultural mas significativo de lo que se sospecharía.

Jóvenes clasicistas

Pero Clístenes no está solo. Descubrí que no es poca gente la que está trabajando con los idiomas antiguos. Entre otros se encuentra Leonardo Antúnez, también brasileño y dramáticamente joven, quien tradujo la Ilíada a endecasílabos con versos blancos sin rima. Y que además pone melodía a los versos, como me comentó Clístenes mismo.

Algo que me anima mucho de enterarme de esto, es la juventud de estos estudiosos de las clásicas del Brasil. Por mi experiencia, la mayoría que he conocido, cuando estudian griego lo hacen por los evangelios y se quedan en el griego koiné, y son poco dados a asociarse, al ser el suyo más un ejercicio de anacoreta. Por otra parte, los grupos de clasicistas activos en redes son de personas mayores, dónde el promedio de edad prácticamente no baja de la edad de jubilación, al menos entre los miembros más activos que dominan efectivamente las lenguas antiguas. Por eso la alegría de una nueva generación que garantice la continuación de la preservación de esta selva de conocimiento antiguo.

Carlos Alberto Nuñez y el misterio del Hexámetro

Cómo dice Clístenes, una característica de nuestra época es que «un cantante no escribe sus canciones y un poeta no canta sus poemas». Qué mejor manera de definir la situación de la poesía hoy. Tal vez no de toda, pero si de la gran parte de poesía. Y la poesía recoge el sentir de una época, que temo es, en el caso de nuestra época, una poesía pequeña sin valor para cantarse.

Por eso la importancia del rescate de un traductor brasileño, quien además del contenido supo traducir la vieja música del padre de los poetas: Homero.

El nombre de este traductor es Carlos Alberto Nunez, pero como este es un artículo escrito en español, traduciremos su apellido a Núñez, que por otra parte, estimo suena mejor.

A Núñez en Brasil lo han venido rescatando. «Es una de las traducciones que en los últimos veinte años está renaciendo». El mérito de Núñez es haber traducido a Homero respetando el hexámetro, que es por así decirlo la clave para leer su música. El clasicista italiano Rosano, llama al hexámetro “el venerable metro”. Este metro de verso consta de seis compases usualmente de tres sílabas en pie dactílico (una sílaba larga seguida de dos breves entre los antiguos, entre los modernos son una sílaba tónica seguida de dos átonas) y con variaciones de dos silabas en espondeos, por lo general al final. En este metro es que fueron escritos los poemas épicos de Homero, pero también los poemas más importantes como la Eneida de Virgilio o De rerum natura de Lucrecio. Entre los poetas modernos es sabido de muy pocos que han logrado escribir en hexámetros en lengua vulgar, como es el caso último de Rubén Darío a fines del s. XIX. Se sabe que Shakespeare y Goethe llegaron a escribir en hexámetros. En el ámbito de la traducción son pocos los que han logrado traducir a los clásicos respetando su metro original, uno de esos casos raros es precisamente Núñez. De él sabemos poco, sabemos que era del Nordeste brasileño, que era médico cardiólogo que traducía a Homero en el hospital. Pero no solo a los antiguos, también tradujo al portugués las tragedias de Shakespeare, lo cual lo vuelve un personaje fascinante como misterioso.

Una manera de aproximarnos al fenómeno Núñez, es hacerlo desde su espacio. El Nordeste brasileño.

Citando a Clístenes. «Hay una tendencia fuerte en el Nordeste brasileño de poetas y traductores en la cultura popular. Una región en que se compra poesía en la calle. De gente que vive de vender su poesía y de improvisar. Mi abuelo que me dio este nombre venía de esa región. Yo empecé a leer, a declamar de los libros que leía de su biblioteca, la biblioteca de un ingeniero que le gustaba leer. En los encuentros de la familia siempre había poesía. Mi padre también se llama Clístenes, pero es militar. De niño pensaba que era griego o descendiente de ellos por llevar ese nombre. Luego supe que no, más bien era descendiente de alemanes. Algo curioso es que mi profesor de geografía se llamaba Atlas».

Ese mismo enigmático Nordeste brasileño era el hogar de Núñez. Tal vez esa atmósfera a Macondo explique el afán de un médico a traducir a Homero.

Pero volvamos al hexámetro. Si nos fijamos en la musicalidad de su entonación, notaremos que es el de «una poesía llena de ondulaciones, como una columna griega que no es algo estático o rígido, sino que tiene curvas» como precisa Clístenes, quien añade: «La mejor manera de aprender a leer es escuchando, no solo con teoría. La poesía es viva porque es sonora».

Entonces partamos desde esta ondulación sonora en el hexámetro. Como explica Clístenes, «es propio de un pueblo y su relación con el mar que se expresa en su estética. Por ejemplo la antigua civilización minoica en Creta, sus estatuas y pinturas tienen movimiento, algo que no pasaba con el arte mesopotámico. Así el hexámetro está marcado por el movimiento. Toda la felicidad y tristeza de los griegos está en el mar».

Ya en la Edad Media se continuó con la tradición de escribir en hexámetros para obras muy importantes. Al final del imperio romano ya Juvencus escribió su Historia Sacra en hexámetros, del génesis al apocalipsis. En la Edad Media otro sabio, Bernardo de Cluny escribió su de Contentum mundi, en dísticos rimados (juegos de dos versos, uno en hexámetro y el otro en pentámetro). Parece que la función del hexámetro en la epopeya, es que como se canta algo más grande que uno mismo, el poema ha de ser memorable, por lo que la estructura hexamétrica ayuda para que se acuerde el oyente y el lector. Cómo dice Clístenes, “las cosas importantes solo pueden ser cantadas”. Ya que tienen una función didáctica al narrar eventos importantes que necesariamente son largos de contar.

¿Por qué el hexámetro es así? Tal vez la respuesta como dice Clístenes sea que “nadie ha pensado en hacerlo diferente, es que ni siquiera hay una explicación mitológica. Más bien parece ser algo natural”.

Una variante de cinco compases en cambio es habitual en culturas tribales al cantar sus ritos, como me comenta Clístenes, lo cual favorece salir de la consciencia, porque cuando tenemos pulsaciones de cinco, como ocurre en el jazz, la cual hace que el oyente no se pueda centrar, ya que esa música pone al que lo escucha fuera de sí. Esto no ocurre en el hexámetro. En sociedades primitivas no existen canciones de seis compases. Su propia aparición es de por sí raro para la música.

Por otra parte las cesuras que cortan un hexámetro en medio sirven para adaptarse en el oído del que lo recita y el que lo oye. En cambio una métrica de teatro es más difícil por tener variaciones en su métrica. Y ni hablar de la cláusula heroica en la métrica. Todo esto que comento aparece como una reflexión profunda de Clístenes sobre las particularidades no solo del hexámetro, sino de la poesía en tanto música. Y es que como menciona Clístenes (magister dixit), la división de la poesía respecto a la música es un fenómeno reciente que no tiene más de quinientos años.

Una breve historia de traducciones

«La poesía con música no está muerta , hay gente haciéndolo. Solo que no se hablaba de eso hace veinte años. Cuando Núñez publicó sus traducciones [de la Ilíada de Homero en el hexámetro original], fue rechazado por los traductores profesionales, porque le reclamaban que lo suyo no era un verso portugués».

Y es que la mayor contribución de Núñez con sus traducciones, es que enseñan a leer la poesía como era, y así acercarnos a los griegos clásicos. Es decir, la hazaña de Núñez es fascinante por haber traducido no solo el contenido sino también la música para recitarlo. Su traducción es como tener la partitura de la música, algo que entre traductores es invaluable. Entre los anglosajones, el traductor más respetado es Richmond Lattimore, que en 1951 tradujo la Ilíada con éxito en una forma de hexámetro no del todo puro. En su momento, incluso ahora, se mencionó que “es posible que Lattimore también haya puesto fin a los interminables debates sobre la idoneidad del hexámetro para el verso en inglés (aunque, para ser justos con los demás debatientes, hay que señalar que su hexámetro es mucho más flexible de lo que estaban dispuestos a admitir)”. Cuando publicó Lattimore su Ilíada, fue celebrado por la comunidad de clasicistas de ambos lados del Atlántico, y algunos , como Robert Fitzgerald, llegaron a declarar que su traducción sobreviviría tanto tiempo como la de Pope. Este aprecio también ameritaría notablemente ser dado a Núñez. Su contribución al portugués, y el hecho de su hazaña de lograr traducir a Homero fielmente en hexámetros, amerita todas las alabanzas, incluido el de nosotros los hispanoamericanos.

Para comprender mejor el valor de Núñez, hago este breve resumen hispanoamericano de traducciones de Homero. En la primera mitad del siglo XX las traducciones aquí eran obra de clérigos, poetas y escritores. Guillermo Jünemann, sacerdote chileno, tradujo y publicó la primera versión editada en América de la Ilíada en endecasílabos blancos (Concepción de Chile, 1902). La cubana Laura Mestre (1867–1944) publicó la traducción de un fragmento de Ilíada e hizo una traducción del primer canto de la Odisea y de la Ilíada, que se conserva manuscrita en el Instituto de Literatura y Lingüística de La Habana (su obra todavía es inédita). Lucio A. Lapalma, jesuita argentino, tradujo la Ilíada en octavas reales (Buenos Aires, ca. 1925). Leopoldo Lugones, publicó en varios libros aparecidos entre 1915 y 1928 lo que constituye una antología de la Ilíada y de la Odisea en series de alejandrinos con rima de los versos pares y de los impares entre sí. El jesuita Leopoldo López Álvarez publicó una edición con traducción de la Ilíada, de la Odisea y de los Himnos homéricos (Pasto, 1937) en endecasílabos blancos de cuño neoclásico. Alfonso Reyes publicó una versión de Ilíada i–ix en alejandrinos rimados en pares (Aquiles agraviado; México, 1951), en la que no ofrece un «traslado de palabra a palabra, sino de concepto a concepto». Rafael Ramírez Torres incluyó en su Épica helena–posthomérica (México, 1963) la primera traducción castellana de fragmentos de épica arcaica.

Esmerada versión es la del español José Manuel Pabón. Su Homero lo traduce en un verso que denomina imitación bárbara del hexámetro, que consta de cinco sílabas acentuadas, cada una seguida de dos sílabas átonas excepto la última, que está seguida de una sola sílaba átona. Emilio Crespo Güemes publicó una versión de la Ilíada (M., Gredos, 1991) en prosa con arcaísmos léxicos, en la que cada línea de texto equivale casi sin excepción a un hexámetro, disposición que permite representar la forma tipográfica de los versos del original, obtener una correspondencia topográfica con el original y destacar las repeticiones formularias y los encabalgamientos de sentido. Rubén Bonifaz Nuño (Ilíada, México, 1996–1997) también presenta la traducción de cada hexámetro en una línea. Está en prosa rítmica, procura traducir cada palabra griega por una española y crea muchos compuestos, como «hierelejos» y «ojiluciente», para traducirlos del griego.

En fin, el viaje a la música de Itaca ha sido largo, pero el caso brasileño resulta monumental, e incluso merecedor de envidia de parte de nosotros los hispanos. El logro de Núñez es de dimensiones heroicas, y es una buena razón que se mencione aquí, y sirva de inspiración para acercarnos al mundo antiguo y a todo lo que nos puede ofrecer. Historias de pasiones humanas, eternamente humanas.

Entonces ¿Por qué aprender clásicas? Porque si no lo sabes, nunca vas a ser alguien culto. ¿Suena excluyente esta afirmación? No, porque como el desafío qué es, involucra el desarrollo de la voluntad que es la base para aprender. Cómo el filósofo peruano José Antonio Russo Delgado, que sabía griego y latín, y que escribió sobre los presocráticos, porque los leyó directamente del idioma original. Al final de lo que tratan las clásicas, es solo de desarrollar nuestra voluntad.

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Hans Alejandro Herrera
Hans Alejandro Herrera
Consultor editorial y periodista cultural, enfocado a autoras latinoamericanas, Chesterton y Bolaño. Colaborador de ContraPunto
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