martes, 14 mayo 2024
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Vigorizar la polí­tica y el Estado

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Una de los fenómenos sociales de mayor repercusión en el vida humana desde hace mucho tiempo es la polí­tica. Como fenómeno engendrado por el accionar de la sociedad es de gran complejidad y, en cierto sentido, incomprensible para muchas personas, lo cual provoca un sentimiento de rechazo. La descalificación de lo polí­tico es un fenómeno universal, hoy intensificado por el discurso neoliberal y el debilitamiento del Estado.

Sin embargo, la realidad es distinta, pues la polí­tica tiene que ver con la vida de todos los seres humanos desde que surge, y se involucra en los más simples actos de la cotidianeidad ciudadana. Tiene que ver con el gigantesco y turbulento cambio del sistema productivo, de los valores y las pautas de conducta de la sociedad y de la organización y naturaleza del Estado, que en algunos paí­ses como El Salvador es prácticamente insuficiente.

En este nuevo escenario, la intermediación de los partidos polí­ticos tradicionales burgueses  -el monopolio de la intermediación – se ha desnaturalizado y está comprometida. Cada vez más los partidos tradicionales son vistos por la población como muros que se interponen entre el Estado y los pueblos, antes que como puentes que los ponen en contacto con las instituciones. Crece más la sensación de que la única preocupación de los partidos tradicionales son las cuotas de poder, antes que pensar en el pueblo y sus necesidades, como si toda la atención estuviera en cómollegar al poder, antes que preguntarse para qué. En consecuencia, la sociedad se aleja de los partidos polí­ticos y busca de distintas maneras, cómo tener la atención del Estado.

Sin embargo y a pesar de los intentos del discurso posmoderno de despolitizar la cualidad polí­tica de las sociedades, éstas innegablemente se transforman haciendo polí­tica y los Gobiernos más allá de sus resultados fiscales y sus tasas de crecimiento, deberí­an ser recordados por las mejoras de vida que lograron para sus pueblos.

Debemos conseguir que la polí­tica comience entonces a recuperar el papel que tiene en la vida social: deliberar acerca del tipo de sociedad en que queremos vivir. La despolitización opera en el plano de las instituciones y en las más llanas “creencias populares” del sentido común y el pensamiento religioso fanático. Estas perspectivas reaccionarias que niegan la construcción histórica de lo polí­tico, obedecen a desviar la atención central y los cuestionamientos básicos de que el ser humano se asuma como un ser polí­tico capaz de cambiar su propia historia.

Todo esto constituye, sin embargo, un desafí­o para los polí­ticos conservadores que, hasta ahora, se congratulan como enemigos de ese derecho histórico de los pueblos. La ética de la polí­tica global, cuya estrategia de despolitización está en desarrollo, es una ética del capitalismo más feroz y engañoso, es una ética global, una polí­tica de clase, que no conoce lí­mites más que los que delimitan los intereses del capital y de las clases dominantes, que recurren a todo tipo de recursos, incluyendo la violencia y la conspiración, para conseguir sus objetivos.

La democracia en El Salvador está constantemente amenazada por la peligrosa pérdida de representatividad e ilegitimidad de los partidos tradicionales y conversadores. En este sentido, los defectos habituales de la polí­tica en nuestro paí­s, el clientelismo, el incumplimiento de las promesas electorales, la falta de consistencia ideológica, la corrupción y la infiltración del poderoso crimen organizado, se ciernen como un fuerte remolino sobre las ya desgastadas instituciones del Estado, que el actual gobierno del FMLN lucha para reestructurarlas, en medio de una ofensiva oligárquica contra-revolucionaria, que implica actos de sedición económica y de otros aspectosrelacionados al bloqueo de la justicia social.

Para lograr una verdadera transición democrática en El Salvador deben de implementarse medidas ineludibles, si pensamos en serio en la construcción de un nuevo paí­s:

  1. Rediseño y fortalecimiento del aparato del Estado.
  2. Erradicación de la corrupción a todo nivel.
  3. Reformulación de la democracia popular, amplia y participativa.
  4. Rediseño del régimen polí­tico.
  5. Regulación del mercado, garantizando a todos las mí­nimas condiciones de vida decente.
  6. Planificación económica
  7. Implementación del desarrollo territorial, estimulando especialmente la agricultura y la soberaní­a alimentaria.
  8. Verdadera democratización de los medios masivos de información.
  9. Incorporación de la nación a los procesos de integración independiente y anticolonial en la región.
  10. Diseño de la polí­tica para la paz y la convivencia social.
  11. Convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente.

Hay recelo al Estado. Lo hay en la tradición liberal, y lo hay en la izquierda socialdemócrata. La tradición liberal teme al Estado porque hereda dicho Estado como una estructura despótica de poder construida en el antiguo régimen por las monarquí­as absolutas. La izquierda socialista teme al Estado porque lo concibe como un aparato de dominación de clase del que la sociedad sólo se emancipará cuando logre resolver los conflictos ligados a su estructura clasista de dominación social.

Aquí­ se defiende una versión republicano-democrática del Estado fuerte. El republicanismo –la tradición republicana- es una filosofí­a polí­tica de la libertad. El republicanismo democrático aspira a extender esa libertad a los pobres, a los trabajadores, a los desfavorecidos, a los humildes y a hacer de ellos ciudadanos igualmente libres. Esto pasa por fortalecer el Estado y darle una determinada orientación. Comoquiera que un Estado fuerte representa una potencial amenaza de despotismo, un Estado fuerte es republicanamente posible sólo en la medida en que el gobierno de ese Estado es un gobierno democráticamente controlado, contestable y participado.

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El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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