Todavía se escuchaban algunos cuetes y silbadores, era la medianoche del primero de Enero, había pasado aproximadamente cinco horas viendo varios capítulos de la serie Juego de Tronos. Mi sueño comenzó en Tikal, veía la gran ciudad indígena, sobresalían las pirámides truncadas. Alguien estaba mandando un mensaje, mediante el sonido generado al soplar un caracol; se escuchaban gritos de guerra emitidos por miles de guerreros pertrechados con sus arcos y flechas, pero algunos con palos puntudos parecidos a lanzas.
Yo había sido seleccionado como guerrero a ser sacrificado ante los dioses antes de iniciar la guerra; me sentía muy orgulloso, había finalizado la fase preparatoria que consistía en aprender y ejercitarme en toda clase de artes de la guerra, participar frecuentemente en ritos religiosos, así como disfrutar de las cuatro muchachas vírgenes que se me habían asignado. Durante el desfile sentí que era una persona superior, con gran energía y mucho entusiasmo; cuando subía por las escalinatas acompañado de tres sacerdotes (parece que el cuarto se había enfermado o tenía otra cosa más importante que hacer) sentí un poco de temor; también pensaba que el pueblo al cual pretendíamos esclavizar estaba haciendo el mismo rito a los mismos dioses y no creía mucho que yo fuera el mejor candidato a ser sacrificado. Cuando me acosté en la piedra del sacrificio, sentí mucho miedo, pensaba que los dioses son inteligentes y que no necesitan tanta palabrería y gritos para entender el significado del sacrificio; claro que había que gritar mucho para lograr superar los emitidos por los sacerdotes del enemigo. Uno de los sacerdotes tomó un cuchillo, cuya hoja había sido hecha de piedra de rayo, lo levantó sobre su cabeza y con gran fuerza lo clavó en mi pecho. No sentí ningún dolor, posiblemente porque estaba soñando.
Me elevé y observé como se iniciaba la marcha hacia el otro pueblo; como estarían caminando varias horas, me fui a turistear a muchos kilómetros a la redonda. Luego me adelanté para ir a ver como se estaba preparando el enemigo; a medio camino me encontré con el guerrero que ellos habían sacrificado, lo saludé amigablemente, el me respondió igual, le pregunté si sabía a qué bando apoyarían los dioses y me respondió que el sacerdote que lo preparó le dijo que los dioses no dicen el resultado de la guerra, les gusta que uno capee o adivine, pero es seguro que ellos ya saben. Me invitó a que fuéramos a ver los preparativos defensivos del otro pueblo, así como la ceremonia en que unos jefes del ejército de mi pueblo regalaba figuras de cerámica que parecían armas a los jefes enemigos, luego se hicieron las negociaciones para que se declararan vencidos antes de pelear, pero el estado mayor del pueblo amenazado no cedió y dijo que mejor se diera verga.
En ese momento me desperté todo angustiado pensando que quizás yo no había sido el guerrero adecuado para ser sacrificado.