Claudia Lars, la poeta de mayor renombre en el país, a su avanzada edad, aunque fuera por amor al arte, continuó trabajando para obtener un modesto salario mensual que, a lo mejor, no correspondía a su desempeño intelectual, menos para la vida digna que su condición de renombrada poeta merecía. Claudia Lars -como otros intelectuales reconocidos- a su edad debíó haber dejado de escribir para vivir y vivir para escribir.
Por ignorancia o malicia -o por ambas juntas- hay subestimación casi generalizada hacia el ser y quehacer del poeta; sobre todo, total indiferencia de parte de los malos políticos. Más que todo,. ignorancia/malicia a su quehacer: su obra.
Recuerdo un caso contra Claudia misma. En 1965, con su libro “Del fino amanecer” obtuvo el Primer Premio, compartido con el poeta español Rafael Guillén, en los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quezaltenango, Guatemala. A su regreso, se dio una conferencia de prensa para destacar el triunfo de ella y del país.
¿Dígame, Claudia, qué se siente al ganar tres mil quetzales por unos poemas…? -le preguntó un reporteo, descarnando su insensibilidad ofensiva y su ignorancia supina.
Vea usted. Aquí a nadie sorprende que un constructor gane miles de colones por levantar un edificio; en cambio, causa asombro que un poeta gane tres mil quetzales por un libro de poemas… ¿acaso, éste no es trabajo también…? y además, trabajo sublime de seres privilegiados… -respondió Claudia con serenidad e hidalguía de intelectual.
La respuesta causó enrome sorpresa. Silencio total. En adelante, las preguntas se sucedieron con mucha cautela, en un diálogo muy desigual en cuanto a contenido, sólo compartido y apreciado por unos pocos.
Claudia Lars continuó hasta su muerte con su labor burocrática, la cual, a pesar de todo, no fue obstáculo para desarrollar su admirable fecundidad en una maravillosa y abundante producción literaria, mercancía de Dios, que sin duda alguna pudo ser mayor, si se le hubiera permitido vivir únicamente para escribir.