viernes, 10 mayo 2024

Sueño de guerra prehispánica

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Todaví­a se escuchaban algunos cuetes y silbadores, era la medianoche del primero de Enero, habí­a pasado aproximadamente cinco horas viendo varios capí­tulos de la serie Juego de Tronos.  Mi sueño comenzó en Tikal, veí­a la gran ciudad indí­gena, sobresalí­an las pirámides truncadas. Alguien estaba mandando un mensaje, mediante el sonido generado al soplar un caracol; se escuchaban gritos de guerra emitidos por miles de guerreros pertrechados con sus arcos y flechas, pero algunos con palos puntudos parecidos a lanzas.

Yo habí­a sido seleccionado como guerrero a ser sacrificado ante los dioses antes de iniciar la guerra; me sentí­a muy orgulloso, habí­a finalizado la fase preparatoria que consistí­a en aprender y ejercitarme   en toda clase de artes de la guerra, participar frecuentemente en ritos religiosos, así­ como disfrutar de las cuatro muchachas ví­rgenes que se me habí­an asignado. Durante el desfile sentí­ que era una persona superior, con gran energí­a y mucho entusiasmo; cuando subí­a por las escalinatas acompañado de tres sacerdotes (parece que el cuarto se habí­a enfermado o tení­a otra cosa más importante que hacer) sentí­ un poco de temor;  también pensaba que el pueblo al cual pretendí­amos esclavizar estaba haciendo el mismo rito a los mismos dioses y no creí­a mucho que yo fuera el mejor candidato a ser sacrificado. Cuando me acosté en la piedra del sacrificio, sentí­ mucho miedo, pensaba que los dioses son inteligentes y que no necesitan tanta palabrerí­a y gritos para entender el significado del sacrificio; claro que habí­a que gritar mucho para lograr superar los emitidos  por los sacerdotes del enemigo. Uno de los sacerdotes tomó un cuchillo, cuya hoja habí­a sido hecha de piedra de rayo, lo  levantó sobre su cabeza y con gran fuerza lo clavó en mi pecho. No sentí­ ningún dolor, posiblemente porque estaba soñando.

Me elevé y observé como se iniciaba la marcha hacia el otro pueblo; como estarí­an caminando varias horas, me fui a turistear a muchos kilómetros a la redonda. Luego me adelanté para ir a ver como se estaba preparando el enemigo; a medio camino me encontré con el guerrero que ellos habí­an sacrificado, lo saludé amigablemente, el me respondió igual, le pregunté si sabí­a a qué bando apoyarí­an los dioses y me respondió que el sacerdote que lo preparó le dijo que los dioses no dicen el resultado de la guerra, les gusta que uno capee o adivine, pero es seguro que ellos ya saben.  Me invitó a que fuéramos a ver los preparativos defensivos del otro pueblo, así­ como la ceremonia en que unos jefes del ejército de mi pueblo regalaba figuras de cerámica que parecí­an armas a los jefes enemigos, luego se hicieron las negociaciones para que se declararan vencidos antes de pelear, pero el estado mayor  del  pueblo amenazado no cedió y dijo que mejor se diera verga. 

En ese momento me desperté todo angustiado  pensando que quizás yo no habí­a sido el guerrero adecuado para ser sacrificado.

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Santiago Ruiz
Santiago Ruiz
Columnista Contrapunto.
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