Era la década 1960. En aquellos tiempos, los buenos periodistas empíricos hacían excelente periodismo. Orientaban a las nuevas generaciones, que hoy van a la profesionalización, en universidades o en centros especializados. Así que la cosa no comenzó ahora, aquel Periodismo empírico sentó las bases para el quehacer actual, que procura el mejoramiento integral que de los periodistas, capaces y éticos, espera la sociedad entera.
Una de las prácticas viciadas, por frecuente, se daba en algunas conferencias de prensa, cuando la fuente informativa trataba de inducir al reportero a que hiciera preguntas prefabricadas, para evitar que el funcionario expositor fuera sorprendido con interrogantes delicadas o que le crearan situaciones embarazosas, ante la exigencia de respuestas comprometedoras.
Omisión voluntaria de nombres, pero no de las instituciones, el Ministerio de Defensa quedaba en la planta baja, esquina sur oriente, del Palacio Nacional. Eran los días de mayor convulsión social, que generaban constantes manifestaciones populares contra los gobiernos militares de turno, en demanda de justicia y cese de la represión.
– Shhh, venga por aquí, por favor”¦
Era la voz de un ordenanza del Ministerio quien, con mucha cortesía, invitaba al periodista a desviarse de la entrada principal y pasar a una especie de bodega, donde se guardaban los implementos para el aseo.
– Esta es la pregunta que tiene que hacer”¦ -me dijo el ordenanza cierto día de conferencia, extendiéndome un papel doblado.
– Pregunta, ¿cuál pregunta”¦? -le interrogué sorprendido.
– La que tiene que hacer usted al señor Ministro, ¿o acaso me equivoco y usted no viene por el periódico X”¦?
– Yo tengo mis propias preguntas”¦ -dije buscando de nuevo la salida, hacia la sala de conferencias
– Perdone”¦ y por favor”¦ que no se sepa”¦
Quien no sabía nada de esa práctica alienante era yo, principiante entonces de los ajetreos periodísticos y sus bemoles. Otros noveles periodistas sufrieron la misma sorpresa, aunque los había también quienes -algunos quizás desde hacía mucho tiempo- le hacían el juego a la fuete informativa, aun cuando eran hechos muy difícil de comprobar.
Estos casos si bien parecían frecuentes, eran la excepción en el marco de un trabajo responsable y de servicio de los veteranos, cuya experiencia misma impulsaba los noveles hacia el mejoramiento de un Periodismo acorde con las exigencias de la sociedad. La enseñanza académica iría dando pasos lentos pero seguros, hacia la formación integral del periodista, sin desconocer el eficiente y honesto trabajo de la mayoría de los periodistas en ejercicio.
Si, como dijo alguien, la mejor escuela de Periodismo es la redacción de un periódico, sin duda la formación académica puede agregar a la acuciosidad del periodista por vocación, los ingredientes necesarios de cultura general y ética profesional, que el verdadero ejercicio demanda.