En la cátedra sobre Periodismo, en mis años de docencia universitaria siempre he hecho alusión a una experiencia o anécdota aleccionadora, tendiente a advertir a los estudiantes sobre el imán tentador de la “menta” (compra de voluntades, para decir o callar algo) hacia la corrupción, que se puede dar al inicio o en la continuación del ejercicio periodístico.
Hace muchos años, desde México ingresaba al país la revista “Siempre”, de tinte y apertura social, con una pléyade de escritores destacando en sus páginas, como Mario Monteforte Toledo, Carlos Cocciolli, Natividad Rosales y otros.
Yo conocí a Natividad Rosales, un periodista mexicano de recia estampa indígena, precisamente durante una visita suya a la Facultad de Derecho de Universidad de El Salvador, a principios de los años sesenta, donde dictó una conferencia sobre la realidad mundial. Rosales, según comentó entonces, venía de Tanganica de realizar una cobertura periodística para la Revista. Toda una hazaña para generosa envidia del periodista en ciernes que era yo.
En una de sus ediciones, la portada de “Siempre” presentaba en una caricatura: una piscina llena de agua sucia, con lodo, y con la leyenda “corrupción”; y, dentro del agua, varios periodistas con distinto nivel de suciedad en el cuerpo: unos hasta la cintura, otros hasta el cuello, otros ya casi cubiertos totalmente; en fin, ninguno estaba limpio. Sólo un joven periodista al borde de la piscina, con gesto vacilante intentaba decidir si se arrojaba o no.
Desde adentro de la piscina, y con el lodo hasta el pecho, un periodista veterano, extendiéndole los brazos, con las manos le invitaba a lanzarse sin temor:
– Tiráte, lo difícil es meterse -decía el pie de grabado, aludiendo a una expresión del periodista veterano, desde adentro.
La caricatura hablaba por si sola. Creo que la anécdota mía, despertó más de alguna inquietud. La revista “Siempre” dejó de circular en El Salvador porque, un día, el Gobierno consideró que, por ser de “corte comunista”, era un peligro para el pensamiento de los salvadoreños y su deber era “salvar a la patria”.
Así eran las cosas entonces.