sábado, 4 mayo 2024
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Zygmunt Bauman: posmodernidad, vida lí­quida, amor lí­quido

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Ha fallecido a los 91 años el politólogo y cientí­fico social polaco Zygmunt Bauman, uno de los pensadores más lúcidos e influyentes de nuestro tiempo.

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Es autor de numerosos libros entre los que cabe citar: (2001), La sociedad individualizada, Cátedra, Madrid; (2002), La cultura como praxis, Paidós, Barcelona; (2003), Modernidad lí­quida, FCE, México DF.; (2004), La sociedad sitiada, FCE, Buenos Aires; (2005), Amor lí­quido. Acerca de la fragilidad de los ví­nculos humanos, FCE, México DF.;  (2005), Archipiélago de excepciones, Katz, Barcelona; (2006), Vida lí­quida, Paidós, Barcelona; (2007), Vida de consumo, FCE, Buenos Aires; (2007), Miedo lí­quido. La sociedad contemporánea y sus temores, Paidós, Barcelona;  (2011), Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global, Fondo de Cultura Económica; (2012) Socialismo. La utopí­a activa. Nueva Visión, Buenos Aires; (2013), La cultura en el mundo de la modernidad lí­quida. FCE, Buenos Aires; (2014), ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?. Paidós, Barcelona; (2015), Ceguera moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad lí­quida.  Paidós. Barcelona.

  “Lí­quido” es una de las categorí­as centrales y de gran riqueza analí­tica de su pensamiento. Su tesis es que en la sociedad actual todo es lí­quido, inconsistente, evanescente: la modernidad, los miedos, los temores, el amor, la vida. Las condiciones de vida y de acción y las estrategias de respuesta se modifican con tal celeridad que no pueden consolidarse ni traducirse en hábitos y costumbres.

Nuestro mundo avanza a un ritmo vertiginoso pero sin rumbo, cambia compulsivamente, pero sin consistencia. No hay tiempo para que las cosas echen raí­ces. La precariedad es el signo ““y el sino- de nuestro tiempo. Siempre hay que estar empezando y terminando. Pareciera que el imperativo categórico fuera estar poniéndose al dí­a constantemente. Las cosas se adquieren y se desechen con una celeridad compulsiva. Las capacidades se tornan discapacidades en un abrir y cerrar de ojos. La apelación a la experiencia es signo de decrepitud. Se impone la velocidad frente a la duración, la aceleración frente a la eternidad, la novedad frente a la tradición, el consumismo frente a la ciudadaní­a. “El consumidor ““afirma- es enemigo del ciudadano” (Vida lí­quida, 166). Hemos pasado del miedo al cambio al miedo al estancamiento.

La vida lí­quida se caracteriza, según Bauman, por ser una “cultura del desenganche, de la discontinuidad, del olvido”; una cultura que no educa en la reflexión en profundidad,  ni en la actitud de búsqueda, sino en la ojeada fugaz, en dejá vu. No hay convicciones firmes, sólo opiniones diletantes que pueden cambiar de un dí­a para otro, tanto en la polí­tica como en el debate intelectual. Cada vez hay menos personas dispuestas a dar su vida por algo o por alguien. Se ha pasado de la figura del mártir a la del héroe como camino más rápido para conseguir celebridad (Bauman, 2006, 57ss).

El martirio, para él, significa solidarizarse con “un colectivo al que la mayorí­a discrimina, humilla, ridiculiza, odia y persigue”. El mártir “pone la lealtad a la verdad por encima de cualquier otro cálculo de ganancia o beneficios mundanos (materiales, tangibles, racionales y pragmáticos)” (Bauman, 2006, 60). Aquí­ radica precisamente la diferencia entre los mártires y los héroes modernos. Estos hacen cálculos sobre las pérdidas y las ganancias de sus acciones y esperan obtener beneficios de su sacrificio. Mientras que la muerte de los mártires es “inútil”, no se entiende que pueda existir un “heroí­smo inútil”. Aquí­ convendrí­a recordar la reflexión de Ernst Bloch sobre el héroe rojos en las prisiones nazi-fascistas, coincidente con el análisis de Bauman (Ernst Bloch, El principio esperanza, III, Trotta, Madrid, 2007). 

La democracia ha sufrido un golpe de Estado por mor del neoliberalismo, cuyo objetivo es privatizar la esfera pública y eliminar la utopí­a social. La utopí­a de la modernidad, dice Bauman, se ha convertido “en blanco y presa de llaneros, cazadores y tramposos solitarios: uno de los muchos trofeos de la conquista y la anexión de lo público a lo privado” (Bauman, 2006, 200). Calificar hoy a una persona, a un colectivo o a un proyecto de utópicos no es precisamente un piropo. Constituye una descalificación en toda regla. La utopí­a sufre hoy un largo destierro y un maltrato semántico. Se identifica con quimera, fantasmagorerí­a, ilusión, sueño irrealizable, evasión de la realidad, renuncia a las responsabilidades del presente.

Sin embargo, la utopí­a, liberada de toda mitologí­a, es una categorí­a mayor de la filosofí­a de la esperanza y tiene un sentido positivo en tanto proyecto de un mundo justo, que implica la crí­tica del presente. Es necesaria como imagen movilizadora de las energí­as humanas, horizonte que orienta y guí­a la praxis, instancia crí­tica de la realidad y, en definitiva, motor de la historia (Juan José Tamayo, Invitación a la Utopí­a. Estudio histórico para tiempos de crisis, Trotta, Madrid, 2012, 147 y 260).

El individuo vive en permanente asedio. Cuanto más se empeña en afirmar su individualidad, más asediado se ve por la sociedad. “La individualidad ““dice Bauman- es tarea que la propia sociedad de individuos fija para sus miembros (Bauman, 2006, 31). El auge de la individualidad supuso el debilitamiento progreso de los lazos sociales. ¿En qué consiste entonces el viaje de autodescubrimiento? En una mera feria global de comercio al por mayor de recetas de individualidad. Los elementos auténticamente individuales de cada persona terminan por convertirse en moneda de uso común, en estándares sin valor.  Aquí­ convendrí­a recordar a Antonio Machado para quien  es de necios confundir valor y precio.

Vivimos un proceso de fragmentación y de segmentación, de diversidad individual y social. Lo que exige como objetivos polí­ticos y sociales importantes, escribe el intelectual polaco citando a Dominique Simone Rychen, el fortalecimiento de la cohesión social, el desarrollo de un sentido de conciencia y responsabilidad sociales, la interacción con otras personas, el diálogo, la comprensión mutua, la gestión y resolución de los conflictos (Bauman, 2006, 166). 

Siguiendo a Hannah Arendt y a Bertold Brecht, llama a nuestra época “tiempos de oscuridad”, en los que se degrada toda verdad a una trivialidad sin sentido y el distanciamiento de la polí­tica y de lo público se ha convertido en la “actitud básica del individuo moderno, quien, alienado del mundo, sólo puede revelarse verdaderamente en privado y en la intimidad de los encuentros cara a cara” (Bauman, 2006, 172).

Bauman se pregunta por la posibilidad de convertir el espacio público en lugar de participación duradera, de diálogo permanente, de debate y de confrontación entre el consenso y el disenso, en vez de ámbito de encuentros fugaces y casuales. Su respuesta es que esa conversión sólo es posible creando un espacio público nuevo y global, que se traduzca en una polí­tica planetaria adecuada, un escenario igualmente planetario, un análisis global de los problemas provocados a escala global y una responsabilidad realmente planetaria. Ello exige reformar el tejido de las interdependencias e interacciones globales.

Las reflexiones de Bauman no dejan a nadie indiferente. Se compartan o no, dan  que pensar. Llevan siempre por veredas inexploradas, no por los caminos del éxito seguro en los negocios. Provocan insatisfacción como punto de partida para cambiar la realidad. Invitan a construir relaciones simétricas, cálidas, duraderas, auténticas, profundas, no mediadas crematí­sticamente. Los pensamientos de Bauman no acaban en desencanto y apatí­a. Todo lo contrario. Su libro Vida lí­quida termina con una llamada a la esperanza entendida como encuentro entre la imaginación y el sentido moral.

La esperanza se resiste, y con razón, a reconocer la jurisdicción “de lo que es” y a someterse al dictamen de la realidad. Es esta, más bien, la que tiene que explicar por qué no siguió el criterio marcado por la esperanza. Y junto a la esperanza, la apelación a la utopí­a, a partir de la consideración del ser humano como criatura esperanzada según Bloch y de la idea de la ética como filosofí­a primera según Lévinas. El mundo exterior tiene que demostrar su inocencia ante el tribunal de la ética, no viceversa. Y por el momento no le va a ser posible demostrarla, porque dicho tribunal está sometido al asedio del mercado, que es el mejor ejemplo de inmoralidad.

Juan José Tamayo: Director de la Cátedra de Teologí­a y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Invitación a la utopí­a. Ensayo histórico para tiempos de crisis (Editorial Trotta) y Cincuenta intelectuales para una conciencia crí­tica.

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Juan José Tamayo
Juan José Tamayo
Teólogo, director de la Cátedra “Ignacio Ellacuría”, de la Universidad Carlos III, Madrid; colaborador de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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