Por Carlos Velis
¿Pueden los periodistas ser imparciales y objetivos? La imparcialidad se expresa, abriendo el espacio para mostrar posiciones contrarias. En cuanto a la objetividad, es más difícil; el periodista es un ente de su tiempo, su comunidad. No se le puede negar que tenga simpatías hacia un lado u otro. Al abrir un periódico, sabemos que no vamos a encontrar una nota inocente. El problema es cuando no es tan inocente, al contrario, se percibe la parcialidad. Entonces, uno se pregunta, cuál es el objetivo del periodista, detrás de esa nota.
Es el caso de los audios publicados por El Faro.net, la semana pasada, donde involucran a funcionarios del gobierno en pactos con las pandillas. En medio de una guerra frontal con la delincuencia, que ya había crecido tanto que mostraba capacidad de coordinación nacional, fuerza de combate y poder de veto ante la legalidad del país; sin mayor análisis y mostrando una absoluta falta de seriedad periodística, lanzan esa especie de bomba sucia. Comentaristas y analistas radiales dijeron ayer 22 de mayo, a través de la radio YSKL, que eso solo entorpecía el combate a la delincuencia.
Si Carlos Marroquín me simpatiza o no, no es el caso. Pero un periodismo serio no procede sin investigar a fondo, todos los ángulos del asunto, sin dar el espacio de defensa del implicado; hablan de que se hicieron dos peritajes a las grabaciones, sin citar el nombre y los resultados de los laboratorios. Y si eso es verdad, si las grabaciones son legítimas, el asunto es tan delicado, que implica la seguridad nacional. Lo correcto hubiera sido presentar el caso a la fiscalía general, antes de manosearlo con la política.
Pero la pregunta sigue siendo la misma, ¿cuál es su objetivo?, ¿qué quieren lograr con eso? Tal vez piensan en el clientelismo político para 2024. Aún no se dan cuenta de que la gente ya no quiere nada con los partidos políticos. Que Bukele ganó sin partido y que la Asamblea, nos guste o no, fue ganada por un movimiento surgido de un día para otro, donde se incorporó una masa harta de engaños. Y que las cosas ya no son ni volverán a ser como antes.
Muchos de los medios digitales han mantenido las maras en la agenda pública, pero a favor de éstas. Tal vez no a propósito, pero han hecho una verdadera apología del delito. Y les han dado beligerancia. Sin embargo, es muy sospechosa la reacción que han tenido ante las reformas al Código penal, llamada “ley mordaza”.
Ríos de tinta han corrido tratando de vender los pandilleros como víctimas. Y lo son, de un sistema que nos ha victimizado a todos, como también los maltratadores, los pedófilos, y un largo etcétera, pero eso no les quita que son un peligro que hay que atacar y vencer. Y que el gobierno actual está haciendo lo que no hicieron todos los anteriores. Esta es una guerra que, como todas, está dejando muerte y destrucción, daños a la economía y una población con profundas heridas. Mucho dolor, rabia y sed de venganza. ¿A quién quieren convencer con ese papel tan triste a favor de las pandillas?
Pero hay algo más grave en esta situación y es el desprecio por la víctima, la siempre olvidada de todo y de todos. La misma que no tuvo voz antes, y no la tiene ahora. Muy pocos se han interesado en oír su versión, en romper el código de silencio impuesto por los victimarios. Porque, señores periodistas, en esas comunidades donde los pandilleros son los reyes, sí hay una ley mordaza. Aquellas poblaciones han vivido bajo el terror de las maras, donde impera una tiranía total, que hasta impone la secta religiosa donde congregarse. Los vecinos encontraban a los pandilleros con total descaro, exhibiendo armas largas, sentados a la entrada de la comunidad, esperando a los panaderos, las señoras de las tortillas, el sorbetero, las ancianas que venden fruta en un canasto. Nadie se ha librado. Incluso las grandes empresas de productos populares, como las embotelladoras, los alimentos procesados, los lácteos, los pollos y las carnes, que, para garantizar la seguridad de sus empleados, han tenido que reservar una partida para la famosa “renta”, como se le dice a la extorsión, que no es más que un guiño de complicidad, una forma de aceptar un acto delincuencial, que ya se ve como normal. ¿Dónde está el espacio para esta gente?
Sean serios, señores periodistas, su pueblo los necesita. Sean dignos herederos del periodismo alternativo y contestatario de aquellos años verdaderamente duros, cuando se la jugaban entera, El Independiente, La Crónica del pueblo, la YSAX; nuestros periodistas mártires, como Jaime Suárez y César Najarro. Cuestionen al poder, con todo, pero en cosas que valga la pena cuestionar, siguiendo el camino de la justicia, no del amarillismo o la complacencia de intereses oscuros.