Sobre el ciudadano en democracia y la distorsión neoliberal.
En el ideario liberal, el sujeto de la democracia es el ciudadano. El ciudadano es un producto de la educación laica, gratuita y obligatoria que lo instruye en cómo funciona el Estado y le crea conciencia de que en él reside la soberanía y el poder político, el cual él delega en los gobernantes porque los elige libremente. Esta es la base de cualquier identidad nacional vigorosa. Porque la nación y la identidad nacional son, hoy, invenciones del Estado democrático moderno europeo. Para ser, pues, ciudadano pleno, el sujeto democrático es, en el ideario liberal, un sujeto eurocéntricamente culto, letrado y consciente de su ciudadanía. Hasta aquí el esquema ideal del sujeto democrático o ciudadano con satisfactoria identidad nacional moderna. Si el Estado no crea esta identidad, ni el individuo ni la colectividad dispersa pueden inventarla.
Aparte del sujeto democrático está el sujeto del cambio social, al cual el liberalismo vio en el mismo ciudadano culto como actor de transformaciones graduales, y Marx en el proletario industrial inglés y de otros países que transitaban la fase capitalista de la plusvalía absoluta, es decir, la que se obtiene mediante el alargamiento de la jornada laboral y no por medio del aumento tecnológico de la productividad, a lo cual el sistema llegaría después. Como buen liberal que fue (antes de ser “marxista”), Marx vio en el sujeto del cambio la ausencia de ciudadanía o falta de educación y cultura letrada, y por eso ideó una dirigencia intelectual para la clase obrera.
En América Latina, los criollos crearon un “Estado liberal” sobre una base económica feudal. Y esto impidió producir ciudadanos como los definidos arriba. Lo que produjo esta economía feudal fue una falsa ciudadanía iletrada y, por ello, imposibilitada de llegar a constituirse en ciudadanía plena y funcional y ejercer el poder, como pretende el ideario liberal. Por eso fue que la democracia liberal quedó aquí como asignatura pendiente, y a eso se debió el ciclo de revoluciones democráticas que va así: la revolución mexicana (1910), la guatemalteca (1944-54), la cubana (1959), la chilena (1970-73) y la nicaragüense (1979). Se trataba en principio de democratizar el capitalismo para hacerlo pasar de la plusvalía absoluta a la relativa, y de crear un sujeto democrático letrado y cívico sobre el que se fundara un Estado moderno.
La democracia liberal sigue siendo una asignatura pendiente en América Latina. Por ello, el sujeto democrático sigue siendo una ambición social. Hoy se proponen pueblos (no educados sino) “capacitados”, ya no para fundar capitalismos nacionales autónomos, sino para crear mano de obra calificada para las corporaciones globales. Esto, porque el concepto y la práctica de la educación cambiaron con la fase transnacional-corporativa del capitalismo y con su lógica cultural, el posmodernismo, el cual expresa la hegemonía de la lógica del capital, que consiste en ampliar los márgenes de lucro capitalistas mediante el consumismo de las masas, propuesto como “sentido común” ideal de un individualismo narcisista que ejerce su sociabilidad en el anonimato y la soledad de la comunicación interconectada. Por eso, la educación posmoderna se ofrece como un juego banal interactivo. No como el desarrollo de la conciencia crítica, que fue el ideal primero del liberalismo clásico. ¿Implica esto que hoy el sujeto del cambio deba ser inculto, banal e iletrado? (Sigue…)