Por Gabriel Lerner
Si algo ha enseñado – para quienes quieran aprender – la trágica proliferación de los recientes asesinatos en masa, es que el sistema de seguridad pública practicado en las últimas décadas en Estados Unidos es obsoleto, por decir lo menos. O sea: no brinda la suficiente seguridad al público.
Instrumentos de guerra
Es inadecuado, contraproducente, causa víctimas innecesariamente, y es un vestigio de un esquema social represivo y supremacista.
En específico, el acceso a armas semi automáticas de grueso calibre, instrumentos de guerra a potenciales asesinos debe terminar. Pero no menos fracasado es el enfoque militarista en la construcción de los miles de departamentos de policía.
El gobierno federal ha permitido por años que excedentes de armas del Pentágono por $7,400 millones se entreguen gratis (solo hay que pagar el gasto de transporte) a 8,000 departamentos de policía. Son pertrechos destinados a doblegar a un enemigo externo que se regalan para usarlos inmersos en la población civil.
En consecuencia, quien haya visto a los agentes del orden público en protestas, eventos artísticos o simple patrullaje por nuestras calles, puede tener la impresión de que se trata de soldados comando en pleno despliegue y en medio de una acción concreta, armados hasta los dientes con tanques ligeros, cascos, chalecos antibala, bayonetas, lanzadores de granadas y más. Unidades así equipadas son desplegadas más a menudo en comunidades de color.
Alguien dijo que le recordaba el ejército de ocupación que sufrió en su país de origen.
Como en las películas de Hollywood
Así, los policías casi parecen salidos de películas de Hollywood, las de los policías héroes e interminables matanzas, esas que han generado en la joven generación una imagen de la realidad aún más violenta de la que tenemos.
Con la diferencia de que las películas terminan casi siempre en que estos agentes, que son los buenos, salvan a las potenciales víctimas y valientemente confrontan a los malos.
Y en la vida real no.
Durante el reciente ataque en la Escuela Primaria Robb en Uvalde, Texas, el asesino pasó más de una hora dentro de la escuela mientras la policía esperaba afuera.
La confusión, el caos y la información incorrecta parecen haber contribuido a la demora de las fuerzas del orden público.
Pero también la cobardía.
La versión de los hechos entregada por la policía no solo al público sino al mismo gobernador de Texas cambió una docena de veces, cada vez que la prensa revelaba nuevos detalles, en lo que se parece a un encubrimiento. Públicamente, el gobernador Abbott dijo que al descubrir que había recibido versiones incorrectas o directamente falsas, se puso «lívido».
Armados hasta los dientes
La última -o quizás ya no lo sea y haya una o dos nuevas- versión es que “el comandante del incidente, el jefe de policía del distrito escolar Pete Arredondo, trató la escena como una situación de una persona parapetada con barricadas en lugar de una situación de tirador activo.”
Independientemente de las versiones, el hecho es que mientras el asesino mataba a niños, decenas de esos agentes armados hasta los dientes esperaban a pocos metros, en total inacción. No entraron, dicen ahora, porque estaban esperando que llegasen pertrechos y equipos adicionales que los defendieran. Su concepto de seguridad pública era que ellos estén asegurados.
Aquellos que sí entraron finalmente -agentes de la Patrulla Fronteriza y otros que se les unieron voluntariamente- desafiaron órdenes de no hacerlo. Hicieron lo que se esperaba que hicieran. Fueron los que liquidaron al asesino, que estaba encerrado en una de las clases.
Los encargados permitieron que continuase la carnicería y en cambio arrestaron a un grupo de padres que insistían en entrar solos. Para salvar a sus niños. Los maniataron y les administraron golpes eléctricos con un táser para inmovilizarlos.
Entretanto, el jefe del Departamento de Policía de Uvalde alabó la labor de sus agentes y dijo que llegaron al lugar «en cuestión de minutos». Sí, pero se quedaron en la puerta.
Seguridad pública en jaque
No fue un caso aislado. Sucedió en muchas ocasiones, incluido el ataque en las escuelas Columbine en 1999 y Marjory Stoneman Douglas en 2018.
Después del primero de ellos, se cambiaron las reglas de intervención en la instrucción policial para enfatizar la rápida acción para proteger a las víctimas. Las nuevas reglas enfatizaron que “cuando tienes un tirador activo, acaba con la amenaza. Porque si no, la persona sigue matando”.
Esas nuevas reglas fueron ignoradas.
La policía sigue dando pasos en falso trágicos en los momentos más críticos. Hay una gran diferencia entre la imagen del policía súper soldado y el policía paralizado.
También inquieta la falta de coordinación entre diferentes cuerpos policiales en estas emergencias. Inevitablemente, cuando acuden miembros de múltiples agencias, con diferente capacitación, no está claro quién está a cargo. Ni siquiera sus radios funcionan en la misma frecuencia.
Caos inminente
El caos es inminente y nadie organiza una cadena de mando ni centraliza la información.
Digámoslo claramente: cuando un asesino recorre las clases matando niños, la obligación de un agente armado -no, su instinto humano- debe ser entrar inmediatamente e interponerse para evitar más víctimas neutralizando al agresor. Cualquier otra actitud no puede justificarse.
Entonces, no se trata de disminuir los presupuestos policiales, ni de incrementar porque sí la cantidad de agentes. No. Es otra cosa. Lo necesario es volver a los principios básicos de la acción policial, donde lo más importante es proteger a la población y no a los mismos policías.
Mientras un adolescente pueda comprar un AR-15 al cumplir 18 años los atentados masivos seguirán. Por desgracia. De hecho, los ataques masivos son casi diarios, y las 18,000 agencias policiales, armadas hasta los dientes, son ineficientes frente a estos.
Ahogado en Tempe
Viene a colación un incidente terrible que sucedió poco después, en Tempe, Arizona, cuando una persona cayó al agua y se ahogó mientras durante varios minutos pedía auxilio a los policías que lo estaban mirando indiferentes, insistiendo en que el hombre nadara y se aferrar a un poste, porque «no habían sido entrenados para eso».
Esta es la estremecedora transcripción de lo que dijeron los agentes, captada en el video policial.
La seguridad pública no se refiere a la seguridad de los agentes que miraban cómo ese hombre moría.
Es necesario entonces establecer estándares nacionales obligatorios de capacitación para situaciones como esta. Como mínimo. Es una tarea urgente de todos los gobiernos para acercarse a la verdadera seguridad pública. ¿Lo harán? ¿O la indiferencia, la actitud machista pero cobarde ya es una pandemia?
Tomado de HispanicLA.com