Por Renán Alcides Orellana.
El gobierno de Julio Adalberto Rivera (1962-1967), aunque no fue ajeno del todo a los actos de represión como gobernante, sin duda sí lo fue menos que otros de su partido en posteriores gobiernos. En ese marco del riverato, las persecuciones seguían. Uno de los más perseguidos y capturado varias veces, era el reconocido poeta y líder universitario Roque Dalton.
Por aprecio y reconocimiento a su lucha, los estudiantes siempre nos manteníamos en alerta y solidarios cada vez que Dalton era perseguido o estaba detenido en alguna cárcel del país. En junio de 1964, Roque estaba preso por señalamientos políticos contra el régimen. Los periódicos, como siempre y por cualquier razón, evitaban dar esas informaciones.
-¿Tiene algo sobre la detención de Roque?…-me preguntó el director de “Tribuna Libre” Pedro Geoffroy Rivas, periódico en el que yo laboraba, sin duda porque estaba seguro de que yo podía obtener alguna información, por mi condición de universitario.
-Lo último va en mi columna de esta tarde… -le contesté.
-Bien, bien…
En efecto, en mi columna periodística “Voz Universitaria” del 26 de junio, me referí así al caso Dalton:
– “La Fiscalía de la Universidad, a cargo del Dr. José María Méndez, por acuerdo del Consejo Superior Universitario en su XXXIII sesión, presentará recurso de exhibición personal a favor del estudiante de Derecho Br. Roque Dalton García, conocido elemento de las letras nacionales, cuya libertad se encuentra restringida. Esperamos que esta intervención legal termine con la persecución al estudiante, poeta y escritor salvadoreño…-
Revuelo y voces encontradas causó mi noticia. Para unos, qué bien por la denuncia pública que otros medios no hicieron; y para otros, mala intención la mía al informar y poner en alerta a la población, a las organizaciones populares y, sobre todo, al Partido Comunista para que promovieran desórdenes.
– “¿Qué haré, jueces?, si callo me llamáis culpable y si hablo me tacháis de mentiroso”, ironizaba yo, repitiendo el famoso dilema de Cicerón.
Sin embargo, contaba con el respaldo del director del periódico y eso para mí era el mayor estímulo solidario, aunque Pedro tenía sus detractores.
– No se achique, eso no es nada. Si supiera las cosas que a mí me han pasado y míreme, aquí estoy… -me decía el director.
A pesar de lo grave y hasta peligroso del asunto del lado que se viera, resté importancia a los cuestionamientos. Al fin, yo seguía los mandatos de mi conciencia profesional, en cuanto a imparcialidad y objetividad. Y el director lo sabía. Siempre me dio su comprensión y, a veces, su estimación a mis actitudes; y eso continuó, aún después de aquellos años. Yo apreciaba mucho su calidad de poeta, de valiente y de oportuna denuncia.
(RAO).